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“A mí me motiva estar trabajando con los perdedores”

Jaime Moreno, sacerdote jesuita, cambió la ciudad por un proyecto educativo en los campos de refugiados de Chad

Jorge Marirrodriga
Jaime Moreno, sacerdote Jesuita destinado en República Centroafricana
Jaime Moreno, sacerdote Jesuita destinado en República CentroafricanaBernardo Perez

Que con 64 años te llame tu jefe para algo es ya casi imposible. Y que, además, lo haga para encargarte un proyecto que suponga un nuevo comienzo en tu labor roza lo milagroso. Pero eso es exactamente lo que le sucedió a este madrileño, exjugador de baloncesto y licenciado en Filosofía cuando, después de 30 años trabajando con diversos grupos en Madrid, fue convocado por su superior en 2009 para que cambiara la ciudad por un proyecto educativo en los campos de refugiados de Chad, en la frontera con la región sudanesa de Darfur.

“Me dio una gran alegría. Es como si a un deportista le convocan a las olimpiadas”, comenta mientras acaricia el vaso sobre la mesa Jaime Moreno, sacerdote jesuita y actual responsable del Servicio Jesuita del Refugiado (SJR) en la República Centroafricana.

De modo que un buen día Moreno tomó el avión y apareció en su punto de destino, rodeado de gente que lo había perdido todo. “Muchos de ellos miran a las organizaciones internacionales con el pensamiento de ‘a ver cuánto puedo sacar”, advierte. Y allí descubrió también que, aunque hay un abismo que separa a las sociedades occidentales de las del Tercer Mundo, tienen algunos inquietantes puntos en común.

“La principal dificultad con la que me he encontrado en mi trabajo es la corrupción. No te puedes fiar de nadie”, señala al calor del sol madrileño, amable en comparación con el que soportaban los refugiados sudaneses que miraban con curiosidad a este sacerdote que también se encargaba de que los niños musulmanes recibieran formación sobre el Corán. “Yo era el responsable de su educación en todos los sentidos, y tuve que buscar personas formadas que les enseñaran el islam”.

Este jesuita se encarga de la educación en Centroáfrica

La sesión de fotografía se convierte en una lección de geografía africana. El fotógrafo de EL PAÍS estuvo como enviado en la República Centroafricana y Moreno le fusila con nombres de una docena de localidades. Es el país al que fue enviado desde Somalia. “Es un agujero en el mapa, es el aislamiento total”, señala con un deje de tristeza. “La gran tragedia es la pobreza. Eso y lo poco que vale la vida. Va en el mismo paquete”, añade.

Moreno insiste en que prefiere no juzgar, pero tiene muy claros algunos rasgos de Occidente. “Aquí todo se centra en el éxito, en los ganadores, pero mi vocación es la de estar con aquellos que no le interesan a nadie”, afirma. “A mí me motiva estar trabajando con los perdedores y, para ellos, es importante estar con gente que reconoce su dignidad”, añade.

La situación en República Centroafricana con el caos instalado en el país y la capital, Bangui, escenario de saqueos, violencia indiscriminada y destrucción masiva de infraestructuras, ha obligado a salir de allí temporalmente a los trabajadores extranjeros.

“Llamo todos los días para saber cómo evoluciona la situación y en cuanto pueda regreso para allá”, cuenta Moreno a pocos metros de la cancha donde durante décadas jugó el Estudiantes de baloncesto y en cuyo primer equipo llegó a debutar. “Hay días en los que la cabeza me dice: ‘¿Merece la pena?’, y el corazón responde: ‘Sabes que tienes que estar allí”.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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