Instrucciones para dormir una siesta
Vivo deprisa para poder detenerme en lo lento, en aquello a lo que yo decido dedicarle mi mejor tiempo: una película, un masaje, una siesta.

“Presumía de vago para coquetear, pero ya no me escondo: soy feliz en la prisa”. El día 29 de agosto de 2022 leí esta frase escrita por Sergio del Molino en un artículo de este periódico que recorté y guardé. El texto se llamaba Soy feliz en la prisa, me crezco en la sobrecarga de trabajo. En él el autor defendía lo indefendible: la urgencia, las pocas ganas de retirarse a un lugar tranquilo. Era brillante, no tenía desperdicio y yo respiré aliviada: yo sentía lo mismo pero no me atrevía a reconocerlo. Imaginaba a los apóstoles de la vida lenta moviendo mucho los bracitos al leerlo. Me gusta estar ocupada, me gusta caminar rápido por la calle. Hala, ya lo he dicho. Unpopular opinion. Qué liberación. Hace años, cuando tuve que decidir con qué oficio definirme en las tarjetas de visita, cuando se usaban, elegí tres palabras: “Hago muchas cosas”. La vida es corta, pero ancha. Eso me define y enriquece y lamento (o no) que esté desconectado con las corrientes que proclaman la simplificación de la vida y el beatus ille.
El bienestar contemporáneo persigue una vida tranquila y no seré yo, una mindundi, quien lo refute. Lo que defiendo es que, para poder comer con calma, disfrutar de un facial un miércoles y lavarme el pelo con delectación necesito caminar rápido. Vivo deprisa para poder detenerme en lo lento, en aquello a lo que yo decido dedicarle mi mejor tiempo: una película, un masaje, una siesta. Corro para estar tranquila. La siesta. Qué gran tema. No estamos durmiendo bien la siesta. Julio Cortázar escribió un Manual de Instrucciones en el que nos explicó cómo llorar, subir una escalera o dar cuerda a un reloj. Agradezco releer el relato de las escaleras, porque me recuerdan que debo olvidarme del ascensor y no necesito el del llanto, pues lloro de maravilla, con la dignidad de una virgen barroca. Sin embargo, echo de menos que hubiera escrito Instrucciones para dormir una siesta.
Tendré que animarme yo y hacerlo, sin su genio, pero con la mejor de las voluntades, porque, gentes españolas: no puede ser que hayamos inventado la siesta y no la ejecutemos con precisión. La siesta perfecta solo debe dormirse si se necesita, no llega al sueño profundo, dura 15-20 minutos y se realiza en un sillón con la espalda recta para evitar reflujos. La siesta perfecta terminaría cuando se nos cae la cabeza en un gesto tan involuntario como humillante. En ella no hay sueño, sino abandono. Me lo explica el doctor Rafael Navas, especialista en sueño. Me habla de una app llamada RoncoLab que graba una noche completa, analiza los ronquidos si los hay, su duración, frecuencia e intensidad y ofrece consejos para remediarlos. Además, insiste en que el clásico chasquido que se realiza para advertir a alguien de que ronca no es más útil que rozarle ligeramente el brazo, de esta manera, cambia la postura y el ronquido se detiene. Probé RoncoLab en seguida porque, como ya sabéis en este punto, hago muchas cosas y muy rápido, pero no contaré el resultado. Me pregunto si la teoría de la siesta perfecta casaría con las siestes littéraires que se organizan en París. Se trata de unas veladas que tienen lugar en la Maison de la Poésie los domingos a las 15 horas y que unen un gesto insólito: una siesta colectiva, a la voz de Emmanuelle Tornero con música de fondo. Desde luego, siempre nos quedará París. Esta tarde intentaré dormitar en casa escuchando un podcast de Cortázar leyendo, con su acento porteño con egge afggancesada, las Instrucciones para subir una escalera. Hago muchas cosas. Subo pocas escaleras.
*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones confesas? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.
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