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ANÁLISIS
Columna
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Barcelona, el día después

Cataluña no es un estado de excepción, aunque moralmente una parte de la sociedad sí lo está

La Via Laieitana de Barcelona, cortada el pasado viernes por las protestas contra el Consejo de Ministros.Foto: atlas | Vídeo: SAMUEL SÁNCHEZ / atlas
Manuel Jabois

El viernes a las siete de la mañana, en Via Laietana, una calle cortada de principio a fin, la Jefatura Superior de Policía Nacional de Barcelona estaba blindada. Al tradicional vallado se unían varios más de seguridad que hacían imposible pillar por sorpresa semejante escenario simbólico para el independentismo; un número indeterminado de furgones en los alrededores lo rodeaba todo. Grupos de agentes entraban y salían del edificio y se apostaban en los alrededores, a veces con una sincronización de videojuego. Frente a ellos, ese día y siempre, un cartel en un edificio dice: “Independencia”. Por allí pasaban con indiferencia los manifestantes, salvo algunos que dedicaron cánticos o insultos a la sede. El sábado a la misma hora, en la Jefatura Superior de la Policía Nacional había unas simples vallas, la mayoría de furgones se habían ido a las diez de la noche del día anterior y dos agentes que estaban en la puerta atendían a una señora que estaba preguntando por la dirección de una calle.

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Hay lugares en los que la crónica de una fecha histórica hay que escribirla el día después. No para restarle gravedad sino para contextualizarla. Cataluña no es un estado de excepción, al menos físicamente; moralmente, una parte importante de su sociedad sí lo está: cree que de estos años no se saldrá con un acuerdo, sino con su imposición o la contraria. Sirva como ejemplo la agresión a un periodista de Intereconomía. El golpe es grave y en caliente se puede pensar que es lo más grave de todo, pero la gravedad no es un violento ejerciendo, al fin y al cabo es su naturaleza, sino los no violentos que decían que no era para tanto, que era un montaje, que el golpe lo había dado un infiltrado, o contaban, como el medio RAC1, que el periodista se había encarado, le habían golpeado y el golpe lo condenaba el PP, como si el hecho de que el PP condenase una agresión la hiciese “algo” merecedora. En la mayor escala de gravedad se sitúa, sin embargo, el muchacho que en el vídeo censuraba el golpe, pero lo contextualizaba a su manera: “Vais provocando”. Porque el día después, cuando todo el mundo ha visto, ha leído y ha pensado, la reflexión es que el independentismo que pega un puñetazo es eso, un solo puñetazo de miles de personas en la calle sin impacto político, pero el independentismo que se apresura a encontrar atajos morales para restarle gravedad a la violencia es un porcentaje mayor. Y ése tiene una influencia política que llega hasta la presidencia de la Generalitat, cuando no es la propia presidencia de la Generalitat la que extiende su influencia.

Además de una solución política, activada la judicial en lo que respecto a los delitos, Cataluña necesita perspectiva. O renovar la que hay. Los medios de Madrid que buscan salida e insisten en el diálogo parecen dirigirse en sus editoriales a hacer pedagogía entre constitucionalistas y advertirles de la estrategia política de la derecha, centrada en el sofocamiento y rendición; los medios de Barcelona que tienen el mismo objetivo de acuerdo hacen lo mismo pero reprendiendo al independentismo que rechaza los gestos del Gobierno y considera rota cualquier relación, puesto que para ellos la única solución es una nueva declaración unilateral y activar una República que no existe, como bien explicó un mosso el viernes, más que en su imaginación.

En medio está, sino lo interesante, sí lo importante. No los que teorizan con inteligencia o sin ella, no los periodistas o tertulianos que dictan el discurso público, ni los políticos que hablan de humillación por entablar diálogo con la Generalitat cuando aplaudían el diálogo de su Gobierno con ETA, ni siquiera los que, como Casado, hablan de “rescatar” el Estado “vendido” con los lideres del procés encarcelados sin juicio o huidos: qué quiere, ¿liberarlos o condenarlos ya? Ni Sánchez, cuya política en Cataluña da la impresión de ser dictada por las encuestas, ni Torra, un hombre que se esfuerza en parecer en continuo estado de delirio, como si el procés hubiera encontrado un personaje a la medida que lo representase.

Es, lo del medio, la gigantesca masa social que había aprendido a convivir con el conflicto político y ahora lidia también con él cuando es social y callejero, cuando la irresponsabilidad de sus líderes les trasladó la misión de ocupar su lugar y hacerles el trabajo sucio. Por esa Barcelona nos preguntan en Madrid a los periodistas que la visitamos porque nos dicen que no estamos “intoxicados”, como si viajar sólo en los días de disturbios, cargas policiales y calles cortadas diese una visión más amplia que la del día a día, y no tuviésemos la tentación de contar que es una ciudad permanentemente en guerra o echada a perder. Todo lo que se puede decir es que hay un grave problema político que se ha convertido en un problema social, cuyos líderes tienen un problema judicial del que el Estado no se ha abstenido. Y que necesita, esa Cataluña cansada que ha aprendido a hacer que nada pasa, el aire y la tregua que sus propios políticos estén dispuestos a darle. A veces pagando un precio.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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