Formas en busca de una función
La cuádruple hélice de ADN es una de esas formas tan simples y eficaces, tan elegantes en el sentido científico del término, que no tienen más remedio que existir en la naturaleza.
Hay formas tan simples y eficaces, tan elegantes en el sentido científico del término, que no tienen más remedio que existir en la naturaleza. Un buen ejemplo es el fulereno, la forma del balón de fútbol clásico (el de los pentágonos negros y los hexágonos blancos), cuya estructura resultaba tan óptima para ensamblar 60 átomos de carbono que fue predicha antes de ser descubierta en el espacio interestelar; También la forma típica de los virus, el icosaedro, pudo deducirse antes de que pudiera observarse con el microscopio electrónico. Hoy salta a la luz un tercer ejemplo, y bien espectacular: la cuádruple hélice de ADN, o ‘cuádruplex-G’ para los íntimos.
El lector –o al menos el lector de este segundo párrafo— puede estar familiarizado con la doble hélice del ADN, uno de los iconos más hechiceros de la ciencia del siglo XX: la estructura de los genes, la forma que encarna en simples términos físicos el talento de la vida para reproducirse, adaptarse y evolucionar. En la doble hélice una hebra es complementaria a la otra como las dos mitades de un velcro, y eso lo que permite a cada hebra reconstruir a la otra en cada ciclo de división celular, y en cada generación humana. "El secreto de la vida", como cuenta la leyenda que anunciaron sus descubridores, Watson y Crack, en el pub The Eagle de Cambridge.
Pero la complementariedad, como el amor, es un arma de doble filo. No es en absoluto difícil que una hebra, por los caprichos de su secuencia (agcgct…) resulte ser complementaria a sí misma, y con unas reglas de apareamiento muy distintas de las convencionales. Esto es lo que ocurre en esa estructura seductora de la imagen, el cuádruples-G, donde ciertas secuencias de una hebra prefieren (termodinámicamente) ensamblarse unas con otras en vez de aparearse con sus complementarias en la hebra opuesta. La estructura es tan elegante que fue predicha hace diez años, y el trabajo de Shankar Balasubramanian y su colegas de la Universidad de Cambridge, presentado en Nature Chemistry, revela hoy esa configuración en nuestras células. De nuevo la forma hecha carne.
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