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Esauira es el lugar en el que la música dialoga con el resto del mundo

Hace ya 25 años que la pequeña ciudad portuaria del sur de Marruecos es sinónimo de música tradicional magrebí, gracias a un festival que acoge también a invitados internacionales del jazz, el rock y otros folklores

Festival Gnaoua y Músicas del Mundo
Un gnawi haciendo acrobacias en el desfile de apertura del Festival Gnaoua y Músicas del Mundo (Marruecos), en junio de 2023.Cedido por Festival Gnaoua y Músicas del Mundo
Analía Iglesias

No ha sido una edición más. Este 24º Festival Gnawa de Músicas del Mundo de Esauira, celebrada del 22 al 24 de junio, coincidiendo con la llegada del verano boreal, ha significado la vuelta a su formato habitual, en la costa atlántica marroquí, junto a la vieja fortaleza de Mogador, tras un par de años en suspenso y con una edición —la de 2022— menos ambiciosa y repartida en varias ciudades de Marruecos. Porque Esauira es, sin lugar a dudas, el sitio de pertenencia del gnawa, este género que evoca las músicas negras del desierto y que se ha convertido en emblema del norte de África.

Se denomina gnawa a las melodías rústicas de ascendencia sagrada compuestas de oraciones en versos repetitivos que sus intérpretes acompañan con instrumentos tradicionales como el guembri (bajo de madera y cuero) y las krakabs (castañuelas metálicas). Los maâlems (maestros) legan su instrumento a sus discípulos como un ritual de continuidad de la tradición espiritual en la familia ampliada.

Así, de aquellas plegarias de esperanza de los esclavos de las caravanas que surcaban el Sahara desde Tomboctú hacia el Mediterráneo, se ha heredado un vocablo que ya se escuchaba en el siglo XVI y que ha llegado a nuestros días gracias a las cofradías sufíes cantándole fraternalmente a Dios: el gnawa (probablemente enraizado en la palabra Guinea), un ritmo que, desde finales de 2019, ostenta el título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.

Esauira es, sin lugar a dudas, el sitio de pertenencia del gnawa, este género que evoca las músicas negras del desierto y que se ha convertido en emblema del norte de África.

Tras esta inscripción patrimonial surge la “nueva era” del festival creado en 1998, determinada a “resistir, innovar y sorprender”, porque el espacio expresa “una comunión de culturas”, en palabras de la cofundadora y productora Neila Tazi. Pero, más allá de la satisfacción de sus hacedores, es verdad que las virtudes de este megaencuentro anual son reconocidas y reconocibles por el público —cada año más numeroso—, así como por los músicos internacionales y los programadores culturales de otros países, tanto como por los propios vecinos. Resulta difícil que alguien no se emocione en medio de esa plaza Moulay Hassan rebosante de familias locales y gente de todo el mundo, cantando en varios idiomas, y que, este año, alcanzaron las 300.000 personas, según los cálculos de los organizadores.

Bullicio y viento a favor

Antes del primero de los tres días de música en las calles, en riads —casas tradicionales— y lugares sagrados de esta ciudad pesquera, localizada a unos 400 kilómetros al sur de Casablanca, los pases estaban agotados y la medina exhalaba música en cada esquina. El puerto de las gaviotas chillonas volvía a ser una fiesta.

La agrupación musical Las Amazonas de África, durante su presentación en el Festival Gnaoua y Músicas del Mundo (Marruecos), en junio de 2023.
La agrupación musical Las Amazonas de África, durante su presentación en el Festival Gnaoua y Músicas del Mundo (Marruecos), en junio de 2023.Cedida por Festival Gnaoua y Músicas del Mundo

El gran invitado foráneo este año era el cubano Elíades Ochoa, recordado por su participación en el disco Buena Vista Social Club, quien cumplió 77 años horas antes de subir al escenario mayor. Mientras, el público más joven coreaba por toda la peatonal del zoco los estribillos de la aspirante a estrella belga Selah Sue. Los jóvenes marroquíes se aprestaban para bailar con fervor el ska y rock chaâbi (popular) de los eternos casablanqueses Hoba Hoba Spirit, que vienen acompañando a varias generaciones urbanas del país vecino a protestar en dariya (árabe dialectal magrebí) y con pedales de distorsión.

Sin embargo, los maestros del guembri eran mayoría con sus ensembles, liderando las fusiones a cielo abierto y los encuentros “intimistas” en Dar Souiri, Bayt Dakira o la Zaouia Issaoua, en largas noches de acrobacias coreográficas y lilas, como se denominan las vigilias en trance. Hubo maestros de todas las generaciones, entre ellos, los consagrados Hamid El Kasri, Abdeslam Akikana, Houssam Gania, Mokhtar Guinea, Mohamed Kouyou, Omar Hayat o Najib Soudani, a los que se sumaron los talentos más jóvenes y también maestras como Hind Ennaira y Asmaa Hamzaoui.

