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Atracón de series, malestar emocional y falta de sueño: el círculo vicioso del ‘binge-watching’

La visión compulsiva de capítulos televisivos se relaciona con problemas de salud, desde dolores de espalda hasta fatiga visual y problemas de visión y sobrepeso

Compulsive television viewing
Alvaro Lavin Renteria (Getty Images)

Hoy en día, en las principales aplicaciones de vídeo bajo demanda, mientras uno intenta encontrar una película o una serie en mitad de catálogos infinitos e inabarcables, no es extraño toparse con selecciones realizadas por editores o algoritmos que se anuncian bajo el reclamo de “series perfectas para un maratón” o “las series más maratoneadas por los fans”. El binge-watching o atracón de series ha generado no poca literatura científica en los últimos años, sobre todo desde la expansión por todo el mundo de plataformas como Netflix, HBO Max, Amazon Prime Video o Disney+, que ofrecen al espectador la posibilidad de ver series enteras de un tirón, sin necesidad de esperar al estreno semanal de un nuevo capítulo, una espera que constituía la norma hasta hace no tanto.

Más allá de la ventaja que esta disponibilidad supone para los espectadores, esta práctica de visión compulsiva de capítulos se ha relacionado con algunos problemas vinculados a la salud, desde dolores de espalda hasta fatiga visual y problemas de visión, pasando por el incremento del riesgo de accidente cardiovascular debido al aumento del sedentarismo y, consecuentemente, del riesgo de padecer sobrepeso u obesidad. Un estudio publicado en 2017 en el Journal of Clinical Sleep Medicine relacionaba también, por primera vez hace ya seis años, el consumo compulsivo de contenidos televisivos con un 33% más de probabilidades de tener una mala calidad del sueño, así como con mayores niveles de fatiga e insomnio.

“Creemos que la visualización compulsiva conduce a un mayor sentido de implicación en la narración y de identificación con los personajes que la visualización regular. Esto explicaría en parte por qué ver un programa de televisión tradicional regularmente a la hora de acostarse no tiene el mismo impacto sobre el sueño ni produce la misma activación“, analizaban los autores de este estudio. La estructura y la complejidad narrativa de estos programas que incitan a visualizarlos de una sentada dejan a los espectadores pensando en los episodios y su posible continuación después de verlos, “lo que podría retrasar el inicio del sueño, ya que requiere un período más largo de enfriamiento antes de irse a dormir”, explicaban.

Más recientemente, a finales del año pasado, un estudio liderado por investigadoras del Departamento de Psicología de la Universidad de Roma La Sapienza y de la Universidad de Parma y publicado en Journal of Sleep Research ha ido un paso más allá al definir los atracones de series no tanto por su frecuencia o duración como por las motivaciones subyacentes que se esconden tras ellos. “Como era de esperar, algunas personas mostraban una frecuencia alta de atracones, pero saludable, ya que tenían motivaciones como el enriquecimiento cultural o personal. Sin embargo, observamos que lidiar con la soledad era una motivación predominante entre los espectadores compulsivos, lo que sugiere que el binge-watching podría utilizarse como una estrategia de afrontamiento para los estados de ánimo disfuncionales, de la misma forma que sucede con otros comportamientos adictivos”, explica a EL PAÍS Giorgia Varallo, psicóloga clínica, investigadora de la Universidad de Parma y una de las autoras del estudio.

Según argumenta Varallo, existe una relación bidireccional entre sueño y gestión emocional. Por un lado, la mala calidad del sueño se asociaría con una menor capacidad para regular las emociones y los sentimientos de soledad. Por otro, en el sentido inverso, la soledad autoinformada o reconocida por el sujeto como tal también se relacionaría con una peor calidad del sueño. “Estos factores sugieren que los que duermen mal son más propensos a ver atracones, lo que crea un círculo vicioso con consecuencias negativas para ambos aspectos, ya que los atracones de televisión pueden afectar aún más a la calidad del sueño e inducir somnolencia diurna, con un efecto adicional sobre el estado emocional”, señala. De hecho, en su estudio descubrió que los que duermen mal se dedican a ver atracones de forma excesiva y tienen más motivaciones disfuncionales que los que duermen bien. Concretamente, los participantes del estudio con mala calidad del sueño puntuaron significativamente más alto en una escala que mide el deseo de ver series de televisión para evitar pensar en problemas del mundo real o para hacer frente a estados emocionales desagradables, dice la experta.

