Reconstruir la esperanza de nuevo tras el terremoto de Nepal... de 2023
El 3 de noviembre un fuerte seísmo de magnitud 6,4 sacudió la provincia de Karnali, en el oeste del país y se cobró la vida de 153 personas. Pueblos enteros quedaron reducidos a escombros. Con el impacto en los servicios básicos como la salud y el agua, es probable que el estado nutricional de los menores se deteriore aún más
El 3 de noviembre de 2023, un temblor me despertó en mi casa de Katmandú. Era alrededor de medianoche y mi instinto inmediato fue comprobar las últimas actualizaciones de los medios de comunicación para determinar el epicentro. A medida que avanzaba la información, se hizo evidente que un fuerte terremoto de magnitud 6,4 con epicentro en el distrito de Jajarkot había sacudido la provincia de Karnali, en el oeste de Nepal. Este ha sido el mayor seísmo desde el que devastó el país en 2015, y el último de una serie de terremotos que han sacudido el oeste de Nepal en el último año.
A la mañana siguiente, un equipo de Unicef que estaba a unos 65 kilómetros del epicentro partió hacia las comunidades afectadas para evaluar la situación y atender a la población. Para nuestra consternación, la magnitud de la destrucción superó nuestras estimaciones iniciales. El terremoto se cobró la vida de 153 personas e hirió a más de 364. La mitad de los muertos y heridos eran niños y niñas. Más de 61.000 casas resultaron dañadas, 26.520 de ellas completamente destruidas. Los edificios escolares sufrieron daños: 142 quedaron totalmente colapsados y otros 343, parcialmente; 89 aseos en los colegios también se rompieron en parte. El temblor afectó asimismo a instalaciones sanitarias y sistemas de abastecimiento de agua.
Cuando tantos menores quedan heridos durante el terremoto y se interrumpen los servicios sanitarios críticos, incluida la atención materna y neonatal, aumentan los riesgos para la salud infantil por la exposición al duro clima invernal, las infecciones respiratorias y las enfermedades transmitidas por el agua. Los niños se ven afectados de forma desproporcionada y se ven obligados a pasar las noches a la intemperie en refugios provisionales; necesitan desesperadamente cobijo, mantas y ropa de abrigo ahora que llega el invierno. Antes del terremoto, ya había altos niveles de desnutrición infantil en la provincia de Karnali. Ahora, con el impacto en los servicios básicos como la salud y el agua, saneamiento e higiene, es probable que su estado nutricional se deteriore aún más.
Por eso, 24 horas después del terremoto, repartimos los primeros suministros de socorro, incluidas mantas y lonas. Para el cuarto día, habíamos llegado a más de 21.000 personas, incluidos 7.140 niños, proporcionándoles kits de higiene, cubos de plástico, purificación de agua, más mantas y tiendas de campaña. Además, se instalaron tres tiendas médicas para prestar atención sanitaria, junto con 17 espacios adaptados a los menores que ofrecían apoyo psicosocial y de salud mental.
Me uní a los esfuerzos de respuesta en el distrito de Jajarkot el cuarto día. Cuando llegué, me conmocionó profundamente la destrucción generalizada de viviendas, unida a la cruda realidad de que las familias se veían obligadas a pasar las noches a la intemperie, bien por miedo a las réplicas, bien porque sus casas habían quedado reducidas a ruinas. Ver pueblos enteros reducidos a escombros fue desgarrador, y la aparición inmediata de huérfanos añadió otra capa de tragedia. Las aldeas más afectadas estaban dispersas, lo que planteaba un reto logístico a la hora de hacer llegar la ayuda a estas poblaciones. La magnitud de la devastación exigía esfuerzos urgentes y estratégicos para proporcionar ayuda a las comunidades afectadas.
La aparición inmediata de huérfanos añadió otra capa de tragedia
Tras la búsqueda y el rescate iniciales, trazamos un mapa de las aldeas más gravemente afectadas para establecer en ellas espacios acogedores para la infancia, donde ofrecer ayuda psicosocial, asesoramiento, curación en grupo, recreación y mucho más. Y lo que es más importante, para que los pequeños socialicen y jueguen mientras sus padres empiezan la labor de reconstruir sus vidas.
Participé activamente en la creación de 11 de esos espacios a los que ahora acuden 6.000 niños. Entre ellos, Susmita, una niña de 12 años que compartió conmigo cómo había vivido la angustiosa experiencia de la noche del terremoto. La casa de su familia se derrumbó mientras dormían. La sacaron de entre los escombros, afortunadamente ilesa. Trágicamente, dos de sus hermanos perdieron la vida. Esta desgarradora historia se repite en numerosos hogares afectados. A pesar del trauma, Susmita encuentra consuelo en el juego y en las actividades para aliviar el estrés. Para ella es un paso pequeño pero significativo hacia la normalidad. Dice que espera con impaciencia la reconstrucción de su escuela derrumbada, deseando que llegue el día en que pueda reanudar su educación.
Por experiencia sabemos que además de los espacios adaptados a la infancia, son necesarios espacios de aprendizaje con instalaciones de agua, saneamiento e higiene, sobre todo teniendo en cuenta los daños sufridos por los edificios escolares y las aulas. De tal modo que no solo se garantiza una educación ininterrumpida, sino que también se protege a los niños de los riesgos a los que quedan expuestos cuando están desatendidos, como el abuso y la explotación. La ayuda en efectivo a las familias afectadas, especialmente a las que tienen a cargo a menores y personas con discapacidad, igualmente es una necesidad urgente para garantizar que puedan empezar a reconstruir sus vidas.
La recuperación general de este desastre es un proceso que requerirá tiempo, pero seguiremos trabajando ininterrumpidamente sobre el terreno para ello.
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