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COVID-19 y el futuro de una sociedad digital

¿Tiene que llegar una situación catastrófica en esta sociedad actual para que, con muy alto riesgo, emerjan las potencialidades que contiene la sociedad digital para crear un nuevo modelo de vida?

Getty Images

La enfermedad COVID-19 causada por un virus que ha entrado en escena recientemente está teniendo insospechados efectos en la población mundial más allá de los sanitarios. A las perturbaciones evidentes en la economía, en la vida social, en la política, se suma una más silenciosa que, por el momento, no podemos saber hasta dónde calará. Es la de profundos cambios de valores y prácticas consecuentes en una sociedad que quizá haya alcanzado los límites de su modelo. Mientras la incipiente sociedad digital, la sociedad en red, apunta otras formas de vivir, de instalarnos en el mundo.

Este modelo de civilización tiene, junto a otros, dos rasgos muy expresivos para procurar entender la situación en la que estamos por causa de un nuevo virus entre nosotros. Uno de estos rasgos es la descomunal aglomeración de personas, hasta el punto de que, como señalaba en un artículo anterior, creíamos que llegaríamos a una aldea global y nos hemos quedado encerrados en una megalópolis planetaria. Y el segundo rasgo es la agitación, el desplazamiento sin cesar de un lugar a otro. Porque la ciudad no solo aglomera seres humanos, sino que concentra lugares, que hay que alcanzarlos desplazándose. El maquinismo ha hecho que este tránsito de un lugar a otro lugar sea masivo, incesante y rápido, un mundo en constante agitación.

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Cierto es que nos estamos asomando a un nuevo espacio que habitar: es el espacio digital, que ofrece la particularidad de que no tiene lugares, así que no hay distancias que recorrer para llegar a ellos y, en consecuencia, disipación de tiempo (y no solo de energía) por el tránsito. En el espacio digital se experimenta la proximidad sin lugar; una proximidad que llegará (con la infraestructura proporcionada por el 5G) a, por ejemplo, la intervención con sus manos de un cirujano que no se encuentre en el quirófano… Y a otras muchas actuaciones que necesitaban hasta ahora que estuvieran al alcance de las manos.

Y ya hoy con la palabra podemos intervenir en una conversación sin lugar o en un aula o sala de reuniones. La impresión 3D podrá hacer que algo se fabrique en el lugar en que se requiera y en el momento oportuno y no en un centro de producción distante y tener que transportar sus productos. El concepto de presencia cambia si sabemos instalarnos en el espacio digital, pues ya no se necesita ocupar el lugar para sentirla y para intervenir en aquello que allí sucede. Será necesario también superar, entre otras resistencias, la oposición entre virtual y real, como si fueran los lados de un espejo; así que uno de los retos para estos necesarios cambios de mentalidad, sin los que no se pueden desencadenar otros, está en que lo virtual no se valore como una simulación ni siquiera como un sucedáneo de lo real, sino en estrecha dualidad virtual/real.

Pero por el momento seguimos viviendo aglomerados y agitados en extremo. Y hay que preguntarse si esta instalación en el mundo es sostenible, si puede provocar disfunciones irreversibles o desajustes con los mecanismos naturales como, por ejemplo, el de la distancia entre los grupos humanos que la vida ha tenido para preservarse de la extensión de una enfermedad. Hemos vivido en comunidades pequeñas y distantes unas de otras y con un tiempo notable para salvar las distancias.

Pero hoy, vivir unos encima de otros, reunirse muchos y muy juntos en espacios reducidos o en cápsulas mecánicas, ir de un lugar para otro sin parar, acortar distancias que antes eran insalvables abducidos en máquinas veloces, alteran el orden natural del mundo que ocupamos. Y para ese desorden hay que estar preparados; y las turbulencias que nuestro paso por la naturaleza genera hay que evitar que nos envuelvan. De no ser así, se pueden producir situaciones catastróficas.

La historia asombrosa de la evolución nos muestra que no solo resiste la incertidumbre del entorno con la estrategia de la diversidad, es decir, generando sin cesar formas de vida distintas, sino que incluso aprovecha —eso sí, con muy alto riesgo— el impacto de una catástrofe. Situación límite que arruina una gran parte de lo conseguido hasta entonces por la vida, como si se tratara de un puñetazo sobre la mesa que derrumba un castillo de naipes. Sin embargo, entre las ruinas brotan otra formas nuevas que estaban ya en germen, pero que la estructura, ahora desmoronada, no dejaba emerger.

¿Es lo que está sucediendo ahora? Una tensión debida a que la sociedad industrial ha ido gestando en su interior el apunte de un modelo de sociedad distinto que, de desarrollarse, acabaría con el existente, aunque, paradójicamente, le haya proporcionado las condiciones para su aparición. Es difícil aún reconocer esta radical transición y de ahí que sigamos hablando de que nos encontramos ante otra fase de la sociedad industrial. Estamos intentando ahormar lo nuevo, tan perturbador de lo establecido, para que encaje en el modelo existente y lo intensifique. Pero no es así: el modelo de sociedad que contiene en potencia este mundo en red, digital, no se reduce a otra etapa más de la sociedad industrial. Sin embargo, es tan profunda la transformación que está empujando que el modelo existente se resiste con toda su inercia a ser desplazado. Y lo más resistente al cambio es lo más intangible: los valores de mentalidad.

¿Tiene que llegar una situación catastrófica en esta sociedad actual para que, con muy alto riesgo, emerjan las potencialidades que contiene la sociedad digital para crear un nuevo modelo de vida? ¿El de una sociedad más calmada? No necesariamente, pues la evolución natural ha conseguido con nuestra especie, y la complejidad de su cerebro, otra estrategia de supervivencia: la capacidad de prever, de imaginar escenarios posibles. Y, por tanto, de reaccionar antes del impacto ciego de la catástrofe con la crisis, es decir, desprendiéndose a tiempo de aquello que no funciona para alcanzar —con riesgo, pues aún no se tiene, solo se imagina— lo que se pretende.

La enfermedad COVID-19 ha sorprendido al mundo. Las medidas tomadas nos hacen ver la dependencia de nuestra civilización a la concentración y a los desplazamientos. Sus prohibiciones trastocan por completo la vida personal y social. Hay la confianza en que la enfermedad se controlará plenamente, pero debemos registrarla como un nuevo aviso ya no solo sobre la vulnerabilidad de una megalópolis planetaria en que se ha convertido la globalización, sino en que tenemos que decidirnos a comenzar a diseñar un modelo de vida muy distinto del modelo en el que estamos encerrados

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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