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Yolanda Díaz: “El avance tecnológico no puede suponer un retroceso en las condiciones laborales al siglo XIX”

La ministra de Trabajo y Economía Social, en solo siete meses, ha subido el salario mínimo a 950 euros y ha creado una estructura de ERTE que ha salvado millones de hogares. Ahora la vida y el trabajo se han llenado de jefes que son algoritmos e inteligencia artificial.

Yolanda Díaz (A Coruña, 1971)
Yolanda Díaz (A Coruña, 1971) Alfonso Durán
Miguel Ángel García Vega

Dicen que es dura. Dicen que es amable. Dicen que sonríe poco. Dice que sonríe casi siempre. Yolanda Díaz (A Coruña, 1971), ministra de Trabajo y Economía Social, viene del comunismo. Es hija de sindicalistas de Ferrol. En solo siete meses, la ministra ha subido el salario mínimo a 950 euros y ha creado una estructura de ERTE que ha salvado millones de hogares. Ahora la vida y el trabajo se han llenado de jefes que son algoritmos e inteligencia artificial. Un barco que gira hacia el horizonte, dejando recuerdos y nuevas preocupaciones en su estela. Responde por escrito, por problemas de agenda, pero no falla a la sesión de fotos.

P. ¿La inteligencia artificial (IA), los algoritmos y las redes neuronales necesitan ser regulados en su relación con el trabajo?
R. Estamos inmersas en la transformación de los modelos productivos y en ese proceso la IA y los algoritmos tienen que estar al servicio de las personas trabajadoras, no al revés. Debemos observar, paralelamente, una responsabilidad de las Administraciones en esa regulación.
P. Los algoritmos, mal regulados o sin ningún control, pueden generar enormes problemas. Imaginemos, por ejemplo, un algoritmo que envía un mensaje a los compañeros cuando alguien llega cinco minutos tarde.
R. Los algoritmos no son entes abstractos, hay procesos tras ellos que deben ser analizados y valorados, monitorizados. El control de la actividad laboral por parte del empresario, por ejemplo, es un derecho, pero no es ilimitado. Y la protección de los derechos fundamentales, la protección de los datos y la garantía de los derechos digitales deben primar siempre. Recuerdo un episodio de The Good Fight en el que un algoritmo penalizaba al mejor profesor del colegio, condenándole al despido. Dos enseñanzas básicas tenemos que extraer: no son sistemas infalibles y su funcionamiento debe ser fiscalizado.
Alfonso Durán
P. ¿Qué características básicas debería tener esta regulación en España?
R. Debe cumplir los derechos fundamentales, particularmente el derecho a la intimidad, y debe respetar la normativa sobre protección de datos, pero también introducir elementos éticos y de reflexión. Además, debemos desterrar la opacidad y nunca perder de vista el factor humano.
P. La tecnología permite tener un jefe 24/7. ¿Cómo se evitan estas situaciones?
R. La tecnología es una herramienta en manos de las personas, no el pasaporte a otra dimensión en la que los derechos y la protección de los trabajadores no se cumplen o desaparecen. Nuestros derechos deben caminar de la mano de los nuevos desarrollos tecnológicos. Antes se decía que los derechos de los trabajadores no se detenían en la puerta de las fábricas, ahora tampoco han de pararse en el teclado del ordenador.
P. “Con un jefe digital que te controla cada pocos segundos, no hay lugar para el ser humano”, cuenta Gabrielle Rejouis, reconocida profesora del Centro de Tecnología y Privacidad de la Universidad de Derecho de Georgetown. ¿Qué reflexión le plantea?
R. Con los derechos laborales como norte, tenemos que aprovechar las potencialidades de lo digital. No podemos permitir la desigualdad, ni en los algoritmos ni en los espacios de trabajo. Y la transformación digital, que es inevitable, debe ser un estímulo para mejorar. Más innovación, más calidad en el empleo y más valor añadido, desterrando la temporalidad y la precariedad de nuestro mercado laboral. No hay nada más viejo que los bajos salarios, la explotación o la precariedad. Hace unos meses leía un artículo de Daniel Innerarity en el que se preguntaba: “¿Qué podríamos hacer para humanizar este nuevo entorno laboral y que no suponga un retroceso y una degradación del mundo del trabajo?”. Esa es la gran pregunta. La clave es que las conquistas laborales y sociales avancen de la mano con las nuevas herramientas y tecnologías. Un avance y un cambio en el modelo laboral hacia el siglo XXI no pueden suponer un retroceso en las condiciones laborales al siglo XIX.
“Se decía que los derechos de los trabajadores no se detenían en la puerta de las fábricas, ahora tampoco han de pararse en el teclado del ordenador”.
P. La IA supone la desaparición de puestos de trabajo. ¿Cómo protegemos a los trabajadores con bajos conocimientos tecnológicos o con la imposibilidad de readaptarse por edad o formación?
R. La relación entre incremento de la tecnología y disminución del empleo no es tan automática como se señala. Aún asistimos a este proceso. Los poderes públicos, en cualquier caso, están para asegurar el derecho al trabajo de las personas, el acceso a la formación y habilitar los dispositivos legales para hacerlo efectivo.
P. ¿Coincide en que el gran desafío es que nadie se quede atrás y que todos los trabajadores tengan unas condiciones dignas de trabajo?
“Es necesario abrirle un espacio al pensamiento, al sosiego, y ahí, el algoritmo y la filosofía pueden ir de la mano”.
R. Con máquinas o sin ellas, las relaciones laborales son un ámbito en el que la parte débil es la persona trabajadora. Ahí deben estar el Estado y las leyes. Si la recuperación económica y social que afronta este país no puede dejar a nadie atrás, la transición digital tampoco. Si los cuidados y el trabajo estable y con derechos deben estar en el centro del cambio, la inclusión digital debe actuar efectivamente en la superación de la desigualdad. Porque allí donde hay desigualdad hay precariedad, brecha salarial e injusta valoración de los puestos de trabajo.
