Sihem Bensedrine, histórica disidente tunecina: “Muchos jóvenes solo ven dos opciones: drogarse o echarse al mar”
La periodista, que presidió la comisión de la verdad para investigar crímenes de la dictadura de Túnez, critica la política migratoria “deshumanizadora” de su país y el apoyo que ha recibido de Europa
Ni tan siquiera sus detractores pueden negar a Sihem Bensedrine (La Marsa, 1950) su condición de incansable luchadora. Militante desde 1979 de la Liga Tunecina por los Derechos Humanos, el principal actor de oposición al régimen de Ben Alí durante mucho tiempo, Bensedrine ejerció el periodismo independiente hasta que fue arrestada en 2001. Tras varios meses de cautiverio, la presión internacional forzó al régimen a liberarla, y acabó exiliándose provisionalmente. De hecho, pasó un tiempo en Barcelona con el apoyo de la organización no gubernamental PEN International.
Ganadora de varios premios internacionales por su denuncia de la corrupción y de las violaciones de derechos humanos, el reconocimiento por parte del Estado tunecino no le llegó hasta el 2014, con su nombramiento como presidenta de la Instancia de la Verdad y la Dignidad (IVD). Esta institución tenía como objetivo desvelar los crímenes de la dictadura, y preparar el procesamiento de aquellos más graves. Tras un convulso mandato al frente de la IVD, Bensedrine ha dado un paso al lado para dejar paso a las nuevas generaciones. A ellas, sostiene, les corresponde la lucha por el retorno a la democracia tras el autogolpe de Kais Said, que se arrogó plenos poderes en 2021. Pero esto no ha evitado que Bensedrine haya sido víctima de la represión y se le haya prohibido salir al extranjero. Hay cuatro causas abiertas contra ella que, en esta entrevista en su casa en Túnez, describe como “vacías”.
Pregunta. ¿Cómo valora el fenómeno Kais Said?
Respuesta. Kais Said es una catástrofe a todos los niveles. Pero él es solo un pequeño ejemplo del viento de extrema derecha que sopla en el mundo entero, y que comenzó en Europa. Esta tendencia ha afectado incluso a algunos que se consideran de izquierda, pero gobiernan desde la derecha. Estamos dando la espalda a todos los valores universales, como los derechos humanos, que un día nos hicieron creer en un mundo más humano y más unido.
P. De hecho, han sorprendido sus discursos racistas [a principios de este año, el presidente arremetió contra los migrantes subsaharianos, lo que desató una ola de violencia xenófoba].
R. Si tuviera que hacer una jerarquía con las cosas que no funcionan en mi país, la primera sería la política hacia los migrantes porque destruye los valores y afecta a lo más profundo de nosotros mismos, nuestros valores como tunecinos, como musulmanes. Marca un auténtico fracaso moral. Y Europa, ¿va a venir a ayudarnos? No, todo lo contrario. De hecho, Kais Said había adoptado una política tímida al respecto. Pero cuando Italia vino a apoyarlo, y con ella, la UE detrás, empezó la actual deshumanización de los migrantes. Tengo vergüenza de Túnez.
La política hacia los migrantes destruye los valores, afecta lo más profundo de nosotros mismos, nuestros valores como tunecinos, como musulmanes [...] Tengo vergüenza de Túnez
P. ¿Cuáles han sido los errores de la transición en Túnez?
R. Para empezar, los políticos que la gestionaron eran unos aprendices. No tenían experiencia, eran arrogantes y muy ambiciosos. Situaron sus intereses de partido por encima del país. Sin olvidar los egos personales. La arrogancia te hace ciego. Tras la revolución, el antiguo régimen no estaba muerto, estaba solo herido. Y cuando hieres a una fiera, hay que rematarla. Ellos le tenían miedo, empezaron a hacer concesiones, cada vez más importantes. Hasta que, una vez recuperada, la fiera se los comió.
P. Y si alejamos un poco el foco para hablar de las primaveras árabes. ¿El análisis es el mismo?
R. La dinámica fue la misma que aquí, pero la diferencia es que allí [en países como Egipto o Siria] Israel es frontera, y por eso todo fue más rápido y es más violento. Cuando los intereses de Israel están en juego, los poderes internacionales intervienen de forma más directa.
P. ¿Cuál es la situación actual de los derechos humanos en Túnez?
R. Muy mala, diría que incluso peor que con el dictador Ben Alí, porque él sabía hasta dónde podía llegar, cuáles eran los límites. Ahora eso ya no es así. Antes hacían cosas horribles a escondidas, ahora ya no. Están desatados, desinhibidos, no tienen vergüenza de nada. El régimen de Kais Said es una versión caricaturizada del antiguo régimen. Es una especie de Ben Alí radicalizado. Lo único que quiere Said es vivir en el palacio presidencial, hacer sus discursos, meter a la gente que le molesta a la cárcel … y sentir que tiene el poder.
