Doña Beatriz y doña Nati graban sus palabras para crear un diccionario del kumiay antes de que desaparezca
Solo queda un centenar de hablantes de esta lengua indígena en el norte de México, según calculan los expertos. Un lingüista trabaja con algunos de ellos para registrar el léxico
“Nosotros ya estamos mayores, nos acabamos y ya se va a acabar. Eso es lo que no quiero, que se pierda la lengua”, dice doña Beatriz Carrillo. Lo cuenta rodeada de encinas, sentada en una mesa de madera al aire libre, mientras descansa después de unas horas de hablarle a la grabadora de Carlos Ivanhoe Gil, doctor en Lingüística e investigador de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). A esa grabadora, desde hace cerca de tres años, le habla doña Beatriz y también Rosa María Silva, a quien todo el mundo llama doña Nati. Ellas hablan para que Gil pueda registrar sus palabras e ir confeccionando un diccionario de la lengua kumiay.
Ambas pasan ya de los 70 años y son kumiays de San José de la Zorra, una de las comunidades indígenas del Estado de Baja California, al norte de México, a unas tres horas de la frontera con Estados Unidos. Este pueblo es originario de varias regiones de Baja California y también de otras que ahora forman parte de California y Arizona, en EE UU. Porque los kumiays —grafía que ellos prefieren, frente a kumiai, como también se puede encontrar— existen desde hace mucho más que cualquiera de esos dos países. Ahora queda en México una población de cerca de 1.200 personas, de los que 381 son hablantes de la lengua kumiay, según los datos del Gobierno mexicano. Es decir, alrededor de un 70% no se consideran fluidos en el idioma de su pueblo. Y ese dato podría ser optimista. Gil matiza que, según algunos investigadores, las cifras reales no llegan a los 100 hablantes.
Por eso, se trata de una lengua en peligro de desaparecer. O dicho de una manera más técnica: una lengua en proceso de desplazamiento lingüístico, que significa que hay varias circunstancias que hacen que se detenga la transmisión entre generaciones. Aunque Gil aporta un poco de luz a esa visión: “Una cosa son los hablantes de la lengua y otra cosa es la comunidad lingüística. A mí me gusta creer que la comunidad va más allá. Los hablantes clásicos son como doña Nati y doña Beatriz, pero también los niños entienden la lengua aunque no la hablan. Siento que es un potencial que está ahí, que de alguna forma se podría aprovechar para que la lengua se siga reproduciendo. Y, a veces, cuando nada más contamos los hablantes activos de la lengua, se invisibiliza ese potencial”.
Gil es de La Paz, una localidad de playas, flora y fauna increíbles en una punta al sur de la península de Baja California. En parte por eso quiso dedicarse a estudiar la lengua kumiay, porque está cerca de su lugar de origen. Pero también porque se sabe muy poco de ella: “No hay casi lingüistas que trabajen en el norte de México, la mayoría de los estudios se han llevado a cabo más en el centro y sudeste. Siempre se ha tenido la idea de que el México más indígena, prehispánico, es el que está allí”, explica. Es el México de los mayas y de los aztecas principalmente. Por eso hay mucho más desconocimiento sobre las lenguas de los pueblos prehispánicos del norte y noroeste del país, como los yumanos.
Trabajo circular
El lingüista hizo su tesis hace ya cerca de 10 años sobre la fonología del kumiay, con personas de San José de la Zorra, una pequeña comunidad en el municipio de Playas de Rosarito, dedicada a la pequeña agricultura, la ganadería y la artesanía. Tiempo después, quiso que de alguna manera ese trabajo fuera circular, que también sus habitantes obtuvieran algo a cambio. Según el censo de 2020, la mayoría de su población, 130 de 167, son kumiay, porque es parte de su territorio ancestral. De ellos, 83 respondieron que son hablantes de lengua indígena.
En una reunión con ellos, se debatió qué era lo más necesario. “La gente manifestaba que se perdía el léxico, que cada vez usaban menos palabras e incorporaban más en español [lengua en la que el nivel de alfabetización de la comunidad es alto], y no había ninguna forma de registrarlas y poder pasarlo a las siguientes generaciones”. Por eso se puso en marcha el proyecto de este diccionario, que está vinculado al Programa de Investigación y Estudios Aplicados en Lenguas Indígenas (PIEALI). Uno de los objetivos de ese programa es crear y aplicar políticas dentro de la Universidad Autónoma de Baja California con respecto a los derechos lingüísticos.
