El fin de la investigación en la universidad española
La vuelta a unas instituciones exclusivamente docentes y locales es ciertamente un mal sueño para los que queremos lo mejor para nuestra universidad.
Hace algún tiempo en esta misma tribuna analizaba las razones por las que las universidades españolas están tan mal colocadas en todas las listas internacionales. El bajo nivel medio de la investigación aparecía como la razón más evidente. Un corolario simple se derivaba del análisis, mejorando la cantidad, y sobre todo la calidad, de la investigación universitaria, se progresaría hasta colocar a muchas de nuestras instituciones universitarias en puestos dignos. Pero lamentablemente, mi sensación es que en estos últimos años, no sólo no hemos avanzado en esa dirección, sino que nos encontramos en un claro retroceso.
Lo cierto es que estos tiempos son de especial zozobra para la universidad. Por un lado, se avecina un posible cambio de paradigma con la competencia de los cursos ofrecidos en internet por las mejores universidades del mundo, lo que va a cambiar la forma en que muchas personas realicen sus estudios universitarios. Para las universidades españolas, sus alumnos potenciales dejaran de estar “cautivos” por la cercanía geográfica. La única competencia será ofrecer una experiencia presencial sustentada por un entorno con una cierta excelencia investigadora. Eso puede ocurrir en el futuro, pero el presente ya ha traído la puesta en marcha de los nuevos grados tras la adaptación al proceso de Bolonia, lo que ha supuesto en muchos casos un aumento de la dedicación y los requerimientos docentes del personal. Lo peor es que, en mi modesta opinión, sin un correlato claro en cuanto a una mejora de la formación de los estudiantes. Es difícil estimar la reducción real del esfuerzo dedicado a la investigación por a este asunto, pero contribuirá sin duda a la desaceleración de la producción científica española.
La competencia a nivel nacional también ha aumentado significativamente. Las diversas nuevas organizaciones de investigación que se han ido creando han surgido en muchos casos fuera de las universidades. Con sus estructuras más flexibles, y con dedicaciones exclusivas de su personal, tienen de manera natural un grado de éxito en obtención de fondos superior a los laboratorios universitarios. Como los fondos son finitos, y cada vez menores, los grupos universitarios van teniendo más dificultades para mantener una razonable financiación, poniendo contra las cuerdas a grupos hasta hace poco razonablemente productivos. Es posible que una fracción, difícil de cuantificar, de estos grupos haya ya dejado de realizar actividades de investigación.
Para completar un escenario ciertamente oscuro, buena parte del personal investigador en las universidades está envejecido. En bastantes casos, muchos de los científicos líderes en la universidad superan ampliamente los 50 años. Quizás convenga recordar que la ciencia necesita ideas, ilusión y empuje, normalmente atributos mas frecuentes en la juventud. Pero las tasas de reposición impiden nuevas contrataciones, e incluso cuando estas ocurran vendrán en la mayoría de los casos exclusivamente motivadas por las llamadas necesidades docentes que no suelen concentrarse en las áreas científicas y tecnológicas, con menor número de alumnos. De manera relacionada, una generación de jóvenes ha preferido, ciertamente en muchos casos de manera obligada, otras latitudes para desarrollar sus carreras y sus habilidades en la ciencia. Y como guinda, el estado de ánimo general de muchos investigadores universitarios es bajo, lo que tiende a justificar cierta dejadez que puede conducir al abandono completo de la investigación.
La tormenta casi perfecta se está produciendo en algunas universidades que acuciadas por la presión de sus deudas y trabajando con una increíble “caja única”, han dejado a grupos que tenían financiaciones concedidas y que habían sido cobradas por la institución, sin dinero para poder trabajar por haberlo usado para tapar cualquier urgencia y encontrarse sin liquidez. Cuando esto sucede, el drama de los científicos que lo sufren es difícil de explicar: atrapados entre las entidades financiadoras que exigen el cumplimiento de los compromisos y de sus propias instituciones que no les permiten trabajar.
Quizás suene demasiado apocalíptico decir que existe el riesgo de desmantelamiento de una parte de la investigación en la universidad, que, aunque débil, había costado varias décadas construir. La vuelta a unas universidades exclusivamente docentes y locales es ciertamente un mal sueño para los que queremos lo mejor para nuestra universidad.
Debo confesarles que había terminado aquí este artículo, pero al releerlo me ha parecido demasiado pesimista. Así que déjenme que añada algunas ideas, no por bien conocidas todavía exóticas por estas latitudes, que nos podrían sacar de este atolladero. La dirección de nuestras universidades debería ser profesional, idealmente sin servidumbres internas y con capacidad para tomar todas las decisiones. Las medidas de choque urgentes deberían incluir el control exhaustivo de todas las nuevas contrataciones para asegurar que sólo los mejores jóvenes son los que se incorporan al sistema. La atracción de buenos científicos no podrá hacerse sin un cambio en las estructuras contractuales. Se necesitan unas horquillas de sueldo amplias ligadas a los éxitos y en permanente revisión. Todo el personal actual deberíamos someternos a evaluaciones anuales rigurosas que conllevasen una redistribución de los esfuerzos acorde a las capacidades y desenvolvimiento de cada uno. Tendría que abandonarse el funcionamiento de caja única, salvaguardando la integridad y la disponibilidad de los fondos conseguidos por los investigadores externamente. Y claro, además se necesita una financiación de la investigación suficiente, continuada y convenientemente fiscalizada.
¿Imposible? Supongo que al menos muy difícil, pero al fin y al cabo es lo que hacen de manera habitual en otros sitios y parece que les funciona bien. ¿El riesgo de no hacer nada? Será conformarnos con unas universidades sin investigación profesional, sin capacidad para generar nuevos conocimientos y alicortas para cumplir su misión fundamental. Yo personalmente, y creo que muchos otros, no quiero resignarme a ese futuro. Las próximas generaciones de estudiantes se merecen una universidad que haga honor a su nombre.
Pablo Artal es catedrático de Óptica en la Universidad de Murcia. Algunas de sus ideas sobre la ciencia y la sociedad se recogen en su blog Visión de Lejos.
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