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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Austericidio’

Las clases populares, únicas propensas al radicalismo violento, han perdido su capacidad movilizadora

Enrique Gil Calvo

¿Se está creando por fin el caldo de cultivo de un extraordinario malestar social, que podría llegar a producir un estallido civil por el efecto catalizador del injusto austericidio que nos infligen? Existen múltiples indicios que parecen sugerirlo así, resumibles en los tres siguientes. Ante todo, por supuesto, el ingente auge del paro, que sigue desbordándose por el efecto retardado de la reforma laboral aprobada hace un año. Como ya se han desmenuzado las tripas de la EPA del jueves, me limitaré a recordar que hay casi dos millones de jóvenes en paro: la tristemente célebre generación perdida, que llegado el momento podría incorporarse a una airada rebelión civil.

En segundo lugar, el empecinamiento en el austericidio mismo. Ha quedado meridianamente demostrado que la política de ajuste fiscal está contrayendo todavía más la segunda recesión, bloqueando en consecuencia la salida de la crisis. Así ha terminado por reconocerlo la Comisión Europea (Durao Barroso) siguiendo los pasos del FMI (Olivier Blanchard), tras el escándalo de la hoja de cálculo (aquel maldito error de Reinhart y Rogoff que sirvió para condenar el déficit deudor). Pero pese a ello, el directorio europeo (Merkel y Rehn) continúa exigiendo mayor austeridad todavía, como precio a pagar por la moratoria en el ajuste del déficit. Sostenella y no enmendalla. Con lo cual nos condenan a españoles y mediterráneos a prolongar indefinidamente nuestra caída en la recesión. Si no quieres caldo, toma dos tazas.

Y en tercer lugar, la estolidez política del Gobierno Rajoy, incapaz de administrar la ruina con un mínimo de inteligencia y empatía ciudadana. Aplica el austericidio que le imponen sus superiores europeos con la sordera moral de un tecnócrata que cumple su deber con rutinaria rigidez, revelando así la misma banalidad maligna que Hanna Arendt diagnosticó en otro contexto muy distinto. Y un triste ejemplo de esta burocrática indiferencia por el sufrimiento ciudadano lo tenemos en su chapucera tramitación de la nueva ley hipotecaria.

¿Era necesario afrentar a los pobres desahuciados fingiendo que se aceptaba su Iniciativa Legislativa Popular para después suprimirla y tergiversarla? Lo mismo que se ha hecho con los escraches, a los que se criminaliza para poder culpar a las víctimas. Cada vez que maltratan y humillan al ciudadano de a pie, ofendiendo su dignidad herida, recuerdo aquella frase lapidaria de una diputada popular: "¡Que se jodan!" Es el más certero autorretrato de la casta que nos gobierna. Pero semejante desdén es algo peor que una crueldad. Es un error político de primera magnitud, pues los ciudadanos ni merecen ni perdonan al gobernante que les pierde el respeto y les trata de esa forma.

De modo que las condiciones están creadas para que un día de estos la ciudadanía de a pie se lance a la calle a expresar en público su ruidosa protesta y rabioso descontento. Y de hecho ya lo vienen haciendo, pues el pasado 2012 fue el año de mayor conflictividad social, con mucha mayor extensión e intensidad de las protestas públicas (huelgas, manifestaciones, ocupaciones de plazas e instituciones, etcétera) que las que hubo incluso en 2011 (el año del 15-M). Pero no ha habido ni de momento se espera que haya ningún verdadero estallido social. La protesta del jueves pasado (día en que se publicaba la EPA del paro), organizada por la plataforma ¡En Pie! que proponía tomar el Congreso como quien toma la Bastilla, fue un completo fracaso. Y algo parecido puede pasar con las manifestaciones del Primero de mayo.

¿Por qué no estalla la calle en España? Mucho se ha hablado del familismo que protege a los jóvenes españoles y les sirve de red de apoyo incondicional, lo que explica que no experimenten la necesidad acuciante de sublevarse. Pero lo mismo ocurre en Grecia y allí la calle estalla en llamas, incendiada por las antorchas ultraderechistas de Aurora Dorada. O en Italia, cuya generación perdida se ha integrado en el movimiento antipolítico Cinco Estrellas, que a punto está de minar y descomponer desde dentro su sistema institucional. ¿Por qué su familismo mediterráneo es compatible con la resistencia popular, mientras que el español en cambio es conformista y contemporizador?

Mi hipótesis es que la protesta en España está protagonizada por los jóvenes universitarios de clase media, que por desclasados que estén no parecen dispuestos a destruir un sistema al que pretenden regenerar para poder integrarse en él. Aquí las clases populares, las únicas propensas al radicalismo violento, han perdido su capacidad movilizadora, como revela el declive sindical. Y por eso toda la conflictividad está liderada por movimientos pacifistas de clase media: el 15-M, las mareas blanca y verde. Aquí la revolución no tendrá lugar.

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