“La gente manifestaba que se perdía el léxico, que cada vez usaban menos palabras e incorporaban más en español y no había ninguna forma de pasarlo a las siguientes generacionesCarlos Ivanhoe Gil, doctor en Lingüística e investigador de la Universidad Autónoma de Baja California
El proceso ha sido complejo, describe Gil: preguntar con listas de vocabulario, en español, para que doña Beatriz y doña Nati las traduzcan; grabar textos orales, y traducir esos textos conjuntamente para después extraer palabras de ellos; también pensar y transcribir ejemplos para cada una de las palabras, con lo que se va afinando la definición y diferenciándose de otras, para reflejar matices que el español no tiene. Por ejemplo, para hablar del hijo de alguien, se usa una palabra diferente si el progenitor es hombre o mujer. El hijo de una mujer se dice s’aw (que hace referencia a que fue parido por la mujer) pero el de un hombre es jomay.
El kumiay no tiene una tradición escrita muy larga, ha sido y continúa siendo mayormente una lengua oral. “Recientemente se ha incrementado su uso escrito, sobre todo en las redes sociales y teléfonos celulares. La ortografía está siendo normalizada, lo que quiere decir que una palabra a veces se puede escribir de varias formas; la normalización de la escritura es un proceso complejo que puede durar muchos años antes de llegar un acuerdo. A pesar de ello, la gente usa el kumiay escrito cada vez más y muchos lo ven como algo importante”, explica Gil.
La primera edición del diccionario incluye aproximadamente 2.000 palabras, con información de pronunciación, gramatical y ejemplos. Está en proceso editorial y se espera que aparezca a finales de este año en versión impresa.
Diferencias dialectales
Doña Nati y doña Beatriz se ríen cuando recuerdan las épocas en que iban a trabajar “al otro lado”. Así se le llama en el norte de México a cruzar a Estados Unidos. Cuentan que iban allí unos cinco días a la semana, a la reserva kumiay Viejas, en el condado de San Diego, California, y que les pagaban 100 dólares al día por enseñar a hacer artesanías y por venderlas. Para poder entenderse con los kumiay estadounidenses, llevaban traductores, porque la mayoría no hablaban español, solo inglés, y porque el kumiay de ese lado, según dice doña Beatriz, es muy diferente al de San José de la Zorra: “Si ellos hablan, no nos entendemos”.
Sí pueden comunicarse con los hablantes de la lengua de otras comunidades mexicanas, como San Antonio Necua, La Huerta y Juntas de Nejí, aunque existan diferencias dialectales y cada una tenga su propia forma de hablar. Doña Beatriz y doña Nati aprendieron su lengua en casa, principalmente de sus madres, pero parece que ahora la situación ha cambiado mucho.
Yo trato de hablarles a mis hijos, pero al ratito se les olvida. A mi esposo yo le hablaba en kumiay, pero él me contestaba en español, por eso ellos no aprendieronDoña Nati, indígena kumiay
“Nosotros, los mayores, lo hablamos más, pero los niños no. Sí entienden, pero no lo hablan, no les gusta”, cuenta doña Beatriz. Los hijos de doña Nati entienden alguna que otra palabra: “Yo trato de hablarles, pero al ratito se les olvida. A mi esposo yo le hablaba en kumiay, pero él me contestaba en español, por eso ellos no aprendieron”. Ese es uno de los problemas actuales, que la transmisión entre generaciones se ha truncado.
Tanto doña Nati como doña Beatriz trabajaron de profesoras de kumiay en la escuela de su comunidad durante años, y dicen que ahora también hay algún profesor que lo enseña, pero aun así, no parece que se normalice como lengua vehicular. Por eso es tan importante dejarla plasmada en un diccionario, antes de que sea demasiado tarde. Para que, si algún día, alguna de esas infancias cambia de opinión y quiere recuperar parte de su cultura, sea posible. Como dice Gil, que ese potencial que de momento está latente en el diccionario pueda manifestarse en un futuro.
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