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Los móviles en miniatura que esconden los presos en las celdas

Instituciones Penitenciarias se incautó en 2019 de 2.672 teléfonos, siete al día. La cifra dobla el número de los intervenidos en 2017

Óscar López-Fonseca
Móviles intervenidos en cárceles dependientes del Ministerio del Interior.
Móviles intervenidos en cárceles dependientes del Ministerio del Interior.

Miden poco más de seis centímetros y son fáciles de ocultar en un zapato o en las cavidades del cuerpo. Se ofertan en páginas web por poco más de 20 euros, pero dentro de la cárcel, donde están prohibidos y los presos solo pueden llamar desde cabinas y con restricciones, son muy codiciados. Son los teléfonos móviles. En 2019 Interior se incautó de 2.672 de estos dispositivos, siete al día, según datos oficiales. Esta cifra dobla el número de los intervenidos en 2017, cuando fueron 1.383.

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La estadística oficial sobre el número de teléfonos móviles intervenidos dentro de prisión —recogida en una respuesta del Ministerio del Interior al diputado de EH Bildu Jon Iñarritu— detalla que la prisión en la que se intervinieron más dispositivos el año pasado fue la de Alhaurín de la Torre (Málaga), con 179. Una cifra que, sin embargo, se queda lejos de los que se localizaron en el mismo centro penitenciario en 2018, cuando fueron 227.

En 2019 también se superaron el centenar de móviles localizados en poder de reclusos en las de Algeciras (Cádiz), con 138; Valencia, con idéntico número; Valdemoro (Madrid), con 123; y Albolote (Granada), con 119. Desde el año 2000, el primero del que hay estadísticas, ya son 21.765 los móviles localizados entre rejas. La tenencia de teléfonos móviles se considera una falta grave que acarrea sanciones a los reclusos a los que se les encuentre. Estos castigos van desde la reducción de las horas de salida al patio al cambio a un módulo más duro. Además, el incidente queda reflejado en el expediente penitenciario del recluso con el consiguiente efecto en la concesión, por ejemplo, de permisos.

Suela de una zapatilla en la que se ocultaban los dos miniteléfonos que aparecen en la imagen y que fueron requisados por funcionarios de prisiones.
Suela de una zapatilla en la que se ocultaban los dos miniteléfonos que aparecen en la imagen y que fueron requisados por funcionarios de prisiones.

El cada vez mayor número de teléfonos móviles en las cárceles ya llevó en 2008 al Gobierno a tomar medidas para evitar su utilización, sobre todo tras descubrirse a algunos presos célebres, como Zakhar Kalashov, jefe de la mafia georgiana, y el narcotraficante gallego José Ramón Bravo Bugallo, Sito Miñanco, utilizando estos dispositivos desde sus celdas. Así, aquel año, Instituciones Penitenciarias comenzó a instalar inhibidores de frecuencia en el interior de buena parte de las cárceles. En 2018 la medida alcanzaba a 39 de los 69 centros penitenciarios dependientes del Ministerio del Interior —la Generalitat tiene transferidas las competencias de las cárceles catalanas—. Instituciones Penitenciarias declina ahora facilitar el número exacto de prisiones que ya cuentan con esta medida “por motivos de seguridad”.

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No obstante, los inhibidores no convencen a los sindicatos de funcionarios de prisiones, que critican que se quedan desfasados según se desarrollan los nuevos sistemas de conexión telefónica. “Se instalaron para impedir llamadas de los móviles de primera, segunda y tercera generación, pero no sirven para los más nuevos”, denuncia un portavoz de ACAIP-UGT, el sindicato mayoritario entre los trabajadores penitenciarios.

Desde un dron

Dos móviles intervenidos en cárcel de Puerto II (Cádiz) el pasado mes de octubre.
Dos móviles intervenidos en cárcel de Puerto II (Cádiz) el pasado mes de octubre.

No obstante, Interior recalca que la principal medida para combatir la presencia de los teléfonos móviles dentro de las cárceles no es tanto el uso de estos inhibidores como que los dispositivos no lleguen a entrar en las penitenciarías. Buena parte de los terminales son introducidos en las prisiones por familiares durante las visitas vis a vis (íntimas), o por reclusos que vuelven de un permiso y que los llevan escondidos en objetos —se ha llegado a encontrar uno en un tubo de pasta de dientes— o en sus orificios corporales. En septiembre de 2018, los funcionarios de la prisión de Alhaurín de la Torre hallaron en uno de los patios un teléfono con dos cargadores supuestamente dejados caer desde un dron.

Uno de los móviles intervenidos en cárceles dependientes del Ministerio del Interior.
Uno de los móviles intervenidos en cárceles dependientes del Ministerio del Interior.

Fuentes del departamento recalcan que para evitar su entrada no solo se cuenta con escáneres, arcos y raquetas de detección de metales, sino sobre todo con el trabajo diario de los trabajadores penitenciarios. “Los funcionarios son el medio más eficaz para evitar su introducción y detectar su uso, como de cualquier otro objeto o sustancia prohibida”, destaca un portavoz, que adjudica el incremento del número de teléfono intervenidos, precisamente, al trabajo en la observación de los internos, los registros, los cacheos y las requisas. Una opinión compartida por ACAIP-UGT, que también considera que el incremento “es fruto del esfuerzo de los funcionarios”, aunque denuncia que “existe una falta de medios y personal” que complica su labor.

Más heroína y cannabis intervenidos

Los móviles no son los únicos objetos prohibidos dentro de prisión cuya incautación ha crecido de manera significativa en el último año. Según una reciente respuesta de Interior al Portal de Transparencia, el año pasado también se incrementaron las intervenciones de alcohol, psicotrópicos, cocaína y heroína. En el caso de estas tres últimas sustancias, de manera significativa. Así, se pasó de 1.896 unidades de psicotrópicos en 2018 a cerca de 3.500; de 16 kilos de cannabis a más de 30, y de 205 gramos de heroína a 417. Prisiones lo atribuye a un mayor control, incrementado ahora con el empleo de perros adiestrados.

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Sobre la firma

Óscar López-Fonseca
Redactor especializado en temas del Ministerio del Interior y Tribunales. En sus ratos libres escribe en El Viajero y en Gastro. Llegó a EL PAÍS en marzo de 2017 tras una trayectoria profesional de más de 30 años en Ya, OTR/Press, Época, El Confidencial, Público y Vozpópuli. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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