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Isabella Rossellini: “Si empezase ahora hubiera sido directora, algo impensable en mi juventud”

Actriz, modelo y granjera, nació y creció rodeada de cine, desapareció cuando la industria dejó de llamarla pasados los 40 y en los últimos años no ha parado de actuar, nominación al Oscar incluida. Brilla con la luz de las divas eternas con joyas de Bvlgari

Elsa Fernández-Santos

A sus 73 años, Isabella Rossellini se pasea por el mundo con una curiosa mezcla de mujer errante y cosmopolita, granjera-performer del siglo XXI y heredera de un encanto clásico en extinción. Hija de dos mitos de la historia del cine, Ingrid Bergman y Roberto Rossellini, conoció desde niña el escándalo —su madre sufrió las consecuencias de abandonar a su marido por Rossellini— y tras moverse con su familia por Europa encontró su puerto definitivo en los años setenta en Nueva York. Desde entonces, ha sido un referente de la moda y el cine de los ochenta y noventa; musa de David Lynch; el rostro más bello de Lancôme; modelo de Richard Avedon o de Steven Meisel para el libro Sex de Madonna….

Con la entrada del nuevo siglo se quedó sin trabajo por ser demasiado mayor, una adversidad profesional que ella supo convertir en oportunidad. A partir de los 40 su teléfono dejó de sonar, pero Rossellini se reinventó a través del estudio de los animales y sus conductas. La mejor decisión de su vida, asegura.

Modelo, actriz y granjera, hoy vive en su Mama Farm rodeada de perros, ovejas y gallinas. Su extraordinaria madurez es la demostración de que aceptar las huellas de la edad es una decisión sabia que en su caso, además, le ha reportado nuevos frutos profesionales. Dos décadas después de quedarse sin contratos, la carrera de Rossellini ha resurgido tanto en el cine como en la moda. Suya es la frase “con la cirugía ganas una batalla pero pierdes la guerra”. En su caso, esa decisión tal vez también tenga que ver con los problemas de espalda que padece desde niña y que provocaron su aversión al quirófano. Su primer perro, recuerda, fue un regalo de su madre cuando era muy pequeña para animarla después de su primera operación.

Elegante y reposada, tiene la boca de su madre y una dulzura gélida que puede intimidar. Es una mujer seria que sonríe todo el rato con el mismo control gestual que exhibe como modelo ante la cámara. El arte de posar es en gran medida el arte de saber permanecer quieta y ella domina una quietud física que contrasta con su ajetreada vida entre Europa y Estados Unidos. Su inglés con acento italiano condicionó su carrera, pero también le dio ese aura misteriosa que tan bien supo explotar David Lynch. Sentada en un estudio de fotografía a la afueras de Roma, extremadamente cauta y profesional, Rossellini respondió a esta entrevista antes de una larga sesión editorial con joyas de Bvlgari. “Me siento orgullosa de trabajar con esta gran casa romana”, dijo, y rechazó cualquier comentario sobre la actualidad: ”No soy ni una política ni una socióloga”.

¿Por qué decidió montar su granja en Estados Unidos?

He vivido toda mi vida en Estados Unidos. Nací en Roma pero a los tres años nos mudamos a París. Luego mis padres se divorciaron y no volví a Roma hasta los ocho o nueve años, donde viví durante la secundaria y el instituto, hasta los 18. A esa edad me fui a Estados Unidos para continuar con mis estudios y ahí he seguido. Empecé a trabajar, me casé dos veces... Nueva York ha sido mi casa, donde nació mi hija mayor y donde adopté, ya como madre soltera, a mi hijo. Algo que entonces solo era posible allí. Con todo esto quiero decir que en realidad nunca me he sentido de ninguna parte en especial. Crecí en Francia y en Italia, mi madre era sueca y por el trabajo de mis padres siempre nos movíamos mucho. Tampoco fue una decisión premeditada quedarme en Estados Unidos.

