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¿Cómo afecta el ‘jet lag’ a nuestra salud? Una colección de muestras biológicas de auxiliares de vuelo puede ayudar a descubrirlo

Dos investigadoras del CNIO estudian los efectos de la falta de sueño en el sistema inmunitario. Algunos estudios lo han relacionado con la probabilidad de sufrir accidentes coronarios. Ellas creen que también aumenta el riesgo de sufrir cáncer

Daniel Alba Olano, trabajador del biobanco del CNIO, abre uno de los arcones donde se guardan las muestras de la colección.
Daniel Alba Olano, trabajador del biobanco del CNIO, abre uno de los arcones donde se guardan las muestras de la colección.Pablo Monge
Enrique Alpañés

El reloj marca las 10:37 al entrar en el jardín del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). El sol se filtra entre las cercanas cinco torres, símbolo del centro financiero de Madrid, como si fueran las 10:37 de un día de final del verano. Dentro del edificio, los empleados van de un lado para otro atareados como si fueran las 10:37 de la mañana. Los tres relojes que rigen nuestra vida, el social, el solar y el interno, parecen estar sincronizados. Pero aquí se estudia qué sucede cuando todo esto salta por los aires. ¿Puede este desajuste hacernos más vulnerables ante enfermedades como el cáncer?

La respuesta yace congelada en el sótano del CNIO. Allí, en enormes arcones frigoríficos, se guarda la primera colección de muestras biológicas de tripulantes de cabina de pasajeros. Este colectivo vive en un jet lag constante que tiene consecuencias en su salud. “Es como la resaca, cuando eres joven lo aguantas y te repones en seguida, pero con los años cada vez cuesta más”, explica Virginia López del Alcázar, encargada de salud profesional de la Asociación Española de Tripulantes de Cabina de Pasajeros. Ella, que también fue tripulante, explica que entre sus compañeros ha calado la idea de que hay mayores tasas de enfermedades, pero no tienen los datos que lo respalden. Así que pensó que, en lugar de especular, sería mejor establecer una base científica, pues solo de esta manera podrían conseguir una protección laboral. Se puso en contacto con el CNIO, y les propuso cederles muestras biológicas para estudiarlo. Desde 2021, dos veces al año, más de un centenar de asistentes de vuelo donan sangre, saliva, uñas, heces y orina, componiendo una colección longitudinal en la que ya se pueden empezar a señalar patrones y tendencias. De esta forma, un avance científico podría propiciar un avance sindical.

María Jesús Artiga es la directora científica en funciones del biobanco del CNIO. Dar un paseo con ella por las instalaciones impresiona. Decenas de contenedores alineados custodian unas 50.000 muestras de cerca de 9000 donantes. “Las cifras dan vértigo, pero este es un biobanco pequeño si lo comparamos con el de un hospital”, contextualiza ella. “Da igual, el nuestro es un concepto distinto”. Al abrir el contendor el ruido es fuerte y la neblina, densa. Las muestras se mantienen a -196 grados y solo se pueden sacar con unos gruesos guantes y una pantalla facial. “Aquí hemos optado por tener colecciones estratégicas, dirigidas a una línea de investigación concreta”, explica la experta. Solo de esta forma se pueden garantizar investigaciones como la que quieren dar a conocer hoy.

Las biólogas Alba de Juan y María Casanova-Acebes han sido las primeras en interesarse por esta colección. Tres pisos más arriba, en su laboratorio, explican que su idea es entender los ritmos circadianos de las células sanas y de las cancerígenas. Quieren destripar estos relojes biológicos, para analizar sus engranajes, comprender si pueden sincronizarse para minimizar los estragos de la enfermedad. También pretenden ver qué le pasa a nuestro sistema inmune cuando dejamos de dormir. “Pensamos que en las personas con el horario cambiado, el número y las funciones de sus leucocitos dejan de ser óptimas”, explica de Juan, “que su sistema inmune se ve alterado. Ahora tenemos que demostrarlo”.

María Casanova-Acebes, bióloga del CNIO
María Casanova-Acebes, bióloga del CNIOPablo Monge

Nuestro reloj interno marca los ritmos circadianos, cambios biológicos que siguen un ciclo de 24 horas y que componen una especie de horario laboral celular: a la hora de comer, nuestras células segregan ciertas proteínas. Suena una alarma interna porque es la de dormir, se liberan otras. Al día siguiente, el sistema inmune se despierta y aumenta el número de glóbulos blancos cuyo número desciende al caer la noche. Todo está sincronizado con los ritmos solares después de milenios de evolución y adaptación al medio. Desacompasar nuestros horarios de aquellos que nos marca el cuerpo puede tener consecuencias en nuestra salud y la literatura científica ha empezado a analizarlos.

