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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nuestra advertencia a Washington

Rajoy invocaba la soberanía nacional mientras escenificaba una penosa renuncia a la misma

El viernes 25 de octubre, al concluir la reunión del Consejo Europeo de Bruselas, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, preguntado por el espionaje masivo de la agencia norteamericana NSA del que hemos tenido noticias por la prensa más fiable, respondió en términos ambiguos en claro intento de desactivar el problema. Escuchar sus balbuceos iniciales y seguir la escala descendente utilizada resulta desolador para cuantos aspiran a vivir en un país donde se preserven los atributos básicos de la soberanía. Rajoy empezaba solemne “he dado instrucciones al ministro de Asuntos Exteriores”. Recordaba así al presidente Zapatero el día que aseguraba “he ordenado al ministro de Defensa que en el más breve plazo proceda a retirar las fuerzas destacadas en Irak”. Pero nuestro presidente actual tomaba el plano inclinado de la sumisión y precisaba que el encargo al titular de Exteriores se limitaba a que convocara al embajador de Estados Unidos y le pidiera información sobre las noticias publicadas respecto al espionaje de la NSA.

Era una actitud acomplejada que partía del cálculo erróneo de estimar que el camino de la sumisión es condición sine qua non para el mantenimiento de las buenas relaciones que deseamos tener con los Estados Unidos. Pero en ese mismo Consejo Europeo, otros aliados y socios privilegiados de Washington, como la canciller alemana Angela Merkel, y el presidente francés François Hollande, habían adoptado una posición firme de la que el presidente Mariano Rajoy se desentendió cegado por la obsequiosidad hacia el presidente Barack Obama. Un proceder ininteligible que quiso justificar invocando que los asuntos de seguridad no son competencia de la UE sino de estricta atribución soberana de cada país. Es decir, que hacía una invocación a la soberanía nacional mientras escenificaba una penosa renuncia a la misma. Porque hubiera quedado mucho mejor defendida sumándose a Alemania y a Francia en sus protestas y reclamaciones hacia nuestro común aliado. Tanta sumisión tampoco se sustenta en una cercanía personal inexistente. Porque, cuando van a cumplirse dos años de la victoria electoral por mayoría absoluta, sigue sin producirse el encuentro con el inquilino de la Casa Blanca. Se confirma así que Washington se ahorra las deferencias con quienes no se hacen respetar.

Solamente una vez España —cuando las negociaciones para la reducción de la presencia militar norteamericana— hizo valer sus posiciones con claridad y consiguió sus objetivos sin perjudicar en absoluto las relaciones hispano-norteamericanas. Así se negoció el nuevo Convenio de Cooperación para la Defensa que firmaron el embajador en misión especial Máximo Cajal y Reginald Bartholomew, embajador de Estados Unidos en Madrid, el 1 de diciembre de 1988. Puede consultarse el libro de memorias The Reagan Diaries (Harper Collins. Nueva York, 2007) para comprobar las referencias siempre elogiosas que el presidente norteamericano hace de España, al Rey Juan Carlos y de manera mucho más extensa al presidente del Gobierno de entonces, Felipe González, de quien escribe cuando le recibe el 21 de junio de 1983 en el despacho oval que “he's sharp, a bright, personable, young, moderate & pragmatic socialist” y del que asegura que al concluir su encuentro en Madrid el 7 de julio de 1985: “By the time our meeting was over we were Felipe & Ron”.

Lo demás han sido actitudes confianzudas, como la de los pies encima de la mesa del rancho del presidente George W. Bush en Crawford (Tejas) o la del encuentro de los tres tenores, al que se empinó el presidente José María Aznar en Azores, para lanzar el ultimátum al iraquí Sadam Hussein. Meras gesticulaciones sin sentido cuando después siguió un camino de servidumbre voluntaria y solo envió a la guerra abierta un barco hospital, que llegó después de establecido el alto el fuego. Luego, la jaimitada de mantenerse sentado en la tribuna del desfile cuando era líder de la oposición dejó en el rinchi al presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien después de precipitar la salida de nuestros efectivos de Irak prodigó todos los gestos de sumisión solicitados y, de consuno con la ministra de Defensa, Carme Chacón, rehusó denunciar como había prometido el Convenio de Defensa cuando caducaba y se sumó con la base de Rota a la fantasmagoría del escudo antimisiles, conforme a un acuerdo que acabó firmando el actual gobierno del PP.

Volvamos a la cuestión, el embajador americano estuvo ayer 40 minutos en el Palacio de Santa Cruz con el secretario de Estado para la UE, Íñigo Méndez de Vigo, y desde Varsovia el ministro ha querido señalar que de confirmarse la práctica de un espionaje masivo podría suponer una ruptura del tradicional clima de confianza. ¡Cuidado!

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