Mujeres ante el techo de cristal
Dos hombres y dos mujeres con trayectorias vitales paralelas comprueban que los caminos que han recorrido son los mismos, pero los obstáculos no.
La maternidad llega a veces como un cataclismo que abre una brecha en la vida profesional de las mujeres. No se trata solo de la brecha salarial, también de la otra, que les impide progresar en el trabajo. Los tiempos de la vida personal y laboral se cruzaron en las biografías de Almudena Alonso Herreros y Raquel López Abellán, una astrofísica y una abogada que hoy echan la vista atrás y cuentan qué peso tuvo en sus brillantes carreras ser mujeres. Junto a ellas, dos hombres con los que han compartido profesionalmente estos años: el científico David Barrado Navascues y el letrado Román Morales. El camino que han recorrido es el mismo, pero los obstáculos que se han encontrado, no.
Los años de formación
Las trayectorias de Almudena y David forman dos perfectas líneas paralelas desde principios de los noventa. Misma facultad, mismos estudios y mismos intereses. En aquellos primeros años en la Complutense, ella nunca pensó en que ser mujer tendría peso en su proyección. Y, sin embargo, a sus 48 años, Almudena recapacita y se replantea algunas cosas: “Mirando hacia atrás, a veces no lo puedes asegurar cien por cien, pero te das cuenta de que en algunas situaciones ser mujer haya sido una desventaja, de que has tenido muchas trabas, que ha habido comportamientos machistas”.
Almudena se doctoró en la Complutense y en la Universidad de Oxford en 1995, hizo su trabajo posdoctoral en el extranjero y en el año 2003, al mismo tiempo que David, regresó a España con una beca Ramón y Cajal. Hoy los dos trabajan en el Centro de Astrobiología del CSIC-INTA en Villanueva de la Cañada. Y aunque el de la ciencia es un mundo donde los méritos no se miden por escalas subjetivas, también hay resquicios para el prejuicio. Basta con mirar los escalafones más altos de personal investigador: muchos hombres y pocas mujeres. Almudena es una excepción.
Raquel también es una excepción en la abogacía. A los 33 años es socia de su propio despacho. Todo empezó hace quince años, en la facultad de Derecho de Murcia. Con un expediente impecable, entró en prácticas en el despacho donde conocerá a Román. Estaba arrancando en su profesión y ni siquiera se planteaba la maternidad.
Prejuicios permanentes
Demostrar es un verbo que han conjugado históricamente las mujeres en su vida profesional. También Almudena y Raquel. “Hablamos de la maternidad, pero antes he tenido que pasar otros filtros más difíciles. Situaciones en las que se asume que por ser mujer vas a tener hijos o gente que cree que no somos capaces hacer lo mismo. Se sigue viendo en las tareas de evaluación: hay una discriminación contra la mujer”. David asiente: “Hay un estudio en Estados Unidos de hace unos años, y desgraciadamente es de nuestro campo, de la astrofísica, sobre el número de publicaciones. Y le cuesta más publicar a una mujer”. Tanto es así, que muchas investigadoras prefieren firmar sus trabajos con su inicial y no con su nombre completo para que su género no juegue en su contra. No es el caso de Almudena, “no tengo que estar ocultando mi condición de mujer”.
Muchas investigadoras prefieren firmar sus trabajos solo con su inicial para no revelar que son mujeres.
Ese prejuicio que las científicas encuentran para que se las reconozca, se parece mucho al que tienen que vencer las abogadas con algunos clientes. Raquel, especializada en derecho mercantil se lo ha encontrado cuando ha tratado con algunos empresarios de más edad. “En el despacho que compartía con Román, algún cliente me preguntaba por el jefe del asunto, que era yo. Y yo le decía: estás hablando con el jefe del asunto”, se ríe mientras Román se lleva la mano a la cabeza y cuenta que en su actual bufete también han perdido algún cliente cuando ha sabido que lo llevaría una de las socias.
Cuando llega la maternidad
Raquel estaba en el momento de mayor efervescencia en su carrera cuando en 2013 vino al mundo su primer hijo, Raúl. Tenía 28 años, había abierto su propio despacho junto a una compañera y se había estrenado como profesora en la universidad. “Cuando fui madre me encontré con un impacto muy grande vital y emocional. Porque yo era muy vocacional, tenía muchas expectativas, soy ambiciosa. Y al nacer mi hijo me di cuenta de lo difícil que me resultaba continuar mi vida como yo pensaba que iba a seguir”. Era tal carga de trabajo que tuvo que dejar de dar clases. Pero salió adelante como pudo, sin libro de instrucciones y sin más armas que innumerables renuncias, un esfuerzo sin posibilidad de rendición y mucha organización.