Tras la revolución en Túnez, el antiguo régimen no estaba muerto, estaba solo herido
P. Pero ahora no hay gente que muera en las comisarías a causa de las torturas, ¿no?
R. Sí, los hay, pero son delincuentes comunes y no opositores. Luego, dicen en un informe que murieron fuera de la comisaría y ya está. Estos casos no son culpa de Said. Es la policía, que hace lo que quiere. Nadie puede reprenderlos. La política hacia los jóvenes es aún más represiva que con Ben Alí. Muchos jóvenes solo ven dos opciones: drogarse o echarse al mar. Si te fijas en las canciones de rap, son antirrepresivas, van contra la policía. Los jóvenes sienten la cólera, están en rebelión.
P. ¿Y cómo ve la situación de los derechos de la mujer?
R. Yo antes era una feminista clásica, pero cambió mi forma de ver las cosas a partir de mi experiencia en la IVD. Los donantes nos pedían hacer una “comisión de género”. Y la hicimos, como ellos querían, de acuerdo con sus cánones. Pero luego, cuando escuchaba los testimonios de mujeres que han vivido situaciones muy duras, hablaban sobre todo de su vida en familia. Ahí es cuando estallaban en lágrimas. Lo más doloroso, según su propio relato, no era que las agredieran a ellas, sino a los seres que amaban. Entonces me puse a reflexionar: ¿Por qué nos obligan a tratar sobre la mujer de forma aislada? A la mujer no se le puede aislar de su contexto, como si fuera un átomo suelto. Nos desarrollamos en sociedad, cuando compartimos juntos con otros seres humanos nuestras emociones. Si nos cortan esos hilos que nos vinculan, nos destruyen. Por eso, al final propuse trabajar a partir de la pareja, no solo de la mujer. E hicimos un informe sobre el impacto de la violencia del Estado en la vida de pareja.
¿Por qué Occidente, cuando viene a nuestra región, solo se preocupa por “liberar a las mujeres”?
P. ¿Así que no está de acuerdo con el modelo de feminismo occidental?
R. Yo hoy me pregunto si no es la utilización de la mujer en el mundo islámico, o en África, una especie de caballo de Troya para dominarnos. ¿Por qué Occidente, cuando viene a nuestra región, solo se preocupa por “liberar a las mujeres”? ¿A los hombres, a los niños, no hay que liberarlos? Ellos tienen sus cánones y sus criterios de cómo ha de ser la mujer. Para empezar, has de ser laica (de preferencia antislamista), vestirte como ellos (no como tus ancestros) y hablar con su lenguaje. En Túnez, en las leyes, tenemos reconocidos todos los derechos, pero ¿somos realmente capaces de construir vidas plenas? Se nos impone un modelo en el que los vínculos sociales parecen un lastre. Es una visión del ser humano muy individualista, surgida de un ideal liberal-capitalista, y ese modelo destruye a la sociedad.
P. La veo con un discurso muy antioccidental...
R. No digo que todo en Occidente sea negativo, por supuesto. Hay muchas ONG, la sociedad civil y algunos medios de comunicación que hacen un buen trabajo. Pero cuando hablo de Occidente me refiero al sistema dominante, que quiere explotar nuestros recursos, ejercer el pillaje. Y para lograrlo, tienen que destruir nuestras sociedades y convertirnos en simples consumidores. El Occidente dominante es imperialista. Fíjate que pasa con nuestros médicos aquí en Túnez: tenemos escasez porque se van a Francia, nos los han quitado. No solo pienso en Túnez, sino en toda África. Y me siento orgullosa del movimiento de resistencia que ha nacido allí contra Francia.
Fíjate que pasa con nuestros médicos aquí en Túnez: tenemos escasez porque se van a Francia, nos los han quitado. Me siento orgullosa del movimiento de resistencia que ha nacido en África contra Francia
P. ¿Cómo valora la experiencia de la IVD?
R. Fue todo un milagro que pudiéramos acabar nuestra misión. Nos pusieron tantos obstáculos... Los primeros que se nos opusieron fueron los islamistas de [el partido político] Ennahda, que pactaron con el diablo del antiguo régimen. Este pidió mi cabeza, pero no la consiguió. La comunidad internacional no nos ayudó. Incluso en un determinado momento, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) nos pidió que no nombráramos a los perpetradores, y nos llegaron a retirar los fondos de ayuda. Alemania fue la única que nos apoyó. Actualmente, las cámaras especiales de Justicia Transicional [que se encargan de las causas instruidas por la IVD] se hallan bloqueadas. La ministra de Justicia dice a los jueces: “Si continuáis los procesos, os fulmino”. Y los jueces le tienen miedo. Continúan realizándose sesiones, pero no hay ningún cierre de los juicios con sus correspondientes condenas.
P. A pesar de todo, ¿valió la pena la experiencia?
R. Sí, porque hemos dejado un legado. Es como si hubiéramos hecho un agujero en el muro de una fortaleza. Quizás en el futuro la cosa cambiará, y será posible hacer justicia. Lo comparo con lo que pasó en España. Décadas después de la guerra civil, muchas personas no han dado su brazo a torcer y tienen aún la esperanza de enterrar a sus familiares que yacen en fosas comunes. Los sistemas represivos, que solo se apoyan en la violencia, son inestables. Las víctimas continuarán luchando. Y yo a su lado.
Puedes seguir a Planeta Futuro en Twitter, Facebook, Instagram y TikTok y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.