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JOSÉ LUIS SIMÓN | Catedrático de Geología

“Parar el almacén de gas del delta del Ebro es sensato hasta estudiar el subsuelo”

"En la zona hay numerosas fallas activas sometidas a presión"

Elena G. Sevillano

El Ministerio de Industria ordenó el jueves por la noche el cese de actividad del controvertido Proyecto Castor, un enorme almacén subterráneo de gas natural situado en el mar, frente a las costas del delta del Ebro. Quiere recabar información sobre los más de dos centenares de pequeños seísmos ocurridos en la zona en apenas dos semanas. José Luis Simón, catedrático de Geología de la Universidad de Zaragoza, cree que los terremotos podrían haber sido de mayor magnitud.

Pregunta. ¿Se podían prever los microseísmos?

Respuesta. Sí, es un fenómeno que ocurre con mucha frecuencia tras iniciarse cualquier operación de inyección de fluidos (agua, gas, vertidos líquidos...) en el subsuelo. También ocurre tras el llenado de grandes presas, por el aumento de la presión hidrostática que producen en el agua del subsuelo.

P. ¿Causó la inyección de gas los terremotos?

R. La asociación temporal de ambos hechos parece demostrarlo. La inyección de gas provocó un cambio en el estado de tensiones del terreno, contrarrestando (haciendo de colchón o amortiguador) una parte de la presión confinante producida por el peso de las rocas. La tensión cortante o de cizalla, la que tiende a mover las fallas, se mantenía sin embargo constante. Así, dichas fallas, sometidas a las tensiones naturales pero habitualmente bloqueadas en su movimiento mientras la presión perpendicular las mantiene sujetas, han podido sufrir un movimiento brusco al liberarse esta última. Los terremotos no serían causados realmente por la inyección del fluido, pero sí inducidos o detonados. Son terremotos que, tarde o temprano, se habrían producido en la zona, pero la inyección los adelanta y los concentra en el tiempo.

P. ¿Cómo es el subsuelo marino del golfo de Valencia? ¿Tiene fallas activas?

R. Hay numerosas fallas tectónicas sometidas a tensión permanente debido a un proceso que ocurre en esta zona desde hace millones de años: un estiramiento o extensión de la corteza terrestre en la horizontal, consecuencia del cual es el propio hundimiento del golfo. Muchas de esas fallas están también tierra adentro; se conoce su evolución y tienen abundantes evidencias de actividad cuaternaria reciente. Pueden considerarse, por tanto, fallas activas.

P. ¿Podrían producirse terremotos de mayor magnitud que los sucedidos hasta ahora?

R. Si la sobrepresión del gas llegase a afectar a una de las fallas importantes, podría desencadenarse en ella un movimiento y, en consecuencia, un terremoto de magnitud mayor que la registrada hasta ahora. Por ejemplo, una falla de 10-15 kilómetros de longitud puede producir terremotos de magnitud Richter de 6 a 6,5 en ciclos de varios miles de años. Cada vez que se produce uno, la tensión se relaja, pero empieza otro periodo de miles de años en que se va recargando. Si se diese la circunstancia de que el último terremoto se produjo hace 10.000 años y, en condiciones naturales, el siguiente habría de producirse dentro de otros mil, la inyección de gas podría hacer que ocurriese ya, y sería casi tan fuerte como el máximo que la falla es capaz de provocar.

P. ¿Se estudian los riesgos sísmicos antes de aprobar este tipo de proyectos?

R. Se estudian para proyectos de centrales nucleares u obras civiles de cierta importancia (presas, grandes viaductos...), pero desconozco si se abordó en este caso. Desde luego, no suelen formar parte de los estudios de impacto ambiental, que suelen ser estándar atendiendo solo a las afecciones sobre la superficie terrestre o sobre el mar y sus ecosistemas.

P. ¿Cree que el Gobierno ha tomado una buena decisión al paralizar la actividad?

R. Me parece una medida sensata, sin duda. Habría que conocer mejor la situación y dinámica de las fallas del subsuelo antes de proseguir las operaciones.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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