Como animalista convencida, ¿fue su opción de vivir en una granja una decisión política?

No, fue una cuestión personal. A los 45 años, el teléfono dejó de sonar y me tuve que inventar una nueva vida. No tenía trabajo, mis hijos estaban aún creciendo y decidí volver a la universidad. Los animales siempre me interesaron, asistía a muchas charlas. Una de ellas fue en el Hunter College, donde repartían unos folletos sobre su recién creado departamento de Etología, sobre el estudio del comportamiento animal. Me apunté. En lugar de sentirme marginada seguí mi curiosidad y funcionó. Cuando me gradué ya me había mudado al campo.

¿Echó de menos la ciudad?

Tenía una casa fuera de Nueva York a la que íbamos los fines de semana. Fue después del 11-S cuando decidí irme de forma definitiva. Mi hijo era pequeño y el atentado fue traumático para él. Él era feliz en el campo, la ciudad era cada vez más restrictiva para un niño. Cuando surgió la oportunidad de comprar el terreno de una granja lo hice. Al principio solo quería plantar un huerto para mí, pero la granja empezó a crecer porque existía una necesidad real de la comunidad alrededor nuestro. Mama Farm se convirtió en un lugar de visita para los hijos de mis amigos, para sus nietos, para los amigos de mi hija y para sus hijos. Venían de la ciudad a ver animales y plantas. Nunca pensamos en convertirlo en un lugar público, pero ahora lo es.

¿Le da paz la vida en el campo?

Esa es la típica pregunta de una urbanita. Mucha gente que es de la ciudad cree que el campo es un lugar para estar en calma. Pero es al revés, el campo es difícil y se trabaja mucho. En ningún caso se trata de un retiro para llevar una vida más tranquila. Ahora mismo tengo tres perros, ovejas, abejas y gallinas… Abastecemos con nuestros productos a 150 miembros y recibimos hasta 300 personas en una semana. Todo varía mucho según la temporada pero el trabajo es muy intenso. En el campo los ciclos de la vida ocupan un lugar central. Vivir en una granja tiene algo muy dramático y poético a la vez.

¿De dónde surgió la inspiración para Green Porno Live, su serie sobre el comportamiento sexual de los animales?

Bueno, es todo más o menos de la misma época. La idea era hacer algo de vanguardia, con muy poco dinero y muy independiente. He colaborado mucho con el Instituto Sundance, fundado por Robert Redford, y ellos me ayudaron a darle forma al experimento.

La serie es un derroche de humor e imaginación. ¿Por qué cree que conectó tan bien el público?

Coincidió con el nacimiento de YouTube. Sundance creó su canal y me avisaron de que con YouTube tenía todo el sentido mi proyecto, que consistía en piezas muy breves, de apenas unos minutos. Empecé haciendo cinco y fueron tan exitosas que he acabado haciendo unas 45.

¿Cuál fue el primer animal que representó?

Recuerdo la libélula. Pero creo que el primero fue una araña voladora… Las arañas son tan excéntricas...

El vestuario de la serie es suyo…

Mío, de Rick Gilbert y Andy Byers, dos de mis colaboradores. Ellos aportan muchísimo. Yo planteo la idea y ellos suman nuevas capas. Pero el diseño de vestuario siempre me interesó, de hecho fue mi primera vocación y cuando terminé la escuela en Italia fue mi opción de estudios. Me interesa mucho.

¿Se dedicó a ello profesionalmente?

Cuando empecé a trabajar de modelo todo cambió. Tuve éxito y me quedé sin tiempo para lo demás. Pero mi vocación con el vestuario enriqueció mucho mi trabajo como modelo y como actriz. En el fondo todo está muy conectado.

Este año se cumple el 80° aniversario del estreno de Roma, ciudad abierta, obra fundacional del neorrealismo dirigida por su padre y primera parte de la trilogía de la posguerra que conforman Paisá y Alemania, año cero, una película en la que su padre se atrevió a tratar el trauma de la guerra desde el punto de vista de un niño alemán. Él fue sin duda un cineasta muy valiente, un humanista al que le preocupaba la verdad. ¿Cómo carga usted con la responsabilidad de ese legado?

