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Kelly Wilson: “Hay que abrazar las ansiedades. Tu mayor vulnerabilidad suele ser lo que más amas”

El psicólogo estadounidense publica un libro sobre la ansiedad en el que desgrana las formas de convivir con timidez, fobias e inseguridades

Enrique Alpañés
Kelly Wilson
El psicólogo Kelly G. Wilson.

Kelly G. Wilson no es un tipo pesimista, algo que se empeña en subrayar varias veces en una distendida conversación por videoconferencia. Quizá es una forma de explicar el título de su último libro, Las cosas podrían ir terriblemente mal (Arpa, 2023), que firma a cuatro manos con el terapeuta conductual Troy DuFrene. Con este condicional no pretende tanto ponerse en lo peor, como abrazar los miedos y convivir con la ansiedad como una forma de terapia. Wilson, (Olympia, Estados Unidos, 69 años) es psicólogo y profesor de la Universidad de Misisipi, Estados Unidos. Superó en su juventud problemas de drogodependencia e ideas suicidas. Se convirtió después en académico y pionero de las terapias de aceptación.

Su carrera se puede resumir en tres letras ACT. Pero quizá eso sea resumir demasiado; este es el acrónimo, por sus siglas en inglés, de las Terapias de Aceptación y Compromiso, una teoría que Wilson empezó a predicar en los años noventa y que ha ido ganando peso en el mundo de psicología con los años. Viene a decir que es mejor asumir las miserias en lugar de evitarlas, conectar con los propios miedos en vez de protegerse de ellos. En su último libro explica, tirando de experiencias y estudios, que no hay que huir de la ansiedad. Que, en su lugar, lo mejor es meterse de lleno en ella, sentarse tranquilamente y mirar alrededor.

Pregunta. Las cosas podrían salir terriblemente mal. Vaya título…

Respuesta. Bueno, es bastante cierto, ¿no? Si vives lo suficiente, experimentarás una tragedia. Quiero decir, es una parte inevitable de la vida en la medida en que estás involucrado en el mundo, te preocupas por él y vives con cierta pasión, eres vulnerable a la pérdida. Personalmente, soy una persona bastante optimista. Creo que la gente puede liberarse. Simplemente, no creo que la mejor forma de hacerlo sea deshacerse de la tristeza, la ansiedad y cosas así.

P. Y, sin embargo, en cierto sector de la psicología, se repite la idea de que las cosas irán bien, de que saldremos mejores, que querer es poder…

R. Veo ese tipo de cosas a menudo en internet: gente que predica la psicología como un ejercicio de autoafirmación, que repite como un mantra eso de “soy suficientemente bueno”, “merezco ser amado”. Y no hay pruebas de que hacer esto tenga un efecto positivo. De hecho, hay algunos datos que sugieren lo contrario. Por ejemplo, hubo un estudio en el que participaron niños con baja autoestima y otros con alta autoestima. Y todos tuvieron que hacer este tipo de ejercicio de autoafirmación, repetirse a sí mismos que eran buenos. Los niños que tenían una alta autoestima se sintieron un poco mejor consigo mismos por un momento. Pero los niños que tenían baja autoestima en realidad se sentían peor.

P. En su libro habla de mindfulness. ¿Por qué cree que este concepto, que se ha utilizado durante milenios en distintas religiones, se ha vuelto tan popular en los últimos años?

R. Supongo que hay algunas muy buenas razones y también algunas malas. Vivimos en un mundo en el que no se presta atención plena. Todo va sobre eficiencia. Tienes que hacer muchas cosas y muy rápido. Mi reloj me está vibrando en la muñeca, avisándome de lo siguiente. Mi móvil está lleno de notificaciones. El mundo fluye hacia nosotros como no lo ha hecho en ningún otro momento en la historia de la humanidad. Tenemos más acceso a lo que sucede en el mundo y de maneras que se entrometen activamente en nuestras vidas. Creo que la gente tiene hambre de la simplicidad, de experiencias. Antes de esta entrevista, por ejemplo, estuve dos horas paseando por los senderos de montaña en el desierto. Salí al amanecer, y somos solo yo, la vida silvestre, el cielo y el sol. No me pongo música ni nada. Es solo el sonido de mi propia respiración, mis pies golpeando el suelo…

P. Yo estaba en el metro y aproveché el viaje para responder mails. No siempre es fácil encontrar ese tiempo y ese lugar para meditar.

R. Exacto, y hay que preguntarse, ¿cuándo tendremos una oportunidad para parar? Vivimos en un mundo acelerado y hay que buscar activamente esos momentos de pausa. Y además tenemos que encontrar prácticas que nos funcionen. Las meditaciones clásicas, sentado, en silencio… son hermosas, pero son prácticas monásticas. Y para algunas personas pueden funcionar, pero hay muchas otras formas de practicar mindfulness, de centrarse en el ahora con atención plena. Por eso animo a la gente a que encuentre una práctica que le funcione. Yo, por ejemplo, no soy un muy buen meditador cuando se trata de meditaciones sentadas. Pero puedes probar con el yoga, correr por el campo, nadar…

P. Cuando hablamos de ansiedad, más allá de las causas internas, ¿cuán importantes son las externas, las ambientales?

R. La gente suele suponer que muchas dificultades psicológicas son básicamente algo que sucede dentro del organismo. Pero sabemos que eso no es cierto, incluso en las dificultades psicológicas más hereditarias. Cuando alguien te dice que tiene problemas de ansiedad, normalmente se queja de algo externo. Digamos que eres una persona vulnerable a cierto nivel de ansiedad. Y la ansiedad no es un continuo, hay momentos de la vida con picos en determinadas situaciones. Pero algunas personas claramente parecen ser más vulnerables, tal vez debido a variantes genéticas, pero también porque tenemos historias de vida diferentes.

