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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
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Indígenas
Tribuna
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La suerte de hablar español

Si creyó que esta es una oda a la lengua española, se equivocó. Hablar la lengua de Cervantes puede marcar la diferencia entre el acceso a la justicia y la condena al olvido de otras lenguas nativas

Un músico quechua junto a las ruinas de Machu Picchu, en 2010.
Un músico quechua junto a las ruinas de Machu Picchu, en 2010.Mariana Bazo (Reuters)

No soy española, pero hablo español. Así es, he tenido la suerte de aprender la lengua que hablan cerca de 500 millones de personas en el mundo, un 6,3% de la población mundial. Y a pesar de que viví en un país en el que, según las cifras oficiales, se hablan 48 idiomas distintos, entre tanta diversidad que hay en Perú, a mí me tocó hablar solo español.

Digo que tuve la suerte de aprender español, pues gracias a ello evité la discriminación que sufren, hasta hoy, las personas que hablan otras bellas lenguas que se resisten al olvido y sobreviven en el país de Mario Vargas Llosa. Hablar español es una herencia colonial que, sobre todo en la capital, Lima, mantiene vivo el menosprecio hacia lo indígena, lo no europeo. Un mal que perdura gracias a sus propias instituciones y representantes políticos, entre otras razones.

Los problemas de las poblaciones indígenas, de los peruanos que no viven en Lima, de aquellos que no hablan bien español, se quedan alejadas sin ser prioritarias

Por ejemplo, cómo olvidar el enfrentamiento de la excongresista fujimorista Martha Hildebrandt, conocida lingüista peruana, con la exparlamentaria María Sumire, sobre la aprobación de una ley para proteger los idiomas nativos en 2017. Hildebrandt, quien ha escrito diversos libros sobre el español en Perú, no solo dijo que el proyecto de ley “no sirve para nada”, también despreció “la capacidad intelectual” de las congresistas que defendían e impulsaban la norma. Esto último, debido a que Sumire y la congresista Hilaria Supa son quechuahablantes. A pesar de la oposición, el proyecto daría origen, cuatro años después, a la Ley de Preservación y uso de las lenguas originarias.

Es una suerte hablar (bien) el español en un país que tuvo presidentes que abiertamente menospreciaron a poblaciones campesinas e indígenas. Como Alan García (2006-2011), que en 2016 intentó negar sin éxito haber dicho que los autóctonos “no son ciudadanos de primera clase”, durante las protestas de los pueblos indígenas wampis y awajún contra las modificaciones de ley en favor de inversiones extractivas en territorios protegidos. El conflicto llevó al llamado Baguazo y terminó con la vida de 33 personas, nativos y policías, en 2009.

¡Qué mala suerte que esa discriminación sigue estando al orden del día! Los problemas de las poblaciones indígenas, de los peruanos que no viven en Lima, de aquellos que no hablan bien español, se quedan alejadas sin ser prioritarias. En la capital, no se les escucha ni se les quiere escuchar, aunque esta se construyó gracias a la migración de los Andes a la ciudad. Esa es la paradoja que vive el país de todas las etnias: vivir en la diversidad, pero no escucharse ni reconocerse en ella.

Nadie puede negar el salvajismo con el que la Policía Nacional y el Ejército peruanos han tratado a los manifestantes de las provincias donde las lenguas originarias sobreviven

En Lima se habla (solo) español

Tuve la suerte de hablar español y se la debo a esa discriminación. Mis abuelos no son más quechuahablantes, porque tuvieron que dejar sus vidas en el campo para adaptarse a la vida en la capital. ¡Y en Lima se habla (solo) español! Este desuso forzado viene acompañado de la discriminación hacia la provincia, que provoca que algunas personas dejen de lado sus raíces para ocultarlas. No es para menos: según una encuesta realizada por el Ministerio de Cultura en 2018, uno de los motivos más comunes de marginación tiene que ver con el habla.

Así, la mala suerte de no hablar español te puede hacer acreedor del calificativo de terrorista e incluso costarte la vida. Tan solo basta escuchar las declaraciones que hizo el ex primer ministro Pedro Angulo sobre la actual crisis peruana, para entender que la élite política desconoce al propio pueblo y lo rechaza: “Los manifestantes traen gente de altura que no habla español, entonces cuando el policía les dice algo no entienden y siguen avanzando porque están azuzados, entonces se producen las desgracias”. ¿Acaso se justifica la violencia de Estado hacia los civiles porque no hablan español? ¿De verdad las autoridades no sabían que en Apurímac, Cuzco y Cajamarca se hablan otras lenguas? ¿Si no hablo español no tengo derecho a protestar en el Perú?

Esta oposición entre la capital y las provincias, así como la supremacía del español como lengua de acceso a ciertos derechos, tiene su más reciente ejemplo en las protestas tras la caída del expresidente Pedro Castillo. Lima, que no eligió al profesor sindicalista, no comprende el por qué de este descontento, pero la razón puede estar en lo que representa Castillo: es un campesino que viajó a la capital con la promesa de solucionar los problemas que aquejan al Perú olvidado por la clase acomodada limeña.

Es la paradoja que vive el país de todas las etnias: vivir en la diversidad, pero no escucharse ni reconocerse en ella

Ya se cuentan 28 muertos en las manifestaciones. Al ver las historias de los jóvenes que perdieron la vida en ellas, se identifica un común denominador: además de la corta edad, ninguno es limeño. Los jóvenes son de Apurímac, Ayacucho, Junín, Arequipa, todas regiones andinas, donde se habla en su mayoría quechua (y otras lenguas).

Nadie puede negar el salvajismo con el que la Policía Nacional y el Ejército peruanos han tratado a los manifestantes de las provincias donde las lenguas originarias sobreviven. La violencia del estado parece ser más cruda cuando quienes protestan no son de Lima. Hoy vemos multiplicarse la tragedia de Inti y Bryan del 2020, sin que la capital reclame con fuerza justicia para las vidas perdidas. ¿Acaso la vida de un joven quechuahablante vale menos que la de un joven limeño hispanohablante?

Aunque las festividades calmaron un poco la agitación, los manifestantes no han dado tregua. Quieren que la presidenta Dina Bolouarte renuncie, se cierre el Congreso y se cree una nueva Constitución. Algunos también piden la liberación de Castillo (aunque esto sea difícil debido a los delitos que se le imputan). Mientras tanto, cientos de personas seguirán siendo tratadas con irregularidad por el simple hecho de reclamar justicia en Lima, la ciudad de esa élite que piensa que por hablar bien español se acerca más a Europa y se aleja más de la puna (meseta de alta montaña, propia del área central de la cordillera de los Andes). ¿Se escuchará a los protestantes, aquellos que inclinaron la balanza en favor de Castillo en 2021, los del voto del sur que lo dio como ganador? No lo sabemos, pero ojalá Lima escuche por primera vez y respete la voz de quienes no tuvieron la suerte de hablar solo español, como yo.

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