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Una década escapando de Malí

La Unión Europea ha decidido suspender sus misiones justo cuando hace 10 años que el país comenzó a resquebrajarse por el terrorismo. La inseguridad que viven los ciudadanos ha causado ya más de 2,5 millones de desplazados

Refugiados Mali
Roberto Palomo

Malí comenzó a desquebrajarse en 2012 y una década después la situación no tiene visos de mejorar. En este tiempo, el conflicto que asola el territorio ha provocado el desplazamiento de 2,5 millones de personas y 25.000 muertos, según la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur).

Los primeros episodios violentos se iniciaron cuando diversos grupos rebeldes y yihadistas atacaron Menaka, Tessalit y Aguelhok, tres ciudades al norte del país. En aquel entonces, las tropas de la Unión Europea, llegadas de la mano de Francia, se desplegaron para ayudar al ejército maliense a combatir a los grupos que amenazaban la integridad territorial y que ya se encontraban a las puertas de la capital, Bamako. En un primer momento, la amenaza se difuminó. Sin embargo, la intervención provocó que estos bandos se desperdigaran y el conflicto se transformara en una guerra difusa y latente entre facciones yihadistas, señores de la guerra dedicados al narcotráfico y ejércitos de medio mundo intentando que la región no se convirtiera en un estado fallido.

La situación política se agravó en 2020, cuando el coronel Assimi Goïta dio un golpe de Estado que derrocó al presidente electo. El militar prometió un nuevo gobierno democrático ante las dudas de la comunidad internacional, cuyas sospechas se confirmaron en 2021: Goïta repitió la acción militar, se autoproclamó presidente y expulsó a los mandatarios civiles que trabajaban en la transición hacia un eventual régimen democrático.

A principios de 2022, los gobernantes militares golpistas anunciaron que seguirán en el poder durante cuatro años más, en vez de convocar elecciones en febrero, como estaba previsto.

La estabilidad clave para el control de los flujos migratorios, la lucha contra el terrorismo yihadista y el contrabando de drogas y armas

Desde entonces, el Ejecutivo ha ido estrechando lazos con Rusia y China. Los asesores militares rusos desplazaron a las tropas francesas, que decidieron replegarse, a la vez que se iba produciendo la ruptura total entre los gobiernos de Bamako y París. Entretanto, empiezan a circular las sospechas de que el coronel Goïta ha solicitado ayuda al grupo Wagner para combatir el yihadismo. Así se conoce a una organización paramilitar a sueldo de origen ruso financiada por Yevgueni Prigozhin, un oligarca ruso muy cercano al presidente ruso Vladímir Putin, y sobre el que pesan numerosas denuncias de crímenes de guerra. De hecho, la ONU investiga una masacre de 300 civiles en la ciudad de Moura supuestamente perpetrada por el ejército de Malí con la ayuda del grupo Wagner, que también está ayudando al dictador a perpetuarse en el poder.

Esto ha provocado que Malí sufra sanciones de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS) que pasan por la suspensión de la mayoría del comercio, la limitación de la ayuda financiera y el cierre fronterizo por tierra y aire con los países integrantes de este bloque.

Malí es un país que se encuentra en la región del Sahel. Esta zona limita al norte con el desierto del Sáhara y al sur con la sabana sudanesa. Su estabilidad clave para el control de los flujos migratorios, la lucha contra el terrorismo yihadista y el contrabando de drogas y armas. El territorio del Sahel, que comprende el continente africano del Atlántico al Índico, está considerada por Europa como su primera frontera y también que la seguridad del continente depende de la estabilidad de esta región.

España es la primera parada en Europa para aquellos que se juegan la vida en el mar huyendo del horror y la violencia en busca de seguridad y un futuro digno. Según los últimos datos del Ministerio del Interior, en 2020, 1.537 personas de Malí solicitaron asilo en nuestro país. Fue la nacionalidad africana que más solicitudes de asilo registró y solo diez fueron de mujeres. Muchos se encuentran en programas de acogida como el de Cruz Roja, donde en un primer momento reciben asesoramiento para regularizar su situación. Después, complementan las clases de español con cursos y prácticas laborales para terminar de integrarse en nuestra sociedad y tener una vida digna lejos de la violencia.

