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Columna
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Siete apellidos vascos

Los hijos de Pérez hablan euskera y votan PNV o Bildu

Antonio Elorza

Al borde de la entrañable españolada que cierra la película, ya de vuelta en Sevilla, el protagonista pronuncia un hiriente juicio sobre lo vasco: “¡Aquello no tiene ni puta gracia!”. El exabrupto pasa inadvertido en el marco de la cascada de situaciones jocosas que se suceden en la obra, pero supone una estimación errónea. Existe una tradición de humor vasco que precisamente Ocho apellidos vascos viene a culminar, y que encuentra un antecedente magnífico en la serie ¡Vaya semanita!, de sus mismos guionistas, los giputxis Borja Cobeaga y Diego San José. Sofocada durante las décadas de plomo por ETA, pudo detectarse anteriormente en los cuentos recogidos por Azkue y sobre todo en los versos del poeta popular decimonónico Vilinch (Indalecio Vizcarrondo), tan estimado por Unamuno y Julio Caro Baroja. Cada vez que veo u oigo a Egibar, como antes a Ibarretxe, pienso en su epigrama “Domingo Kanpaña”. Una crítica de agridulce realismo.

Muy adecuada para los tiempos actuales de reconciliación, más allá del terror, donde el vasco regresa al tópico de ser bonachón, ingenuo, pero también desconfiado e intransigente (y con la camisa a cuadros del estupendo Karra Elejalde, en ejemplar peneuvista), e incluso los pasmados de la kale borroka son los mismos inofensivos batasunis de ¡Vaya semanita! Ni siquiera falta Clemente, el exfutbolista abertzale zamorano. ¿Por qué no borrar las murallas imaginarias y disfrutar de la pluralidad cultural?

Pero no todo es broma. Hoy ya el culto al apellido no es lo que era. En el fondo desde 2001, cuando la inesperada victoria nacionalista apagó la última oleada de xenofobia antiespañola, vigente aún en los exabruptos de Arzalluz y en el artículo Los invasores del director de Egin, que recuperaba la descalificación sabiniana contra los trabajadores inmigrados, destructores de la nación vasca. Hoy los hijos de Pérez hablan euskera y votan cada vez más PNV o Bildu (lo veremos en Álava). Lo cual no equivale al logro de la integración política.

El nacionalismo sabiniano fue la respuesta de las élites autóctonas a la inmigración obrera y a la alternativa de poder llegada “de fuera” con la industrialización. Nacionalismo biológico, no étnico: el de los ocho apellidos. Y ganó la apuesta. Con un 50% o más de la población vasca cuyo primer apellido es castellano, el 80% de parlamentarios de PNV y Bildu llevan uno, la mayoría los dos, apellidos vascos. Siete de nueve miembros en el Gobierno vasco. No cuentan los electores, sino la hegemonía del nacionalismo.

El objetivo independentista mantiene su presión, pero la crisis económica hace ver que nada hay mejor que un concierto económico que transfiere miles de millones anualmente a Euskadi. Por eso Urkullu no está dispuesto a seguir la senda de Mas.

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