P. Porque la tecnología lo haga posible, en este caso dentro del espacio laboral, ¿debemos aceptarlo?
R. No. Las posibilidades de control de la actividad laboral han existido siempre, y siempre han existido límites.
P. ¿El teletrabajo es un ejemplo de cómo la tecnología puede llevar al exceso la jornada laboral y la explotación del trabajador?
R. El teletrabajo ya era una prioridad para nuestro ministerio antes de la pandemia y la crisis sanitaria ha revelado su importancia decisiva. Por eso el anteproyecto de ley en el que trabaja el ministerio, armónico con la normativa europea y en el marco del diálogo social, permitirá que esta modalidad de trabajo se desarrolle con garantías, habilitando mecanismos que aseguren la desconexión, la protección frente a los riesgos laborales, el cumplimiento de los horarios de trabajo y descanso, la justa retribución por el tiempo efectivamente trabajado y el derecho a la salud laboral.
P. ¿Va a aumentar la inequidad? Por ejemplo, entre quien tenga un jefe robot (asociado a trabajos de plataformas, riders...) frente a quienes tengan uno físico, en principio unido a lo creativo.
R. No hay varios jefes sino uno solo. Detrás de una máquina hay una persona, y cuando esa persona es el empresario debe respetar los derechos fundamentales y laborales de las personas trabajadoras. No nos dejemos embelesar por la magia de las palabras: ¿Hay alguien que vea en un rider un emprendedor? ¿Llamar desconexión al despido le resta gravedad? ¿Valorar el rendimiento con emoticonos nos hace mejores?
P. Cree que vamos hacia un nuevo taylorismo del siglo XXI. ¿Le da miedo?
R. Hemos tenido sucesivos y continuos taylorismos a lo largo de la historia. El tipo de trabajo y de sociedad no dependen de las máquinas sino de las personas, así como de los gobernantes.
P. Una de las grandes víctimas de este jefe digital es la privacidad. ¿Cómo se va a proteger al trabajador de este problema?
R. El derecho a la intimidad es, en España, un derecho constitucional. Pero, además, es un derecho que está desarrollado en el ámbito de la privacidad informática, tanto en el ámbito de la Unión Europea como en el derecho interno español. En una sociedad cada vez más expuesta debemos estar muy atentas para garantizar esa protección.
P. Es evidente que hay una deshumanización del empleo. ¿Qué reflexiones éticas se plantea?
R. La relación entre ciencia y ética ha dado lugar a innumerables debates a lo largo de la historia. La privacidad, el derecho al trabajo, la salud psicosocial son derechos de las personas a los que las máquinas deberán acomodarse, y no viceversa. Es muy tentador jugar con las distopías pero debemos dejar un espacio de privilegio para la reflexión. Yo soy más partidaria de hacer realidad utopías. Las cosas van muy rápido en esta sociedad en red pero cada vez veo más necesario abrirle un espacio al pensamiento, al sosiego. En ese lugar, el algoritmo y la filosofía pueden ir de la mano. Y aprendamos del desgarro que la pandemia ha supuesto: el trabajo ha vuelto a recobrar su rostro, en los ojos cómplices de las médicas o las enfermeras o en las manos de las cajeras de supermercado, que nos han socorrido y ayudado. Trabajo de humanos salvando a otros seres humanos.
P. Los algoritmos, como las máquinas, deberían librar al ser humano del trabajo rutinario y con poco valor añadido. ¿Se está cumpliendo esta máxima?
R. Las tecnologías incorporan nuevas formas de vivir y de trabajar, que requieren nuevas habilidades y destrezas. Por eso son importantes también la formación y la capacitación en lo digital. Lo digital ofrece posibilidades infinitas, pero esas posibilidades también nos exigen competencias, saber, dedicación, trabajo, si me lo permite, especialmente para las que no somos nativas digitales. Mi hija sí lo es y ella no habla de nuevas tecnologías. Es su día a día, el magma en el que se desenvuelve su vida y su percepción de la realidad. Además, ¿por qué no pensar en clave liberadora? La que según los clásicos permitiría a la persona actuar según sus propios deseos. Este espacio contemplativo también puede ser el resultado de la tecnología.
P. ¿Estos jefes robots son un recordatorio de que debemos renunciar al pleno empleo?
R. El problema no son las máquinas y las tecnologías sino el papel de las leyes para cumplir su función de garantes de los derechos laborales de las personas. Y en este contexto debería plantearse la cuestión del reparto del trabajo, mediante una nueva concepción del tiempo de trabajo respetuosa con la vida personal y familiar, que asegurara también el derecho a la limitación de la jornada por medio del derecho a la desconexión.
P. Si los empresarios tienen la tentación de llevar las redes neuronales, los algoritmos, al borde de lo ético, de los derechos humanos, ¿qué cree que ocurrirá?
R. Las series de televisión sobre distopías cercanas, como Black Mirror o Years and Years, nos presentan, cada día, vaticinios de lo posible. Nos pueden atemorizar en algunas ocasiones, o alertar sobre ciertas tendencias o futuros. Son relatos, en cualquier caso. No me atrevería a hacer predicciones de futuro, soy cauta. Pero tenemos leyes, convenios internacionales, tratados y tribunales que velan por los derechos fundamentales, que no se pueden vulnerar, desde dentro o desde fuera de la tecnología. Sería injusto que pensásemos solo en el revés tenebroso de los algoritmos y la inteligencia artificial y no en lo que hay de humano en todo ello.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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