Estas son las historias y rostros de algunos de ellos:

Dos años y seis meses después de dejar Mali, Lassim llegó a España. Este joven de 24 años trabajó en su país en una carnicería y reparando máquinas electrónicas. En Argelia consiguió un empleo en la construcción; en Marruecos, se dedicó a la ganadería. Al preguntarle de qué le gustaría trabajar en España, responde rápidamente que de camarero, para más tarde asegurar que hará todo lo que pueda, pues su sueño es realizarse en la vida.
Dos años y seis meses después de dejar Mali, Lassim llegó a España. Este joven de 24 años trabajó en su país en una carnicería y reparando máquinas electrónicas. En Argelia consiguió un empleo en la construcción; en Marruecos, se dedicó a la ganadería. Al preguntarle de qué le gustaría trabajar en España, responde rápidamente que de camarero, para más tarde asegurar que hará todo lo que pueda, pues su sueño es realizarse en la vida.ROBERTO PALOMO
Baba, de 32 años, trabajaba vendiendo café en un mercado de su ciudad, en Malí. Llegó a Tenerife hace unos siete meses y ya ha pasado por Madrid y Badajoz dentro del sistema de acogida español gestionado por Cruz Roja. Asegura que solo Dios sabe qué le deparará el futuro y, aunque en un primer momento dice que le gustaría trabajar pintando casas, reconoce, como la mayoría, que cualquier empleo le va bien.
Baba, de 32 años, trabajaba vendiendo café en un mercado de su ciudad, en Malí. Llegó a Tenerife hace unos siete meses y ya ha pasado por Madrid y Badajoz dentro del sistema de acogida español gestionado por Cruz Roja. Asegura que solo Dios sabe qué le deparará el futuro y, aunque en un primer momento dice que le gustaría trabajar pintando casas, reconoce, como la mayoría, que cualquier empleo le va bien.ROBERTO PALOMO
Hace un año y medio que Mohamé llegó a las costas de Málaga. Se formó en la academia del equipo de fútbol del Stade Malien de Bamako hasta los 16 años y luego trabajó en un supermercado hasta que, con 22 años, decidió dejar todo atrás y luchar por mejorar su vida lejos de un país roto por la violencia. Hace tres meses que tiene ficha en un equipo de fútbol y sueña con ser profesional. Está contento porque el entrenador y los compañeros le tratan muy bien y le ayudan mucho.
Hace un año y medio que Mohamé llegó a las costas de Málaga. Se formó en la academia del equipo de fútbol del Stade Malien de Bamako hasta los 16 años y luego trabajó en un supermercado hasta que, con 22 años, decidió dejar todo atrás y luchar por mejorar su vida lejos de un país roto por la violencia. Hace tres meses que tiene ficha en un equipo de fútbol y sueña con ser profesional. Está contento porque el entrenador y los compañeros le tratan muy bien y le ayudan mucho.ROBERTO PALOMO
Djibril huyó de su pueblo, cansado de la violencia y las agresiones. Allí trabajaba en todo lo que podía: ganadería, agricultura o buscando oro y diamantes en las aguas del río. Llegó a Argelia a través de Níger, donde trabajó como albañil y en el campo para ahorrar dinero y seguir su camino. En Marruecos ahorró los 2.500 euros que le pedían para llegar a España desempeñándose en la construcción y en trabajos de limpieza. Poco más de un año después de alcanzar la Península Ibérica, consiguió su primer trabajo como jornalero de aceitunas en Jaén gracias a un amigo. Ahora, espera en Lepe a que comience la temporada de la recogida de fresas.
Djibril huyó de su pueblo, cansado de la violencia y las agresiones. Allí trabajaba en todo lo que podía: ganadería, agricultura o buscando oro y diamantes en las aguas del río. Llegó a Argelia a través de Níger, donde trabajó como albañil y en el campo para ahorrar dinero y seguir su camino. En Marruecos ahorró los 2.500 euros que le pedían para llegar a España desempeñándose en la construcción y en trabajos de limpieza. Poco más de un año después de alcanzar la Península Ibérica, consiguió su primer trabajo como jornalero de aceitunas en Jaén gracias a un amigo. Ahora, espera en Lepe a que comience la temporada de la recogida de fresas.ROBERTO PALOMO
