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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salir juntos de la crisis

En La Moncloa deberían advertir que la situación precisa sumar a la oposición en las reformas

Tras la fulminante crisis de 2008, que supuso la quiebra de Lehman Brothers, Jürgen Habermas, entrevistado en el semanario alemán Die Zeit (véase La constitución de Europa. Editorial Trotta. Madrid, 2012), centraba su preocupación en la clamorosa injusticia que suponía socializar los costes derivados del fallo del sistema y ponerlos a cuenta de los grupos más vulnerables. Nuestro autor insistía en que, una vez más, los condenados a pagar las consecuencias económicas reales del mal funcionamiento del sistema financiero eran los que no figuraban, en ningún caso, entre los vencedores de la globalización. Y que, además, habían debido hacerlo no en valores monetarios, como los accionistas, sino en la dura moneda de su existencia cotidiana. Enseguida subrayaba que buscar ahora chivos expiatorios le parecía una hipocresía porque los especuladores habían actuado siempre dentro del marco legal ajustado a la lógica, socialmente aceptada, de la maximización del beneficio. De ahí concluía que la política se ridiculizaba a sí misma cuando se ponía a moralizar en lugar de apoyarse en el derecho coercitivo del legislador democrático, que es el instrumental decisivo a su alcance. Porque es en definitiva la política la responsable de que las cosas se orienten hacia el bien común y es la deserción, que la política y el legislador democrático hacen de sus deberes reguladores, la que había conducido al marasmo y a la injusticia señalada.

Va ya para cuatro años que Habermas escribía que, en toda Europa, los partidos socialdemócratas están contra la pared porque, con apuestas decrecientes tenían que practicar juegos de suma cero. Entonces, su pregunta era por qué esos partidos no aprovechaban la ocasión para escapar de la jaula del Estado nacional y explorar nuevos campos de acción en el plano europeo. En su opinión, con independencia de lo que hoy signifiquen los términos “izquierda” y “derecha”, solo de manera conjunta podrían los países del euro lograr un peso político en el concierto internacional, capaz de otorgarles la capacidad de influir razonablemente en la agenda de la economía mundial.

Pero la necesidad de que los países de la Unión, tanto si están gobernados por formaciones de “izquierda” como de “derecha”, lleguen a entender que solo juntos podrán salir de la crisis sería también aplicable a la actitud que debería imponerse en el interior de cada uno de los Estados miembros de la UE, respecto a los asuntos fundamentales.

La desafección de los ciudadanos respecto de los partidos y de los dirigentes políticos resulta ser directamente proporcional a la percepción del sectarismo andante, según el cual se anteponen los intereses partidistas a los generales de la población. Está por ensayar qué resultaría de la actitud inversa. Recordemos, por ejemplo, el progreso en la aceptación pública que logró José Luis Rodríguez Zapatero cuando, tras su elección para la secretaría general del Partido Socialista, le instaban a que diera más caña a los del PP y respondía que prefería darles más ejemplo. ¿Qué pasaría ahora si el presidente Mariano Rajoy renunciara a hacer oposición a la oposición y a ennegrecer el pasado zapaterista como compensación al imposible de presentar un horizonte más grato? Porque se diría que el afán de cultivar el tenebrismo del pretérito imperfecto no ha tenido más efecto en el exterior que el de hundir la credibilidad de los mercados en España y reducir a mínimos históricos la confianza que suscita nuestro país.

A base de cargar las tintas sobre el déficit de las comunidades autónomas, el Gobierno del PP se ha esforzado hasta lograr que el proyecto de los Presupuestos Generales del Estado haya sido recibido con multiplicadas reservas en Bruselas, donde ya infundía sospechas el retraso en presentarlo. Todos sabían allí que las excusas para incumplir los plazos derivaban del intento partidista de evitar efectos nocivos en las elecciones andaluzas. Pero, además, dispuesto a sumar méritos ante su ministro Montoro, titular de Hacienda, el secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta, se lanzó a continuación en plancha para desacreditar a la Junta de Andalucía y culparla de déficit oculto. Con gran acierto, ha conseguido así suscitar la atención del diario The Guardian y pegarse un tiro en el pie, conforme al ejemplo de Froilán, que tanto está cundiendo. En La Moncloa deberían advertir que la situación requiere algo más que la holgada mayoría parlamentaria dictada por las urnas del 20 de noviembre: precisa sumar a la oposición socialista en algunos de los sacrificios y de las reformas. Dejarla fuera, echarla al monte o a la pancarta, sería dañar al país en su conjunto. Parafraseando a Shakespeare (Sobre el Poder. Taurus Great Ideas) sabemos que con inquietud reclina la cabeza el que tiene responsabilidades de gobierno.

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