Mis hermanos y yo hemos sido muy activos en el estudio y conservación tanto con el archivo de mi padre como con el de mi madre. Hemos trabajado muy de cerca con la extraordinaria Filmoteca de Bolonia para la restauración de su obra. Una parte importante del archivo de mi padre está en la casa de mi hermano, en Roma. Y el de mi madre está en Estados Unidos, en la Universidad Wesleyan [Connecticut].

¿Qué cree que diría hoy su padre sobre el mundo?

Mi padre pasó por dos guerras mundiales, es algo que siempre les recuerdo a mis hijos cuando, ya sea por la pandemia u otros motivos, se muestran apocalípticos. Les digo: “Vuestro abuelo pasó por dos guerras mundiales y nunca dejó de hacer cosas ni de ser feliz”. Y eso es exactamente lo que debemos hacer nosotros, esa es para mí su lección: su vitalidad, sus ganas de hacer.

Hay una foto preciosa suya de niña, en un rodaje, en el regazo de su padre, observando su reloj de muñeca. Imagino que aunque se casó varias veces y no fueron sencillas las relaciones familiares fue una figura central en su infancia.

Adoro esa fotografía. Mi padre tuvo siete hijos con tres esposas pero la relación con él siempre fue muy cercana para todos. Era un patriarca que nos inspiraba a cada hijo, también a mis primos, muchos se dedicaron a oficios relacionados con el cine. Mi abuelo paterno, Angelo, era arquitecto y construyó el primer cine de Roma, el Barberine. Así que mi padre también llegó al cine por su padre.

¿Qué película es su favorita?

No es fácil elegir… Adoro Francisco, juglar de Dios pero comparto su devoción por Alemania, año cero. A mí me conmueve cómo mi padre se fue a Alemania en aquel momento para reivindicar que bajo los escombros del nazismo también había alemanes inocentes. Sin duda es una película que da la dimensión del hombre maravilloso que era. También me gustan las películas experimentales que rodó con mi madre y cómo siempre buscó nuevos lenguajes. En realidad lo que más admiro de mi padre es que nunca dejó de perseguir nuevas formas de contar. Y es curioso, porque no veía mucho cine. No era competitivo. ¿Sabe de quien tenía una fotografía en su escritorio? De Charlie Chaplin. Él fue su mayor inspiración.

¿Y su madre? Usted ahora sabe qué es envejecer ante las cámaras. Por desgracia, es duro para una actriz.

Mi madre falleció [en 1982] con 67 años. Pero conoció el rechazo de Hollywood mucho antes, cuando se enamoró de mi padre y el escándalo fue tal que no la dejaron trabajar allí más. Aquello fue un golpe para ella. Cuando se divorció de mi padre [en 1957, siete años después del nacimiento de su primer hijo, Roberto] ya era una mujer mayor para Hollywood, algo que tampoco ha cambiado tanto para las actrices maduras de ahora.

Pero trabajó mucho…

Sobre todo en el teatro. Se mudó a Londres y desde allí viajaba por el mundo. Estando enferma de cáncer siguió trabajando. Pero como cualquier actriz, de entonces y de ahora, sufrió por su edad. Si en algo ha cambiado el panorama actual es porque las actrices son productoras y hacen sus propias películas. Nicole Kidman es productora, ella desarrolla el material previo a sus películas. Eso no existía en la época de mi madre. Uno de los efectos positivos del streaming es que se puede penetrar en audiencias muy diversas, y una de ellas es la de las amas de casa que no tienen tiempo para ir al cine. Las cosas han cambiado, la discriminación no es tan severa como en la época de mi madre, pero eso no significa que no exista. Aún hay mucha discriminación para una actriz mayor.

¿Cómo es, como hija, verla en la pantalla? ¿Ha querido parecerse a ella?