Mamadú Sidibe decidió huir de Malí cuando las luchas étnicas se recrudecieron en su región. Aunque pudo terminar sus estudios de secundaria, no tuvo más remedio que buscar oro en las minas en unas condiciones muy peligrosas. No recuerda bien cuándo llegó a España exactamente, pero sí que su travesía le llevó cuatro duros meses. Tiene claro que lo que más le importa ahora es estar bien y alimentarse. Cree que pensar qué le deparará el futuro le traerá mala suerte.
Mamadú Sidibe decidió huir de Malí cuando las luchas étnicas se recrudecieron en su región. Aunque pudo terminar sus estudios de secundaria, no tuvo más remedio que buscar oro en las minas en unas condiciones muy peligrosas. No recuerda bien cuándo llegó a España exactamente, pero sí que su travesía le llevó cuatro duros meses. Tiene claro que lo que más le importa ahora es estar bien y alimentarse. Cree que pensar qué le deparará el futuro le traerá mala suerte.ROBERTO PALOMO
Un año y tres meses lleva Haruna en España. Arribó a las costas canarias, donde permaneció cerca de tres meses. Luego pasó dos en Málaga, cuatro en Mérida y cinco en Badajoz, hasta conseguir el estatus de refugiado y obtener un permiso de trabajo. Su suerte cambió del todo cuando recibió una llamada de teléfono de un amigo ofreciéndole trabajo en una fábrica de leche en Cataluña. Asegura que se encuentra feliz de poder ayudar a su familia después de haber pasado siete días entre la vida y la muerte cruzando el mar.
Un año y tres meses lleva Haruna en España. Arribó a las costas canarias, donde permaneció cerca de tres meses. Luego pasó dos en Málaga, cuatro en Mérida y cinco en Badajoz, hasta conseguir el estatus de refugiado y obtener un permiso de trabajo. Su suerte cambió del todo cuando recibió una llamada de teléfono de un amigo ofreciéndole trabajo en una fábrica de leche en Cataluña. Asegura que se encuentra feliz de poder ayudar a su familia después de haber pasado siete días entre la vida y la muerte cruzando el mar.ROBERTO PALOMO
Adji tiene 21 años y llegó a las Palmas de Gran Canarias en abril de 2020. Antes, trabajaba en el campo y acudía a la escuela para aprender francés hasta que la situación fue insostenible y decidió salir en busca de seguridad. Sueña con tener una mejor vida. Hace poco ha empezado a entrenar en un equipo de fútbol, un gran paso para conseguir integrase en nuestra sociedad y un hecho que puede marcar su futuro.
Adji tiene 21 años y llegó a las Palmas de Gran Canarias en abril de 2020. Antes, trabajaba en el campo y acudía a la escuela para aprender francés hasta que la situación fue insostenible y decidió salir en busca de seguridad. Sueña con tener una mejor vida. Hace poco ha empezado a entrenar en un equipo de fútbol, un gran paso para conseguir integrase en nuestra sociedad y un hecho que puede marcar su futuro.ROBERTO PALOMO
Ousmane se dedicaba en Malí a tejer ropa, pero deja claro que le gustaría trabajar de cualquier cosa que le permita dar una mejor vida a su hijo de ocho años. Llegó a España en 2020, cuando tenía 27 años, en busca de protección, pues hace tiempo que su país dejó de ser un lugar seguro. Ahora está centrado en aprender español y recibe clases todos los días gracias al apoyo de Cruz Roja.
Ousmane se dedicaba en Malí a tejer ropa, pero deja claro que le gustaría trabajar de cualquier cosa que le permita dar una mejor vida a su hijo de ocho años. Llegó a España en 2020, cuando tenía 27 años, en busca de protección, pues hace tiempo que su país dejó de ser un lugar seguro. Ahora está centrado en aprender español y recibe clases todos los días gracias al apoyo de Cruz Roja.ROBERTO PALOMO

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