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SoFi, la cara oscura del fenómeno fintech

Trabajar en una exitosa 'startup' californiana valorada en más de 4.300 millones de dólares puede parecer un sueño, pero era una pesadilla, especialmente para las mujeres

Getty Images

Bienvenidos a SoFi, otra startup ‘cool’ del área de San Francisco, donde luce el sol fuera y dentro de las oficinas. SoFi (Social Finance, ahí queda eso) concede hipotecas y créditos a quien se queda fuera del radar de las entidades de crédito tradicionales. Sus clientes son básicamente millennials, que estaban esperando a alguien como SoFi, capaz de darles el crédito que les niegan métodos de evaluación totalmente caducos. SoFi tiene un algoritmo, y el algoritmo no se equivoca. Por eso SoFi es ‘cool’, y por eso tiene una valoración de 4.300 millones de dólares. Temblad, viejos financieros aburridos: vuestro mundo se derrumba y se lo que van a quedar unos tipos que no usan traje, pero saben programar.

Suena verosímil, pero es todo mentira, una mentira que solo ahora se ha empezado a conocer. SoFi no era una startup ‘cool’, sino una empresa enloquecida y muy poco profesional, en la que el acoso sexual estaba al orden del día, con el CEO siendo el primero en dar (mal) ejemplo. Y sí, tenían un algoritmo, pero fallaba. Tanto, que empezaron a recurrir a esos métodos tradicionales de evaluación tan caducos, de los que tanto renegaban, ocultando el detallito a los consumidores. A golpe de titular, el castillo de naipes se ha empezado a derrumbar en las últimas semanas, y lo que era un caso de estudio de fintech exitosa se ha convertido en un ejemplo de las limitaciones y contradicciones de este tipo de startups.

El CEO y fundador de SoFi, Mike Cagney
El CEO y fundador de SoFi, Mike Cagney

Al principio todo sonaba bien. Como sus competidoras CommonBond y Earnest, SoFi nació en 2011 ofreciendo créditos a estudiantes, y luego expandió su negocio a los créditos personales y las hipotecas. Estas fintech venían a solucionar el problema de muchos millennials que no pasan el corte de las tres grandes compañías que dominan el ‘credit score’ en Estados Unidos: FICO, Experian y Equifax.

No es que esta generación sea insolvente. Simplemente, sus prácticas financieras no se ajustan a los moldes tradicionales de esas agencias. Por ejemplo, pagan al contado y no les gustan las tarjetas de crédito: el porcentaje de estadounidenses menores de 35 que manejan dinero de plástico está al nivel más bajo desde 1989. La consecuencia es que no tienen un historial crediticio, y sin él no se les conceden fondos. Existe una demanda insatisfecha y una oferta inadecuada, así que “la fintech que sea capaz de ocupar todo ese nicho de mercado tiene el campo abierto, pero todavía ninguna lo ha conseguido”, afirma Estela Luna, consejera delegada de Pentaquark, una fintech que hace scoring de crédito basándose en datos desagregados, como los de las redes sociales.

SoFi hizo bandera de su renuncia a los métodos tradicionales, sustituidos por sus propios algoritmos, y en enero de 2016 presumía en nota de prensa de renunciar al ‘credit score’ de FICO. “Su método es cualquier cosa salvo transparente, así que lo hemos desechado”, decía entonces el CEO y fundador de la empresa, Mike Cagney. Quédense con este nombre: si esto fuese una película, aparecería dentro de tres o cuatro escenas, y puede que con los pantalones bajados.

“Este tipo de entidades de crédito, que tienen una regulación muy laxa en Estados Unidos, captan dinero de los inversores bajo la promesa de ratios de crecimiento muy exigentes, así que tienen una enorme presión por conseguir clientes” Estela Luna, consejera delegada de Pentaquark

Mientras presumían de disruptivos, el porcentaje de impagos de SoFi empezó a crecer. El algoritmo no cribaba correctamente, así que la compañía decidió volver a tener en cuenta el poco transparente, según Cagney, ‘score’ de FICO. Y lo hizo con plena opacidad: sin informar a los consumidores, según reveló el diario financiero Dealbreaker.

No fue esta noticia lo que provocó la dimisión de Cagney, que se hará efectiva a final de año, sino otras denuncias, amplificadas con todo detalle en medios como Fast Company y The New York Times, sobre el ambiente laboral en la empresa y el comportamiento del propio Cagney. Como señala Isabel López Triana, profesora de Ética Profesional y RSC en IE University y fundadora de la consultora Canvas, “cuando en una empresa se hace de puertas adentro lo contrario de lo que se dice de puertas afuera, se crea una cultura paralela”. En la de SoFi reinaba el nepotismo y, sobre todo, el machismo.

Nacido en Nueva Jersey hace 46 años, Cagney era propenso, según los medios citados, a lanzar insinuaciones sexuales directas a sus subordinadas, incluso por escrito, y a alardear sobre el tamaño de sus genitales en público. El director financiero, por su parte, comentaba por la oficina el tamaño de los pechos de las empleadas de SoFi y ofreció un bonus a algunas de ellas si perdían peso, según más de una docena de personas que oyeron sus palabras. La presentación de una demanda por acoso sexual, en la que se señala a Cagney por permitir a otros directivos mantener relaciones sexuales en la oficina, fue la puntilla que llevó al Consejo de Administración a forzar la dimisión del fundador.

Reaccionaban así a una situación con cada vez más luces rojas, aunque SoFi, como bien se encargó de señalar Cagney en su carta de despedida, logró en el segundo trimestre de este año un ebitda de 61,6 millones de euros. Y eso a pesar de una serie de decisiones al menos estrafalarias, como ‘quemar’ en un solo anuncio durante la Superbowl el presupuesto de marketing de todo un año, colocar como máxima responsable del área tecnológica a la propia esposa del fundador o comprar el hedge fund en crisis de Cagney por 3,25 millones de dólares y rescatar en SoFi a algunos de sus empleados.

Más allá de los excesos, hay también un problema de incentivos. “Este tipo de entidades de crédito, que tienen una regulación muy laxa en Estados Unidos, captan dinero de los inversores bajo la promesa de ratios de crecimiento muy exigentes, así que tienen una enorme presión por conseguir clientes”, explica Luna. “Pero, tirando de la cuerda en el sentido contrario, están los departamentos de compliance [cumplimiento normativo] y riesgos, cuya labor es asegurar de que los clientes tienen solvencia y que todo se hace correctamente. Es un pulso constante que se da en todas las fintech”. En el caso concreto de SoFi, en esa pugna arrasaron los que defendían el crecimiento a toda costa, hasta el punto de que, según las denuncias periodísticas, responsables comerciales tenían un papel en las decisiones sobre créditos e hipotecas. “Es poner al zorro a cuidar las gallinas”, afirma Luna.

SoFi busca ahora un nuevo consejero delegado que ponga orden en la casa y en el negocio, integrando el banco móvil Zenbank, que adquirieron en febrero por cien millones de dólares, y avanzando en el proceso de salida a bolsa, una vieja ambición de la compañía. ¿Podrán reparar el daño a su reputación? “En una startup la confianza es la base de todo, y más si hablamos de dinero”, dice López Triana. Y SoFi ya tiene mala reputación: si fuese un estudiante pidiendo un crédito, solo una fintech en plena huida hacia adelante se lo concedería.

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