La admiro mucho, me encanta ver sus películas. Su influencia en mí es enorme pero las cosas no pueden ser así de literales y cuando actúo no me miro en ella. Cuando rodé Cónclave podría haber pensado en su personajes de una monja en Las campanas de Santa María, pero no lo hice.

Cónclave le valió una candidatura al Oscar. ¿Va a seguir trabajando de actriz?

Jamás pensé que volvería a trabajar, la verdad. Ni como actriz ni como modelo. Estoy encantada, pero aún no sé muy bien dónde colocarlo. Acabo de rodar una película en Londres sobre Wallis Simpson, junto a Joan Collins, que tiene 94 años, y dirigida por Mike Newell, que tiene 83. No nos dejan contar mucho… Y también he terminado la serie de ciencia ficción, The Beauty, con Ryan Murphy.

Usted pertenece también al universo del cine de David Lynch. ¿Cómo describiría su trabajo con él?

Es un universo tan peculiar y fascinante que no sé cómo explicarlo, aunque algo curioso es que todos los que trabajamos con él acabamos de alguna manera siendo de su familia. Fue un gran creador de atmósferas. En la mayoría de sus historias no había una narrativa directa, quizá no entendías de qué iba la cosa, pero la manera de capturar el ambiente, el misterio, era lo interesante.

¿Cómo se conocieron?

Apenas había trabajado como actriz antes de Blue Velvet. Nos conocimos en un restaurante que acaba de abrir Dino de Laurentiis. Yo estaba con la esposa de Dino y él con unos amigos suyos. Al final de la comida acabamos en la misma mesa. Al día siguiente, me envió el guion.

¿Prefiere ser actriz a modelo?

Para mí ser modelo es actuar. Como modelo también me invento un personaje. Como hoy, con las joyas y la ropa de esta sesión. Al final se trata de crear una emoción con el rostro de una persona. Como madre, además, siempre fue más fácil el trabajo de modelo que el de actriz. El proceso es más corto. Por eso lo adoro.

El lugar de las mujeres en el cine y la moda ha cambiado mucho en los últimos años. ¿Cómo cree que habría sido su carrera si empezase hoy?

Estar aquí ahora es la prueba de que las cosas no me han ido tan mal. Pero es probable que hubiese sido directora, algo impensable en mi juventud. Recuerdo que una vez mi madre me susurró que ella a esas alturas de su vida podía dirigir cine. Me lo dijo muy bajito porque entonces la idea de una mujer dirigiendo era absurda. Pero ella lo sentía así, se veía capaz después de todo lo que había aprendido como actriz. Tenía historias para contar y sabía perfectamente dónde colocar la cámara.

Usted ha trabajado en La Quimera con Alice Rohrwacher. Es una de las cineastas con más talento del presente que además está muy interesada en la idea de la comunidad desde una perspectiva de género. ¿Le interesa trabajar con mujeres?

Me encantó trabajar con ella y ojalá vuelva a llamarme. Estoy muy interesada en las mujeres directoras. Me atraen los ángulos que las mujeres aportan a las historias. El cine dirigido por mujeres conforma una nueva ola de la que me siento muy cercana.

La mirada de Rohrwacher es muy poética y a la vez muy política en su crítica al sistema. ¿La considera heredera de su padre?

No veo a mi padre como un cineasta político, sino humanista. De hecho creo que huyó de la política para hablar de seres humanos. Él no fue a Alemania a decir que los nazis eran fascistas sino para buscar la redención en lo humano.

EQUIPO

Estilismo Beatriz Moreno de la Cova
Maquillaje Nicoletta Pinna (Simone Belli Agency)
Peluquería Lorenzo Barcella (Julian Watson Agency)
Producción Cristina Serrano
Producción local Gemma Soriano y Berta Prim (247 Plus)
Asistentes de fotografía Federica Falcone y Matteo Fusacchia
Asistente digital Lorenzo Profilio
Asistente de estilismo Diego Serna

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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