Entre los invitados a unirse al escenario, estuvieron las Amazonas de África, un grupo de estrellas nacido en 2014 de la confluencia de las voluntades de las superdivas Mamani Keita, Oumou Sangaré y Mariam Doumbia, entre otras mujeres poderosas de la canción del continente; los integrantes de ‘Amagaba’, un grupo de tambores de Burundi; el percusionista argentino Minino Garay; el guitarrista alemán Torsten de Winkel (también creador del festival Bimbache openart en la isla de El Hierro) y el cantante paquistaní Faiz Ali Faiz, entre otros.

Las Amazonas de África en el Festival de Esauira de Gnawa (Marruecos), en junio de 2023.
Las Amazonas de África en el Festival de Esauira de Gnawa (Marruecos), en junio de 2023.Karim Tibari

Mención aparte merecen los virtuosos hermanos del Trío Joubran, intérpretes palestinos del laúd que acompañaban en sus recitales al poeta Mahmoud Darwish. Este conjunto, perteneciente a un linaje de lutieres especializados en laúdes, se presentó en el bellísimo ocaso de la terraza del castillo Borj Bab Marrakech, donde la gente recitaba de memoria los versos de amor de Darwish. En una conversación con este diario, Wissam Joubran, quien continúa con la tradición lutier de su padre y abuelo, elogió la voluntad del público magrebí en su acercamiento al resto del mundo árabe de Oriente, que, en su criterio, no se equipara a la atención que desde allí se presta a este rincón del norte de África.

Diplomacia cultural

Según apuntaba, días atrás, el exdirector del Festival Internacional de Cartago en Túnez, Imed Alibi, en redes sociales, “Esauira es un ejemplo de ‘nation branding’ o marca país en diplomacia cultural” y la “prueba de que un festival de un país del sur con visión de futuro puede tener un impacto positivo en la economía de la ciudad y del propio país”. La pequeña ciudad marroquí de 70.000 habitantes ve “multiplicada por seis” su población, lo que la convierte en un destino turístico privilegiado. Alibi concluía que “una identidad fuerte y una visión a largo plazo (y no solo una serie de acontecimientos) son la base de una política cultural”.

Esauira es un ejemplo de nation branding o marca país en diplomacia cultural” y la “prueba de que un festival de un país del sur con visión de futuro puede tener un impacto positivo en la economía de la ciudad y del propio país
Imed Alibi, exdirector del Festival Internacional de Cartago en Túnez

Detrás de esta “visión a largo plazo”, se encuentran algunos de los hijos predilectos de esta ciudad, entre ellos, André Azoulay, economista y consejero de los últimos dos monarcas de Marruecos, proveniente de una familia judía bereber de la región e impulsor del festival, desde hace 25 años. Precisamente fue Azoulay quien, en el cierre del Foro de Derechos Humanos que acompaña cada año la programación musical, recordó a través de su propia infancia la biografía de Esauira, cuando esta era la “capital de la civilización hippie”.

En este lugar, Azoulay dijo haber entendido la “universalidad del gnawa”, su “porosidad e intimidad”, escuchando “las grabaciones de los grandes del jazz” en los años 70. “De ellos retuve que el corazón del blues estaba en el guembri, cuando yo había creído que ese lugar le pertenecía al contrabajo”, aseguró.

Con la llegada de los jazzeros afroamericanos que, en la década de los 60, buscaban sus raíces en el gnawa y, especialmente, en los clubes de jazz de ciudades como Rabat o Tánger, el ostracismo espiritual del gnawa había dejado paso a una celebración inclusiva y a la posibilidad de “integrar esa parte de nosotros mismos” en su dimensión fraternal, según el promotor del festival. A su juicio, el ADN del gnawa sigue siendo el mismo en 2023, aunque para el género haya habido “una realidad antes de Esauira y otra, después”.

En el foro dedicado a la reflexión sobre las identidades y las pertenencias, el politólogo tangerino Hisham Aïdi, profesor en la Universidad de Columbia (EE UU) habló del “modelo de Esauira”. Explicó que este es un “experimento de salirse de la propia identidad en intercambios culturales”, gracias al cual “la música gnawa dejó de estar estigmatizada para ser la cara cultural del Magreb en el mundo”.

En este marco, Aïdi mencionó también el relanzamiento de la revista cultural Souffles, como una plataforma panafricanista que pretende honrar el espíritu de la publicación original, creada por el poeta Abdellatif Laabi en marzo 1966, en Rabat, y desaparecida en los Años de Plomo. La intención en esta nueva etapa es conectar a los investigadores que viven en Estados Unidos y América Latina con los que continúan en Marruecos.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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