El trabajo nocturno a largo plazo se asocia con un incremento de peso. También se ha señalado cómo aumenta el riesgo de sufrir cardiopatías coronarias. Algo menos probado está su relación con el cáncer. La Agencia Internacional de Investigación del Cáncer clasifica el trabajo que altera ritmos circadianos como “probablemente carcinógeno”. Esto significa que ya hay “evidencia experimental suficiente” en animales, pero “limitada” en humanos. Esta evidencia limitada se sustenta en estudios como el de la Universidad de Huelva, que analizó a grupo de enfermeras que tenían que hacer guardias. El estudio señaló “asociaciones significativas entre el cáncer de mama y los turnos nocturnos rotativos prolongados”. También vio una relación entre las alteraciones en ciertos marcadores del ritmo circadiano (como la melatonina), marcadores epigenéticos (como los telómeros) y el cáncer de mama. Este análisis apuntaba, pero no apuntalaba: “hay que investigar más para confirmar estos indicios”, decía. Es lo que se proponen hacer de Juan y Casanova-Acebes.

Alterar nuestros ritmos circadianos puede hacernos más vulnerables ante las enfermedades, pero conocer los ritmos de estas, puede ser la clave para combatirlas. Porque virus, bacterias y células cancerígenas también parecen regirse por un horario y un reloj interno. Es algo que todos los enfermos han podido comprobar en sus propias carnes. La fiebre suele subir después de comer o a primera hora de la mañana. Los ataques de tos a menudo son más violentos por la noche. Parecen anécdotas, pero son pistas. “Estos son datos a recoger, los investigadores tenemos que confirmar o refutar esta parte observacional a través de experimentos”, confirma Casanova-Acebes. Su colega abunda en esta idea señalando que lo que ellas quieren es “darle una base científica a la sabiduría popular”.

Su estudio es llamativo pero no único. En los últimos años, se ha empezado a prestar atención al hablar de salud no solo al qué y al cómo sino al cuándo. “Se ha comprobado que los infartos de miocardio se dan con mayor proporción por la mañana”, explica Casanova-Acebes. “Y eso es porque hay mayor concentración de células inflamatorias y plaquetas. Por eso, a una persona que tiene un trombo es mejor darle los coagulantes por la noche, dándoles tiempo para que actúen”. Hay estudios en marcha que también investigan si el horario en el que se administran los tratamientos contra el cáncer puede ser relevante y los resultados provisionales, aunque insuficientes, parecen sugerir que así es. El presente análisis podría explicar por qué. Aún es pronto para hacerlo, matizan las biólogas. No creen que puedan tener datos hasta dentro de un año y medio. Pero son optimistas, el poder contar con una colección amplia y sostenida en el tiempo puede marcar la diferencia con otras investigaciones similares. Están comparando cómo evolucionan las células de tres grupos: uno que realiza viajes de larga distancia, otro que realiza viajes de media distancia, y un tercero, de control, que no apenas viaja.

 Alba de Juan, bióloga del CNIO
Alba de Juan, bióloga del CNIOPablo Monge

Su trabajo podría aplicarse a personas con falta de sueño crónica, pero han querido analizar a azafatos de vuelo y no a personas con insomnio por un motivo claro. “El insomnio tiene una casuística muy complicada”, explica de Juan. “Puede venir propiciado por daños a nivel cerebral o cognitivo y eso añade cierta distorsión…” Lo que sí parece evidente es que la ansiedad provoca insomnio y vivimos en una sociedad ansiosa, reflexiona la bióloga. Eso tiene impacto en los ritmos circadianos y, de rebote, en nuestra salud. “Con este tema puede pasar como pasó hace años con la bollería industrial, que con estudios se vio que era importante cuidar la alimentación. Gracias a análisis como el que estamos haciendo podremos ver la importancia de mantener una salud en nuestros ritmos circadianos. Y esto supone no solo estar más protegido contra el cáncer, sino para luchar contra cualquier tipo de enfermedades o infecciones”.

Los ritmos circadianos se marcan por nuestro reloj interno, pero este está sincronizado con el externo, con los ciclos del sol y la luna. El uso y abuso de luz artificial, los trabajos nocturnos, los viajes en avión y el jet lag asociado a los mismos han distorsionado esta sincronización. Además, a estos factores externos se unen otros internos. Según la Sociedad Española de Neurología, más de cuatro millones de españoles sufren insomnio. Todos estos hechos no sirven para explicar la aparición de enfermedades, no son cancerígenos como lo es el tabaco o el alcohol. Pero distintos estudios apuntan a que pueden comprometer no solo nuestra salud mental sino la física. A que están afectando a nuestro organismo de formas que aún no terminamos de comprender. El trabajo de estas científicas del CNIO puede ayudar a entenderlo y hacernos tomar medidas.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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