Peligros para la nacionalidad
Cuando Rajoy se resiste a la bilateralidad, Mas lanza el órdago de la independencia con referéndum
Ernest Renan habría tenido razón al sostener, hace más de un siglo, que el olvido histórico, incluso el yerro histórico, constituyen factores sustanciales en la formación de una nación, y que, por esa misma razón, el avance, el progreso de la historia como ciencia es, con frecuencia, un peligro para la nacionalidad. En esa misma línea, Eric Hobsbawm, un historiador muerto ayer a los 95 años, que esclareció cuál es el sentido de la disciplina y cuál el deber básico de quienes a ella se consagran. Por eso proponía en su libro La invención de la tradición como la más bella tarea para sus colegas la de ser un peligro para los mitos nacionales. Es la función crítica que, por ejemplo, cumple José Álvarez Junco en Mater Dolorosa (Editorial Taurus. Madrid, 2001), la misma que recordaba Santos Juliá en la columna del domingo día 30 en estas páginas, bajo el título Entusiasmados por el poder a propósito de los intelectuales adictos que formaban en semicírculo alrededor del líder “a la distancia exacta para transmitirle la emoción del momento”.
La escena comentada por Juliá sucedía en la plaza de Sant Jaume bajo el balcón del palau de la Generalitat. Allí todos acompañaban al president Artur Mas recién llegado de Madrid y entonaban el canto de Els Segadors, con su bon colp de falç, declarado himno oficial por el Parlament en 1993. Toda una convocatoria a las emociones ancladas en una ocasión remota y protagonizada por campesinos ajenos al actual momento de Catalunya como sucede siempre con los himnos, según tiene demostrado el profesor Francisco Bobillo en el libro que les dedicó con el título de Sonajeros de los pueblos (Editorial Biblioteca Nueva. Madrid, 2002).
En todo caso, esta cuestión de los mitos y de las tareas emprendidas para la construcción nacional debería haber merecido alguna reflexión esclarecedora por lo menos a partir de los resultados del referéndum del Estatut de junio de 2006 con una participación del 48,8 %, es decir, 11 puntos por debajo de la que se activó 27 años antes cuando el primer Estatut de 1979, los de las elecciones catalanas del 1 de noviembre de 2006 con resultado del tripartito de Montilla y los de las últimas de 2010, con victoria convergente y apoyo parlamentario Popular. En estas estábamos mientras la crisis apretaba por todas las costuras, y ese es el momento elegido por el president para galvanizar a los manifestantes de la Diada e invocar después ese magma de reivindicaciones como si constituyera una demanda nítida e irresistible de un pacto fiscal, entendido como peldaño hacia el Estado propio. El debate subsiguiente del Parlament cobraba tal tensión nacionalista que, como dice el poema, “en aquella polvareda, perdimos a don Beltrán”.
Una vez más se esfumaba el momento de interrogar sobre qué ha quedado del tan bien ponderado oasis catalán. Por esa senda llegábamos a comprender cómo, en medio de campañas electorales que en apariencia se han disputado a cara de perro, nadie ha emplazado a nadie para explicar a los contribuyentes qué se hizo del 3% de comisiones sobre la obra pública que aplicaron los gobernantes de esa comunidad autónoma para su beneficio particular y partidista durante 23 años. ¿Se habrá renunciado a esclarecer ese conflicto o el del Palau o los que afectan a Unió Democràtica de Catalunya con condenados que reciben el indulto y son recibidos en triunfo, en aras de las prioridades que impone la construcción nacional? ¿Se confirmará la leyenda de aquella viñeta de El Roto según la cual una buena bandera lo tapa todo?
Y cuando el presidente Mariano Rajoy se resiste a la bilateralidad, Artur Mas lanza el órdago de la independencia con referéndum por las buenas o por las bravas. Para componer mejor la figura se hacen alusiones más o menos difuminadas a los tanques, como si ese fuera a ser el recurso para bloquear la voluntad de Catalunya. Pero esa es una falacia porque la Constitución es un antídoto no un fulminante para ninguna guerra civil. Recordemos que la sublevación que encabezó el general Franco dividió el país y a sus gentes que por razones geográficas, políticas, ideológicas, religiosas y demás acabaron enroladas en las fuerzas que se enfrentaron. Nadie del actual poder constitucional, heredero del poder constitucional de la República, envió tanque alguno a Catalunya ni a ninguna parte y Madrid resistió hasta el final y padeció la más cruel de las represiones en aquellos años triunfales. Además, en las filas de Franco y entre sus más directos colaboradores en Burgos tuvieron sitio preferente catalanes destacados que nadie ha borrado a posteriori del Registro Civil. Otra cosa es que algunos quieran ser los expendedores del carné por puntos del buen catalán y que como ha escrito Sergi Pàmies en La Vanguardia intenten protegernos instaurando un régimen de infamia preventiva.
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