Sánchez, convincente pero insuficiente
El líder socialista es capaz de explicarse con lenguaje sencillo y a veces emotivo, aunque suele dejar flecos sueltos
Ha sido convincente, pero insuficiente. Pedro Sánchez se crece ante las dificultades: las tiene todas delante. Es capaz de explicarse con lenguaje sencillo y a veces emotivo, aunque suele dejar flecos sueltos. Y brinda algo que es infrecuente: una sensación de impavidez ante las inusitadas tensiones que se han disparado por su proyecto de Gobierno de coalición con la izquierda bajo el beneplácito pactado de sectores del independentismo.
El candidato ha sido bastante convincente porque no ha eludido ¡finalmente! explicar, tras semanas de criticable silencio, los dos motivos que suscitan mayor inquietud en esta investidura, no solo en las bancadas de la derecha: el peligro de radicalización en la política social que desbordase los parámetros europeos y el riesgo de que la apuesta por la negociación para encauzar la cuestión catalana desequilibre el indispensable binomio diálogo/respeto de la ley.
Era necesario porque el artículo 99.2 de la Constitución exige que el aspirante a presidente exponga ante el Congreso “el programa político” del Gobierno que pretende formar. Pero en este caso insólito en el que se explora inaugurar —por vez primera desde la instauración de la democracia— un Gobierno de coalición forjado explícitamente como tal y además, con la abstención de parte de quienes hasta ayer han venido desafiando el orden constitucional, el quién, o sea, el con quién se conforma el Ejecutivo y la alianza parlamentaria que le apoye era parte del qué. Es decir, la composición del Gobierno no solo condiciona, sino que constituye en buena medida su programa político.
Sánchez ha explicado en su primera intervención la conveniencia de la coalición con Unidas Podemos y el apoyo de otros grupos. La ha justificado por necesidades funcionales, porque “no cabía otra mayoría parlamentaria”. Es cierto que teóricamente podía caber, pero habrá que concederle que en la vida real nadie estaba ahora mismo dispuesto a otra opción que resultase viable, esto es, compatible con sus posibles protagonistas.
Y ha pasado demasiado de puntillas sobre cómo evolucionó de no conciliar el sueño por tener que asumir ese tipo de pacto que había denigrado a defenderlo y asumirlo: de nuevo fue funcionalista, pues “no sirve de nada señalar las culpas” de los fracasos anteriores. Pero aunque fuese cierto que lo mejor sea pasar página del pasado para encarar el futuro, como argumentó, también lo es que constituye deber de los políticos detallar milimétricamente por qué han cambiado de actitud. John Maynard Keynes replicó a quien le reprochaba haber modificado una posición previa: si la realidad cambia, yo también cambio de óptica. “¿Y usted?”. El silogismo es evidente. Pero el líder político debe explicar mejor por qué la situación, y él mismo, cambiaron. No basta con apelar a la contundencia de la aritmética y el nuevo “mapa” parlamentario.
El candidato socialista intentó compensar esa carencia argumental con una apelación entusiasta a la historia de siglo y medio de su partido y sus distintos avatares: un mensaje destinado a operar como masaje a los sectores clásicos del PSOE incómodos y acaso levantiscos contra su plan, aunque exhiban una carencia de propuestas de reemplazo que resulta mucho más sorprendente. ¿De qué vale el lamento si no se acompaña de otra vía practicable?
Más explícito se ha mostrado el candidato sobre las razones profundas del pacto del PSOE con Esquerra Republicana, en clave de “cohesión territorial”. Explícito, y exacto, al describir distintos agravios sentimentales que atenazan a la sociedad catalana, es decir, la variedad de conflictos que la atraviesan: el del “amplio sector” que no siente plenamente reconocida su identidad; el de quienes se sienten “ignorados” por la política y la actuación del Govern de la Generalitat; el de todos aquellos que, como el propio aspirante, se revuelven contra los ataques contra las instituciones democráticas y constitucionales dirigidos desde fuera del país.
Unos males que solo encontrarán remedio en la tripleta “diálogo, negociación y pacto”. Diálogo “dentro de la ley”, sabiendo que esta por sí sola, “no basta”: “la ley es la condición y el diálogo es el camino”. Y no ha ocultado en consecuencia el contenido esencial del reciente acuerdo socialista-republicano: la mesa de diálogo entre Ejecutivos para encauzar la cuestión catalana (dentro de la Constitución, ha recalcado). A lo que añade la convocatoria anual de la conferencia de presidentes que yace casi en el olvido.
En suma: ha habido explicación sobre los riesgos, en obligatorio formato positivo. Pero se necesitan muchas más para contrarrestar a fondo las legítimas inquietudes que esos riesgos suscitan a muchos.
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