El turismo en Gambia y Senegal quiere escribirse en femenino
El programa Best Africa, impulsado por la Fundación Banco Santander, inyecta 500.000 euros en varios proyectos sostenibles y liderados por mujeres para promocionar la igualdad y el emprendimiento local
Para Isatou Ceesay, uno no viaja si no se acerca a la realidad del otro. “El turista que llega a África no solo quiere sacarse fotos en paisajes bonitos; quiere conocer nuestros problemas”, narra convencida en una videollamada desde el Centro de Reciclaje de N´Jau, Gambia. Allí, cerca de 4.000 mujeres hacen de los residuos coloridos souvenirs que cuentan la historia de un país que se ahoga en plástico. A orillas del río Gambia, que se cuela como un horizonte en gran parte del país, la recolecta de ostras y el cuidado de los manglares es “cosa de mujeres”. En concreto, de 600 madres que desde 2007 se unieron para trabajar como colectivo y convertir la cosecha en el sustento principal de sus familias sin abusar del medio. En Senegal, Leontine Keita se reveló con su destino ―casarse y tener hijos― y hoy es la primera mujer de la etnia bedik dueña de un humilde hotel. Sus diez cabañas son una ventana a lo más auténtico de Senegal y ya aparecen en las principales guías turísticas. “Empecé yo, pero cada vez seremos más”, augura.
Les une las ganas de emprender y los años intentándolo con el viento en contra. A partir de este año también tendrán en común el impulso del programa Best Africa del Banco Santander. La Fundación dota con un importe inicial de 500.000 euros durante los próximos tres años a proyectos de mujeres en Gambia, Senegal y Marruecos que lideran proyectos turísticos en sus comunidades y que, además, sean sostenibles con el medio ambiente. Gabriel Viloria, coordinador del plan, ve en este apoyo “una oportunidad para la promoción de un turismo solidario y ecológico”: “Nuestro trabajo incide en la promoción de la igualdad de género en un sector, el turístico, gravemente afectado por la pandemia. Es la única forma de que avancemos de forma transversal en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, cuenta. Esta inyección pretende reactivar este deteriorado sector. Y es que la Unión Africana estima una pérdida de al menos dos millones de puestos de trabajo relacionados con el turismo a causa de la pandemia.
Ceesay no será una de ellas. Es una mujer robusta y de ideas claras que se resigna a aceptar los estragos del cambio climático. En 1997 abrió, junto con otras cuatro mujeres, el centro de reciclaje y desde entonces su lucha constante ha sido hacer llegar el mensaje: “Si no hacemos nada, el calentamiento va a empeorar nuestras vidas”, repite. La idea llegó y caló en las más de 4.000 mujeres que conforman el Women’s Initiative The Gambia (WIG), un proyecto de concienciación medioambiental y un espacio para las que no lo tenían: madres, mujeres solteras, viudas y desempleadas.
Cada domingo, la gambiana se acercaba en sus ratos libres a los mercados para enseñar a otras mujeres a trabajar con los desechos domésticos, que sin ninguna restricción se acumulaban en las aldeas y bosques cercanos. Hoy, el impacto de lo que hacen ha crecido exponencialmente. Además de los souvenirs hechos de plástico, han puesto en marcha una nueva iniciativa para fabricar bloques de carbón a base de cáscaras de coco, cacahuetes, papel o hierba seca, que sustituyen las habituales piezas de leña, más contaminantes y una de las causas detrás de la deforestación en Gambia. “La clave está en entender los efectos en nuestro ecosistema y hacer todo lo posible para frenarlo. Somos las principales interesadas”, cuenta mientras muestra los bolsos hechos de tiras de plástico y los llaveros de neumáticos con orgullo. Buscarle rédito a otras iniciativas es el siguiente objetivo: “Siempre hay cosas que hacer, pero somos muchas personas pensando”.
“Entendimos la fuerza que tenemos como grupo”, enfatiza.
Fatou Janha Mboob es trabajadora social y también pensó mucho hasta ganarse la confianza de las 40 recolectoras de ostras que faenaban en el río Gambia individualmente. “Me veían llegar con un buen coche y nadie se fiaba. Pensaban que quería presentarme a política y asegurarme sus votos”, recuerda entre risas esta mujer de 67 años. Volvió varias veces ―sin coche― y con muchas ideas. La más fuerte de todas: montar una cooperativa en la que tomar las decisiones en conjunto y preservar el medio del que dependen fuera prioritario. Así nació en 2007 TRY Oyster Women’s Association. Y ya son cerca de 600 miembros en más de 20 comunidades entre Gambia y Senegal. “Entendimos la fuerza que tenemos como grupo”, enfatiza.
Ellas han estado siempre tras el frágil ecosistema de los manglares gambianos, así que nadie como las mariscadoras para encargarse de su preservación. “Pero a las mujeres no nos suelen dejar tomar decisiones”, espeta Janha. Hasta que empezaron a tomarlas. La más dura fue la de dejar de recolectar todos los meses del año y asumir así un descenso de ingresos. Pero el cambio climático no daba tregua a los manglares y las ostras cada vez eran menos y menores. “Nos reunimos para decidir cómo afrontarlo: y optamos por mariscar cuatro meses, empezando en marzo”, cuenta, “Y todas lo cumplimos. Aquí no existe la picaresca, lo hacemos porque sabemos que es mejor para todas y para nuestro país”. También han establecido zonas de pesca por grupos y quintuplicado el precio de su producto. “Siento que ellas ahora están orgullosas de todo lo que estamos consiguiendo. Antes, no veían el valor de lo que hacían”, presume.
“Siento que ellas ahora están orgullosas de todo lo que estamos consiguiendo. Antes, no veían el valor de lo que hacían”, presume.
“La clave no está en el tamaño del programa”, asegura Vilora, “Lo que buscamos son proyectos que tengan impacto y ayuden a crear sociedades más fuertes”. La historia de Leontine Keita es la personificación de las palabras del coordinador del programa Best Africa. Detrás de las diez cabañas que gestiona y alquila la senegalesa hay toda una revolución. Hace ya 21 años que se negó a casarse y ser ama de casa y decidió montar un pequeño complejo turístico en Bandafassi, en el sudeste senegalés. El Campement Le Bedick Chez Leontine abrió en 2001 con tres pequeñas cabañas sin electricidad ni baños y actualmente son 10 casetas totalmente acondicionadas, con cocinas independientes y un enorme comedor circular que reúne a los turistas que llegan. “Trabajo para cambiar las reglas de mi país, para demostrar que podemos estar al frente y hacer dinero”, dice mezclando el español y el francés, “Quiero ser una entre muchas más mujeres trabajadoras”.
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