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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El camino español

Rajoy ha acreditado que no tiene un plan ni un discurso capaz de enrolar a la ciudadanía

Hubo un camino español historiado con asombro por Geofrey Parker. Era el que hacían los Tercios de Milán a Flandes, cuando los soldados se desplazaban a pie sin diferencia alguna a como lo hacían los hoplitas de Jenofonte muchos siglos antes. Pero también hubo un camino español hacia la libertad y la recuperación democrática, que suscitó múltiples admiraciones, en particular en los países que empezaban a romper con el pasado de sometimiento a la férula soviética a partir de la caída del Muro de Berlín. Así volvía a reconocerlo Adam Michnik, editor del diario Gazeta Wyborcza de Varsovia, hace unos días en el palacio de Miramar de San Sebastián, durante la XXIV edición del seminario sobre Europa Central organizado por la Asociación de Periodistas Europeos, que forma parte de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco. Ese camino español, que algunos llamaron Transición, es el que nuestros compatriotas decidieron emprender para reconciliarse.

Fue entonces cuando derrotaron todos los pronósticos adversos, renunciaron al temperamento pasional, adoptaron el discurso del método, caminaron por la senda del diálogo, depusieron su característico espíritu cainita, aprendieron de los enconos, rechazaron el miedo al miedo, reaccionaron con el cerebro en lugar de con las vísceras y se dieron a sí mismos el gusto de la libertad democrática, rehusando de manera expresa a cualquier camino de servidumbre. Este camino español de la cooperación cívica, del desinterés en aras de un bien colectivo de mayor alcance, de la concordia anticipadora de una nueva convivencia, encierra algunas enseñanzas capitales que ahora, cuando más útiles hubieran sido, se han dejado de lado. Porque, concedamos que nuestros gobernantes se encuentran sumidos en graves dificultades, pero señalemos también que en absoluto son mayores que las que acecharon a sus predecesores de la Transición.

Todavía está por redactar un plan director para la mayor eficiencia del funcionariado, pero ya está acuñada la imagen de la picaresca

Esos años en que vivimos peligrosamente, aunque ahora se recuerden como si hubieran sido un camino de rosas, exigieron superar dificultades e impaciencias sin cuento. Entonces nadie ofrecía tregua y los energúmenos del más variado signo se resistían a abandonar la escena con las armas en la mano, unos disparando desde dentro del búnker, otros bajo los imperativos terroristas que “cristalizan en la creencia de que es el destino, por trágico que resulte, lo que obliga a matar” y exime de responsabilidades, como describe Michael Ignatieff en su libro Sangre y pertenencia. Viaje a los nuevos nacionalismos cuya versión al castellano acaba de publicar la editorial El hombre del tres.

En el camino español, el presidente y el Gobierno deberían ir por delante, obligando con su propia decencia y ejemplaridad

Ahora, después de casi siete meses en el poder, sumergidos en el disfrute de una mayoría absoluta parlamentaria que se diría insensible a los agentes de la erosión, Mariano Rajoy y los suyos han acreditado que ni tienen un plan ni tampoco un discurso capaz de enrolar a la ciudadanía para que sume sus esfuerzos en busca de la solución. Todo han sido palos de ciego, pero con visión láser capaz de dejar a salvo de perjuicio alguno a los que visten la propia camiseta o están alineados bajo las banderas de los mismos intereses. Porque muchos de los recortes han ido precedidos de una cuidada preparación artillera, de modo que, por ejemplo, antes del recorte salarial a los funcionarios se ha desplegado una campaña de desprestigio a los servidores públicos, se les ha presentado como abusadores, absentistas, ventajistas de moscosos y canosos. Todavía está por redactar un plan director para la mayor eficiencia del funcionariado, pero ya está acuñada la imagen de la picaresca, la desidia y el abandono de profesores, médicos o funcionetas de diferente denominación de origen. Hay sistemas disciplinarios disponibles para la corrección de las faltas, que se oxidan por desuso. También se dispone de una panoplia de incentivos para mejorar la dedicación, que ha dado espléndidos resultados, por ejemplo, en los profesionales de las Fuerzas Armadas, cuyo ascenso ha dejado de ser consecuencia inerte de la antigüedad para vincularse con la preparación, los cursos seguidos y el desempeño adecuado del mando de las unidades.

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En breve, para la situación actual habría también un camino español: el que obligaría al presidente y al Gobierno a ir por delante, obligando con su propia decencia y ejemplaridad, rehusando excusarse con las transgresiones de los demás, aplicando con mano de hierro la corrección en las propias filas. Fuera de ese camino asistiremos al rompan filas y sálvese quien pueda, mientras cada uno de los miembros del Gobierno busca con diligencia su propia tabla de salvación para después, de modo que alguien esté dispuesto a pagarle los servicios prestados.

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