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Una mujer de Gambia consigue hacer del plástico una fuente de riqueza

Isatu Ceesay ha generado un movimiento en Gambia que ha puesto el cuidado del medioambiente en el centro de sus vidas

Isatu Ceesay Gambia
Isatou Ceesay, sentada sobre una silla fabricada con ruedas de coche en el vivero de su casa de Banjul, Gambia, en julio de 2022.Chema Caballero

Isatu Ceesay ha hecho del cuidado del medioambiente su pasión. Ha fundado en su país, Gambia, una organización feminista que busca el empoderamiento de las mujeres, ayudándolas a generar sus propios ingresos a través del cuidado del planeta. Se trata de un movimiento, un estilo de vida basado en el reciclaje, en el que participan cientos de mujeres; quienes se suman, mejoran su situación económica y también su entorno . Todo ello revierte en una mayor calidad de vida para ellas y sus familias. Pero no está satisfecha con lo logrado hasta ahora, quiera traspasar fronteras. Sueña con que su mensaje se oiga en todo el mundo y que sean muchos los que empiecen a ponerlo en práctica en sus casas, para que luego se pueda dar un paso más: “Quiero ver de lo que somos capaces de conseguir todos juntos. Estoy convencida de que si empiezan por abajo, poco a poco irán subiendo y cada vez querrán hacer más cosas”, sueña la activista.

Si mi madre puede hacer cosas sin ninguna formación, ¿qué puede hacer una mujer educada? Posiblemente, mucho más que eso
Isatu Ceesay

Ceesay nació y se crio en el seno de una familia de refugiados de Malí asentada en Njau, en la región de Central River, en el norte de Gambia. Las experiencias que vivió desde muy pequeña en esa comunidad han marcado su trayectoria. Cuando era muy joven se percató de que no tenía nombre; fuera a donde fuera, siempre era la refugiada. También se dio cuenta de que carecía de cualquier privilegio y de que sus padres se veían obligados a trabajar más duro que el resto de sus vecinos para sacar adelante a la familia. Su progenitor falleció cuando era adolescente y la madre tuvo que redoblar sus esfuerzos para que todos sus hijos pudieran comer y asistir al colegio. Recuerda que en aquellos años se dio cuenta de que las mujeres podían hacer muchas cosas. Por eso se hizo la promesa de dedicar su vida a mejorar las condiciones de estas. “Si mi madre lo hizo sin ninguna formación, ¿a qué puede llegar una mujer educada? Posiblemente, a mucho más que eso”, afirma.

Todo ello le llevó a crear una asociación de mujeres. Quería que constituyera un paraguas para “enseñarles que nadie nace con un estatus, nadie nace con habilidades aprendidas. Tienes que trabajar para tenerlas”. Así surgió Women’s Initiative Gambia (WIG), o Iniciativa de Mujeres de Gambia. Los principios no fueron fáciles. “Fundé esa organización como una asociación de mujeres en las comunidades, pero no me daban mucha credibilidad. Cuando las llamé, aparecieron unas 50. Incluso mi familia decía que lo que proponía no sería nunca posible. Al final solo cinco se unieron a mí en este viaje. Más tarde, la gente empezó a entender, a escuchar y a sumarse a nosotras. Esperamos que cada vez sean más, para el beneficio de las próximas generaciones”, confiesa Ceesay. Ahora WIG no deja de crecer y de buscar nuevos caminos que faciliten la conservación del medioambiente y su gestión para originar ingresos que ayuden al empoderamiento de las mujeres y los jóvenes en Gambia.

La protección del medioambiente siempre ha sido una prioridad para esta activista. “Solía escuchar a mi madre quejarse de que la leña se estaba acabando y cuando miraba a las cabras decía, ‘mi cabra ha comido plástico’. Luego veía que la carne que consumíamos no era buena, me quemaba el pecho. Entonces me dije que eso era algo de lo que debía ocuparme, y que había que educar a la gente todo lo posible para que entendiera lo que está pasando, cómo estamos destrozando el planeta. En aquel momento no tenía idea de qué podíamos hacer, pero sentía que había un problema y había que buscarle una solución”, recuerda Ceesay.

Cavilando sobre cómo cuidar de su entorno, se encontró con los voluntarios estadounidenses del Cuerpo de Paz (Peace corps), muy involucrados en temas de reciclaje. Gracias a ellos tuvo la ocasión de formarse en ese sector. Esas amistades le abrieron muchas puertas y pudo asistir a una reunión regional sobre medioambiente: “En aquel encuentro nos pusieron deberes a los participantes: ve al basurero, mira lo que hay allí, busca algo que creas que es un problema que viene de lejos y piensa qué se puede hacer. Cada uno cogió lo que quiso, yo no sé por qué elegí plástico. Cuando me preguntaron por qué, les explique lo que había visto en casa y dije que quería cambiar la situación”, recuerda. Desde aquel día su vida quedó unida al plástico y, por osmosis, la de todas las mujeres que la siguen.

Hoy, Ceesay recorre Gambia sensibilizando a las mujeres, formándolas y organizándolas en cooperativas con el fin de que encuentren un medio para generar ingresos en el reciclaje. De esta forma, también, se convierten en guardianas del medioambiente.

Isatu Ceesay ha convertido el patio de su casa en un vivero con árboles autóctonos para distribuir por zonas rurales

En los últimos años, esta activista ha dado un paso más y trabaja con las comunidades para que replanten y cuiden los árboles. Con este fin, no cesa de reunirse con autoridades locales, políticos, grupos de campesinos y, sobre todo, con estudiantes, para que se unan a esta iniciativa. El patio de su casa en Banjul se ha convertido en un vivero donde almacena gran cantidad de árboles autóctonos para ser distribuidos en las zonas rurales. En su pueblo natal, dedica una gran extensión de tierra al mismo propósito. Finalmente, con el fin de preservar estos árboles, las mujeres de WIG han comenzado a fabricar carbón vegetal con residuos sólidos, lo que evita la tala para leña.

Ceesay no para de imaginar nuevos caminos que combinen estas dos vertientes. “Asegurar que las mujeres tienen lo que necesitan para trabajar y que como mujeres puedan participar en cualquier desarrollo es lo que me motiva cada mañana y me anima a trabajar en estos dos ámbitos”, afirma.

Al ser preguntada si opina que todo ese esfuerzo ha valido la pena, afirma: “Sí, así lo creo porque cuando empecé en 1997, era solo yo y mucha gente se reía de mí. Incluso mi madre estaba triste por mí. Pero hoy, si viajas por el país, encontrarás cientos de jóvenes preocupados por el medioambiente. Hay bastantes tipos de activistas. Me contactan preguntando por ideas. Y estoy muy contenta de tener a tantos de ellos. Algunos quieren limpiar las playas. Más tarde, cuando seamos capaces de unirnos todos, las cosas mejoraran mucho más”.

Parecen infinitas las ideas que bullen en la cabeza de Ceesay para seguir avanzando. Para ello, cuenta con el apoyo del programa Best Africa de la Fundación Santander. “Estamos trabajando con nuestras capacidades, lo que podamos hacer lo haremos, si tenemos ayuda será más rápido. Pero la falta de fondos no nos va a detener, seguiremos haciendo lo que podamos con nuestras capacidades. Mientras estemos vivas no nos pararemos”, concluye.

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