Para Nuria Roure, psicóloga acreditada en medicina del sueño por la European Sleep Research Society (ESRS) y autora de Por fin duermo (Vergara), la relación evidenciada por la investigación concuerda con lo que ya se sabe sobre la relación entre sueño y regulación de emociones. Explica Roure que, si dormimos bien, las dos esferas del cerebro, la racional y la emocional, mantienen una unión muy fuerte y actúan a modo del acelerador y el freno de un coche. Cuando dormimos mal, sin embargo, esa unión se rompe. Nos quedamos sin freno. “Se ha demostrado que cuando no dormimos bien tenemos una mayor inestabilidad emocional: más altibajos, estamos más sensibles, toleramos peor lo que nos toca vivir, tenemos las emociones en una especie de montaña rusa. Además, también tenemos una mayor pérdida de autocontrol. Estamos más descontrolados, somos más impulsivos. Por eso justo cuando hemos dormido menos nos cuesta más parar y dejar de ver una serie”, afirma.

Ver series de forma saludable

Sostiene Giorgia Varallo que los resultados de su investigación son importantes para no considerar los atracones televisivos como un fenómeno único, ya que pueden representar tanto una forma normal de consumir contenidos como un comportamiento problemático. En el mismo sentido se manifiesta la psiquiatra Xesca Cañellas, miembro del grupo de trabajo de insomnio de la Sociedad Española de Sueño (SES), que además de señalar las limitaciones del estudio (se llevó a cabo durante el confinamiento por la pandemia y la muestra no está elegida aleatoriamente, sino que eran voluntarios los que respondían a los cuestionarios, en su mayoría jóvenes universitarios), aboga por “no culpabilizar” a las personas, sino por sugerir “un uso razonable, evitando atracones y privación de sueño y, en la medida de lo posible, no alterando el ritmo circadiano del sueño-vigilia”.

Para Cañellas, el estilo de vida actual, sobre todo en las ciudades, es muy poco compatible con lo que los expertos en sueño consideran hábitos adecuados para dormir bien: levantarse con el amanecer, pasar el día en el exterior a la luz del sol siendo activos físicamente, y acostarse cuando oscurece o poco después. “Para empezar, durante el día la mayoría de nosotros estamos muy poco expuestos a la luz del sol. Y para terminar, por la noche estamos muy expuestos a la luz artificial y perpetuamente conectados a pantallas, que emiten luz azul y que inhiben la producción de la melatonina que debería comenzar al atardecer”, argumenta.

Esta inhibición en la secreción de melatonina provocada por la luz azul de las pantallas, añade Nuria Roure, daría lugar a otro círculo vicioso: “No tengo sueño, así que como no tengo sueño me quedo a ver series, pero esas mismas series [al tener el cerebro activo y expuesto a la luz azul] me impiden fabricar la melatonina que necesito para dormir y, por tanto, tampoco tengo esa necesidad de sueño. Es un pez que se muerde la cola: miramos series porque no tenemos sueño y no tenemos sueño porque estamos viendo series”.

Aunque, como afirma Roure, la luz azul de las pantallas de televisión tiene una menor incidencia que la de móviles y tabletas porque la vemos a una mayor distancia, lo aconsejable por la noche, sobre todo a últimas horas del día, es disminuir la intensidad de la luz para reducir su impacto en nuestro cerebro. A ese consejo, Giorgia Varallo añade el de la importancia de ver la televisión en una habitación que no sea el dormitorio (”la activación en la cama conduce al desarrollo de una asociación entre la cama y un estado de vigilia, lo que hace que sea más difícil quedarse dormido”) y el de renunciar en la medida de lo posible a thrillers y series de terror o acción: “El contenido que es excesivamente atractivo y genera un alto nivel de adrenalina provoca el llamado despertar previo al sueño, lo que hace que sea más difícil luego conciliar el sueño”. Los fanáticos de estos géneros que no puedan renunciar a su dosis diaria de acción, concluye Nuria Roure, no deberían irse directamente a la cama, sino hacer un paso previo para ayudar a la relajación de cerebro y favorecer la desconexión mental. “Si nos vamos a la cama muy activados, lo que nos pasará es que nos costará más conciliar el sueño y entonces empezará esa ansiedad y esa preocupación que muchas veces sentimos por no poder dormir”, concluye.

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