“Algún cliente me preguntaba por el jefe del asunto y el jefe era yo”
En esa misma capacidad de estirar el tiempo se había hecho una experta Almudena. También estaba en un momento importante de su carrera cuando a los 36 años tuvo a su único hijo, Julián. “El mejor artículo que tengo, el que tiene más citas académicas, lo envié a publicar estando embarazada. Pero luego no pude presentarlo en ningún congreso”. Ahora Almudena se pregunta si habría tenido más difusión si hubiera tenido la posibilidad de viajar. Con un recién nacido en casa salir fuera se convertía en una hazaña inalcanzable. No solo tuvo que sacrificar congresos, también viajes a observatorios, tiempo para investigar.
En 2011, cuando su hijo tenía apenas cinco años, Almudena entró en el programa internacional de atracción de talento de la Universidad de Cantabria. Pero en la ecuación de la conciliación, la distancia con la familia es directamente proporcional al incremento de los problemas. “He tenido que venir a Madrid, dejar mi hijo con mi madre, irme a la reunión que fuese, volver, recogerlo y llevármelo de nuevo”, cuenta Almudena en una enumeración de ir y venir que parece no tener fin.
El sesgo y la presión
“Ya no se pone en duda tu profesionalidad, pero sí tu capacidad de liderazgo, de saber llevar algo, de compromiso”
Si hay una pregunta que Almudena y Raquel han contestado hasta el agotamiento es: ¿cómo lo vas a hacer? Ellas dejan claro de palabra y de acto que pueden con todo y, aún así, nunca se disipa totalmente la desconfianza. “Todas hemos comprobado el juicio cuando hablamos de nuestra vida familiar”, explica Raquel, “es como si eso te quitara puntos en lo profesional”. Por eso cuando Raquel está en casa con sus dos niños y recibe la llamada de un cliente, aunque esté trabajando, nunca se atreve a decir que está con los pequeños. “Es un tabú. Nosotras preferimos decir: estoy en el coche o estoy en una reunión, temes que no haya compresión”. A Román, que pasa las tardes con su hija, nunca le ha sucedido: “No tengo que demostrar nada porque no existe esa presunción de que estoy restando tiempo a mi trabajo para dedicarlo a mi familia”.
Román sabe que el compromiso profesional se da por supuesto en el caso de ellos, pero no les sucede lo mismo a ellas. “A nuestro nivel ya no se pone en duda tu profesionalidad –o eso espero”, explica Almudena, “pero pueden poner en duda tu capacidad de liderazgo, de saber llevar algo, de compromiso…” David le da la razón: “Los compañeros, a veces de manera consciente o inconsciente, añaden obstáculos adicionales”.
“Y las compañeras”, exclama Almudena.
“Y las compañeras. Tuve una amiga que había estado en una gran institución europea muy conocida, no voy a decir cuál y decidió tener un hijo”, cuenta David, “su jefa era una mujer mucho mayor que había decidido no tener familia. Y le llegó a decir que estaba loca, que estaba sacrificando su futuro como científica. Ella siguió adelante y al cabo de los años se volvieron a cruzar. Su jefa estaba ya a punto de jubilarse y en un momento de sinceridad, al ver al niño, se echó prácticamente a llorar, se dio cuenta de la renuncia personal que había hecho. Y sin embargo había presionado a su investigadora para que no tuviera hijos. Eso ocurre mucho”.
“Y no tiene por qué ser una presión directa, puede ser una presión sutil”, interviene Almudena.
“Ya no cuento contigo para este proyecto. No te invito a esta investigación”, dice David y Almudena apenas añade un lacónico pero revelador, “eso es así”.
Romper el techo de cristal
“Siempre estamos reivindicando hacia unas estructuras de poder que están básicamente vertebradas por hombres y parece que no va con ellos”, se queja Raquel que comenta con su compañero Román la muy masculina imagen de la apertura del año judicial. Aquella escena se convirtió en la prueba gráfica del llamado techo de cristal. “Las abogadas a nivel inicial, medio, están bien representadas. Pero a la hora de llegar a un nivel superior con una mayor retribución no se las promociona”, reconoce Román. Un reciente estudio de la consultora Iberian Lawyer revela que en los veinte despachos más importantes de España el porcentaje de socias se reduce a un 16%.
Para acabar con tantos prejuicios unas y otros proponen educación. Por eso Raquel, después de ser madre por primera vez, puso en marcha un blog, Entre togas y chupetes. Por esa misma razón, para hacer visibles a tantas mujeres que son invisibles, Almudena da charlas en colegios y en institutos. Sabe que para acabar con la desigualdad también hay que demostrar que el talento no tiene género. Y aparece otra vez la palabra: demostrar. Ese verbo que Almudena y Raquel llevan años conjugando para superar obstáculos y romper el techo de cristal.
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