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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La agonía de un final

La del próximo día 11 será la última Diada de un ciclo político de alta tensión que culminará en octubre con la sentencia del 'procés'

Milagros Pérez Oliva
Quim Torra pasa junto a una protesta de profesores en Barcelona.
Quim Torra pasa junto a una protesta de profesores en Barcelona. Marta Pérez (EFE)

Todos son conscientes de que están llegando al final de una escapada que emprendieron juntos y todos se esfuerzan por hacer ver que corren en la misma dirección, pero en realidad ha comenzado la desbandada. La del próximo día 11 será la última Diada de un ciclo político de alta tensión que culminará en octubre con la sentencia del procés. La inercia con la que el independentismo ha intentado sobrevivir desde octubre de 2017 se agota y todos se preparan para lo que ha de venir después. Sea cual sea el veredicto de la sentencia, está claro que marcará un punto y aparte. La vía unilateral está muerta pero necesita el certificado de defunción. Y nadie quiere firmarlo.

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La retórica que precede a la Diada sigue siendo encendida pero apenas puede ya tapar la evidencia de que no hay ni unidad de acción ni estrategia compartida. Por mucho que Carles Puigdemont y Marta Rovira hayan aparecido juntos en un vídeo llamando a la movilización y traten de animar con la idea de llenar de nuevo las pantallas de televisión de todo el mundo, apenas pueden tapar las enormes grietas que se han abierto. La preparación ha sido caótica y confusa. A los socialistas no se les esperaba, pero esta vez también los comunes se retiran. Y hasta sectores de ERC se han distanciado de una convocatoria a la que una de las dos entidades convocantes, la Asamblea Nacional Catalana, ha dado peligrosos aires antipartido y antipolítica.

Cuanto más se prodigan en sus apelaciones a la unidad más evidente es que las dos grandes brancas del tronco independentista se han separado. Si no comparten el diagnóstico de lo ocurrido en 2017, es difícil que puedan compartir una estrategia común. La movilización independentista ha sido en los últimos años ejemplar y sorprendente en muchos aspectos, entre ellos la fuerza y la persistencia de una parte de la ciudadanía catalana, que se ha mantenido fiel al procés a pesar de las evidentes carencias de su dirigencia política. Pero el cansancio y la falta de un horizonte político están haciendo mella. Mucha gente se manifestará de nuevo el día 11, aunque solo sea para decir que no se rinde, que el problema catalán sigue y seguirá ahí. Pero este ciclo se acaba y el que viene nadie sabe cómo será.

Es un final agónico, con mucha gente cansada y mucha otra mareada. Un ejemplo: entre las respuestas a la sentencia que se barajan está la de convocar elecciones autonómicas. Junqueras las quiere. Torra de ninguna manera. Pero hace exactamente un año, cada uno de ellos sostenía, con la misma vehemencia, la posición contraria. Puigdemont defiende ahora la confrontación y Esquerra el pacto, pero en los decisivos días de septiembre de 2017 era al revés. Muchos ya no saben si Rufián es radical o moderado y no entienden por qué los que ayudaron a derribar al Gobierno de Pedro Sánchez al no apoyar sus presupuestos, quieran ahora darle la investidura. Unos hablan de desobediencia civil, que es una cosa, y otros de desobediencia institucional, que es otra muy distinta. Unos sueñan, en fin, con emular las calles de Hong Kong y otros esperan el alivio de la retirada.

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