P. ¿Y qué hace la gente cuando llega ese pico de ansiedad?

R. Digamos que soy una persona que tengo cierta fobia social, tengo miedo de que la gente se dé cuenta, de que me humillen, que me vean como débil o que se aprovechen de mí. Una de las formas más fáciles de controlar esa ansiedad sería no estar rodeado de gente. O medicarme para alejar la ansiedad. Pero date cuenta de lo que acaba de pasar allí: mi vida se hizo un poco más pequeña. Una de las cosas que pasan con la ansiedad es que la gente se da cuenta de la fuente que la genera e intenta cortarla. Y después intenta no pensar en ello. No vas a una fiesta porque te genera ansiedad, y no piensas en que no has ido porque te genera más ansiedad. Es una historia común, estar ansioso es algo por lo que estar ansioso.

P. Y lo que usted propone es lo contrario, abrazar esas ansiedades y aceptarlas.

R. Correcto, hay que abrazar las ansiedades por tu propio bien. Los valores y las vulnerabilidades nacen del mismo lugar. Tu mayor vulnerabilidad suele ser lo que más amas. Lo que más anhelas es también el lugar en el que eres más vulnerable. Así que no conozco ninguna manera de alejarnos de las inseguridades que no implique también alejarnos de nuestros valores. ¿Qué hacemos con ese mundo interior? ¿Qué hacemos con las situaciones que nos ponen ansiosos o tristes? Podemos retirarnos y que nuestro mundo se haga más pequeño. Pero es posible, y sé que suena como una idea loca, tomar una relación diferente con esas experiencias.

P. Solo el 3% de la población es diagnosticada con trastorno de ansiedad, pero dice usted que las cifras mienten. ¿Por qué?

R. Una de las cosas que sucede con el diagnóstico es que dividimos los problemas psicológicos en muchas, muchas categorías. Bueno, hay algunos de aquí que están ansiosos y otros que están más deprimidos. Y ya tienes dos categorías. Luego entras en las que están ansiosas y dices, bueno, algunas de estas personas están ansiosas por los espacios públicos, pero no lo están por los espacios cerrados. O están socialmente ansiosos, pero no les preocupan las alturas. Muy pronto tenemos la ansiedad dividida en 100 categorías. Y cada una de ellas podría representar un porcentaje bastante pequeño, pero si las sumas, es mucho mayor.

P. ¿Y estas cifras están aumentando? ¿Estamos más ansiosos ahora que hace unos años?

R. Es una pregunta complicada. Sí, existe alguna evidencia que sugiere que los niveles de ansiedad y depresión, al igual que su prevalencia a lo largo de la vida, han aumentado notablemente. Pero yo diría que debemos ser un poco cautelosos con eso. Yo, con mi edad [69 años] sí, me he sentido deprimido y ansioso. Y lo he dicho. Si le preguntaras a mi padre sobre eso, es poco probable que te contestara. Y mi abuelo jamás habría confesado un problema psicológico. Creo que es saludable que la gente pueda hablar de estas cosas en voz alta. Yo siempre he sido bastante abierto acerca de lo mío. He mencionado mi historia de salud mental. Depresión suicida. Hospitalización psiquiátrica. Y una adicción severa a las drogas y al alcohol hasta los 30 años.

P. ¿Por qué es importante decir estas cosas en voz alta?

R. En parte hablé de ello porque cuando escribo y enseño sobre el sufrimiento psicológico lo hago desde aquí [se señala un punto intermedio entre el estómago y el corazón]. Los libros se escriben de adentro hacia afuera. Así que tenemos algo que ver con la ciencia, pero también con la experiencia vivida de forma real.

Crecí en los años 50 y 60, en este mundo hipermasculinizado, y cualquiera podría hacerme llorar. Era terrible ser un niño en este mundo de machos. Lloraba fácilmente, estaba más interesado en la máquina de coser de mi madre que en el fútbol. Y pensé que esa vulnerabilidad que tenía era el enemigo. Y traté con todas mis fuerzas de empujarlo hacia abajo, de reprimirlo. Y lo que terminó pasando es que esa misma vulnerabilidad me ha permitido escuchar el sufrimiento de los demás y no tener que huir de él. Eso que pensé que era el enemigo se ha convertido en un activo increíble. No sin dolor, sino con propósito.

P. En ese sentido, parece que estamos avanzando. Las generaciones más jóvenes han comenzado a hablar sobre salud mental.

R. Tengo dos hijos mileniales y uno de la generación X. Han crecido en un mundo donde la gente habla de estas cosas. Hay un montón de cosas de las que no hablábamos en los cincuenta, sesenta y setenta. Y no era saludable. Piensa en todas las cosas de las que se habla ahora que estaban ocultas a la vista entonces… Así que creo que es bueno para ellos. Aunque a veces me preocupa un poco que la gente se identifique demasiado con sus diagnósticos. Como si se convirtiera en una especie de etiqueta. Hay más en mí que mi historia de alcoholismo. Hay más para mí que mi historia de depresión… ¿Y qué es ese más? Todavía lo estoy descubriendo. Felizmente.

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Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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