“No soy propiedad de nadie. No somos animales”
Rosa Ojeda, campesina y activista feminista en Perú, reclama el derecho de las mujeres a poseer las tierras que cultivan y que tradicionalmente heredan los hombres
Sus manos pequeñas pero fuertes revelan muchos otoños de siembra y recogida de lo que da la tierra. Pero Rosa Ojeda, de 50 años, es más que una campesina de una zona rural de Perú. Su defensa por el derecho de las mujeres a ser dueñas de los terrenos que trabajan y que por tradición heredan los hombres, ha derivado en una lucha personal por la igualdad de género en su país. Desde la niñez ha buscado la independencia. Empezó vendiendo quesos con nueve años para tener sus propios recursos, en contra de la voluntad de su padre. Hoy es vicepresidenta de la Federación Nacional de Mujeres Campesinas, Artesanas, Indígenas, Nativas y Asalariadas del Perú. En el tiempo transcurrido entre estos dos momentos vitales Ojeda ha nadado a contracorriente, superando tradiciones machistas que no entiende ni le gustan, algunas todavía por erradicar.
“Lo más doloroso es que no podamos poseer la chacra (terreno en el campo)”, lamenta. Ojeda habla con ternura de las papas que cultiva en las tierras que le dejaron sus padres al fallecer y de las que sus hermanos se desentendieron. Y critica que el entrante (pescado) no esté acompañado de patatas como sí se hace en Perú. Ella suele cocinar en casa y lo sabe bien. Encargarse del hogar es uno de los tres roles que cumple la mujer en su país, sobre todo en las zonas rurales, explica. Los otros dos son el campo y el reproductivo. Pero ella se cansó hace tiempo de que la mujer tenga que ser sumisa en la cama. “Yo no soy propiedad de nadie. No somos animales”, se queja. Sus ideas y su lucha le han costado el rechazo de su esposo y de alguno de sus hijos. “El impuesto es caro, pero lo pago por todas”, llora.
Ojeda no tuvo oportunidad de cursar más allá de la primaria. “La educación estaba reservada a los varones”, afirma, “pero yo era inquieta y me ayudé a mí misma”. De adulta, casada y con cinco hijos, empezó a estudiar por las noches. Primero cursos de capacitación de trabajadoras rurales; después, enfermería. “Capté que la formación era importante para las mujeres”. Aunque ganó algunas batallas en solitario en su provincia —buscando apoyos de puerta en puerta— para desarrollar programas de enseñanza para sus vecinas, sabía que sola no podría cambiar las cosas. Por eso se involucró en diferentes asociaciones hasta que en 2006 se creó la federación de la que hoy es vicepresidenta. “Ya estamos en 16 regiones y aglutinamos a 126.000 mujeres”, detalla orgullosa.
Cuando algún día seamos autoridades conseguiremos que no se siembre más cemento"
Nada parece poder frenar la lucha de Ojeda; ni siquiera sus dolores de espalda por cargar más arrobas de las que puede soportar. Esta vez el sacrificio ha sido amable. Ha venido a España —“me he sentido como una princesa en un hotel con tantos lujos”, confiesa— para explicar por qué es importante que las mujeres posean la tierra, en el marco de los encuentros Envivo que organiza Intermón Oxfam. No solo es una cuestión de justicia e igualdad, dice Ojeda, sino que está en juego la protección de la tierra. “Somos guardianas de las semillas y de la chacra”, asegura. Y alerta de que el Gobierno peruano planea vender algunos terrenos cultivados por mujeres para explotación minera. “Cuando algún día seamos autoridades —porque también queremos participar en la política— conseguiremos que no se siembre más cemento. Mata nuestra madre tierra”.
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