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IDEAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Javier Ortega Smith, el alma castrense de Vox

El secretario general del partido ultraderechista defiende una especie de 'revival' de la Reconquista

LUIS GRAÑENA

Santiago Abascal no contradice la relevancia de los subalternos. Tanto en el plano religioso y moral (Rocío Monasterio) como en las connotaciones castrenses de Javier Ortega Smith, secretario general del partido y artífice de las negociaciones que Vox y el PP han mantenido a propósito del cambio de guardia en Andalucía.

Le conviene a la formación ultraderechista una referencia tan autoritaria y disciplinaria como la que implica el carisma de Ortega. Su historial en la Compañía de Operaciones Especiales explica el orgullo con que se cala la boina verde. Ya no forma parte del Ejército el subcomandante de Abascal, pero su perfil político se abastece del orden y de los valores marciales, más aún cuando el populismo de Vox describe una sociedad rodeada de amenazas —la inmigración, los violadores, la delincuencia, el musulmán— que requiere de lenguaje desacomplejado, testosterona y soluciones contundentes.

Las expone sin titubear Ortega Smith en los platós televisivos con soltura y profesionalidad. Una España de orden, unida, patriota, ardorosa, que recela del islam, que abjura del sanchismo y que evoca con nostalgia el catecismo y la edad imperial. El secretario general de Vox se adhiere al revival de la Reconquista en sentido religioso, en sentido conceptual y territorial. De otro modo, no hubiera cruzado a nado las aguas frías del Estrecho —seis kilómetros a braza— para izar en el Peñón la bandera rojigualda. La operación se resolvió en 2016, cuando Vox era un partido anecdótico y cuando el propio Ortega Smith había sido escarmentado en las municipales de Madrid (2015). Él mismo denominó a la invasión gibraltareña Operación Tarzán, atribuyéndose las cualidades natatorias de Johnny Weissmüller y restregándole a la pérfida Albión la “inaceptable ocupación del territorio”. Quiere decirse que Vox considera el Peñón un objetivo irrenunciable en la España del porvenir. Y que el activismo de Ortega Smith con sus brazos de acero ha sido precursor del discurso de la inviolabilidad territorial, pretenda cuestionarla la reina Isabel II en Londres o trate de discutirla Carles Puigdemont.

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De hecho, las exhibiciones físicas del secretario general han sido tan comunes como los recursos judiciales al proceso independentista de Cataluña. Porque Ortega Smith es abogado. Y porque de su criterio provienen los recursos que ha presentado Vox como cataplasma “a los movimientos golpistas”. No se explica el ímpetu electoral del partido de Abascal sin el contexto del independentismo, pero el éxito de Andalucía —12 diputados, 400.000 votos— ha sorprendido a la propia célula de mando de la formación ultraderechista. Y ha premiado la obstinación nacionalpopulista del propio Ortega Smith, no ya como miembro de Vox desde sus orígenes (2013) o con los galones de secretario general (desde 2014), sino como cabeza visible de una agrupación llamada Foro. Defendió sus siglas ya en 1994 con ocasión de las elecciones europeas. Y no prosperó la candidatura, pero las hagiografías que proliferan estos días evocan aquella cita electoral como el verdadero bautismo político de un militar llamado a grandes proezas patrióticas. Una de las más simbólicas consistió en denunciar a los tribunales a los sujetos que osaron pitar el himno en las finales de Copa del Rey que disputaron el Barcelona y el Athletic de Bilbao en las ediciones de 2012 y 2015. Allí donde se incendiaba la bandera, el secretario general de Vox acudía con el extintor, pero la actividad judicial también ha concernido a la tesis universitaria de Pedro Sánchez y ha cristalizado en la instancia del Tribunal Supremo: Vox aglutina la acusación popular en el megajuicio del procés.

Su madre nació en Argentina y su segundo apellido denota un linaje anglosajón inequívoco
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Reviste importancia la posición de privilegio porque Ortega Smith va a tener la ocasión de interrogar personalmente a Oriol Junqueras y a los otros 12 acusados de rebelión. No cabe mejor ni mayor oportunidad para exhibir sus habilidades dialécticas y para convertir el acontecimiento televisado en una plataforma de extraordinaria repercusión política. Tanto por el periodo electoral que se avecina como porque proyecta el mensaje de la unidad territorial. Ortega tendrá delante de sí a todas sus bestias negras. Y la complicidad de las cámaras que ha demostrado dominar cuando se ha expuesto a los espacios más hostiles de TV3 o de La Sexta. Es un buen encajador. Y se diría que reúne mayores cualidades dialécticas y argumentales que el propio Abascal, pero no parece probable que vaya a discutirse la jerarquía del partido nacionalpopulista.

Le sorprende este proceso de notoriedad y de protagonismo en el umbral de los 50 años. Es madrileño, nieto e hijo de abogados, pero no puede recrearse demasiado en los ejercicios de pureza racial porque su madre nació en Argentina, y porque su segundo apellido denota al mismo tiempo un linaje anglosajón “sospechoso” e inequívoco. No lo oculta Ortega, ni recela de la doble nacionalidad. Es un hombre de buenos modales y de sanas costumbres. Practica tantos deportes —natación, equitación, kárate, montañismo— que podría convertirse en un geyperman posmoderno, aunque la mejor manera de definirlo es el preámbulo de su cuenta de Twitter: “En política por defender la vida, la libertad y la nación. ¡Rendirse, jamás!”.

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