El pueblo que tenía agua dos días al mes
Los problemas de distribución hidráulica en Guatemala obligan a la población rural, que vive casi en su totalidad de la agricultura, a acumular y reutilizar sus reservas domésticas para abastecerse durante el año
Guatemala convive con la escasez dentro de la abundancia. ¿Se pueden tener problemas de distribución del agua cuando se es el vigesimosegundo país con el índice de precipitación más alto del mundo? Sí, se puede. Y aún más en las comunidades rurales, donde el agua se convierte en un lujo a medida que la canalización hidráulica se aleja de las ciudades y la ramificación es escasa. Vivir en las aldeas significa vivir entre restricciones permanentes.
Gregoria Felipe reside en Maraxcó, una aldea rural al sureste de Guatemala, donde la mayoría de los vecinos viven en casas en las que la opulencia es tener un lavabo y no una letrina. Su patio está poblado de patos y gallinas, las ventanas no tienen vidrios y el tejado es de uralita. Si no vive en la pobreza, se le acerca.
Cada dos viernes tiene una rutina obligada. Coge todos los bidones vacíos que guarda en un rincón y se acerca a una pileta (fuente) instalada a unos cien metros de su vivienda para llenarlos de agua. Es el único momento en el que Felipe y sus vecinas tienen acceso al agua corriente, y cuentan con unas 12 horas de margen para realizar la operación antes de que se agoten las reservas destinadas al sector Plan del Jocote, uno de los territorios administrativos que forman parte del municipio de Chiquimula, y que agrupa a diferentes aldeas, entre ellas Maraxcó. Las comunidades apenas tienen dos días de suministro al mes y una vez que deja de salir de la fuente no habrá más hasta dos semanas después.
El reparto parece simple. Un responsable activa cada día un canal de distribución diferente para dar suministro a un sector distinto, y a las dos semanas se repite el ciclo de distribución cuando 14 sectores se han abastecido al menos una vez.
“Usamos el agua sabiendo que tendremos que racionarla”, lamenta Felipe. En el exterior de su casa tiene dos grandes depósitos de color negro que recogen la lluvia y otros tres de menor tamaño ubicados en lo que parece un antiguo lavadero. Dos de ellos están tapados. “Estos son para el consumo y la cocina, y los cubrimos para evitar que no entren los mosquitos y para que los animales no beban”, explica. El resto de los depósitos se destinan a la limpieza: la ropa se lava a mano sin desaprovechar ni una gota y el agua se reutiliza hasta que termina definitivamente en una letrina.
La contaminación hídrica es uno de los grandes miedos de las familias por el riesgo de que los niños enfermen con diarreas y sufran desnutrición
La contaminación hídrica es uno de los grandes miedos de las familias por el riesgo de que los niños enfermen con diarreas y sufran desnutrición. Según el último análisis anual realizado en 2021 por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanologia, Meteorología e Hidrología de Guatemala, de los 58 puntos de abastecimiento analizados, únicamente cinco contaban con “aptitud de uso recomendado correspondiente al consumo humano con tratamientos especiales previos”. Las heces y los desechos industriales son los principales factores de contaminación, que muchas veces llega a la vida cotidiana sin tratar a través de los pozos y los ríos. Solo este año, la Secretaría de Seguridad Alimentaria ha contabilizado más de 15.600 casos de desnutrición aguda y 32 fallecidos por esta razón. En Chiquimula, el 56% de la población sufre desnutrición crónica.
La falta de potabilización lleva a situaciones desesperadas: en una de las carreteras de salida de Maraxcó, una madre y un padre intentan calmar los lloros de su bebé y le dan unos sorbos de refresco de cola porque no tienen ni zumos ni una botella de agua a mano. “Esto a veces ocurre”, resume Alejandra Samayoa, trabajadora del Programa Mundial de Alimentos (PMA). “Las familias saben que el agua está contaminada, no tienen en un momento puntual capacidad para potabilizarla o comprarla y acaban dando a los niños bebidas edulcoradas o gaseosas que tenían para ellos. Es un problema grave”.
Desinfectar el agua es un proceso sencillo, pero lento, que requiere previsión. Generalmente, se hierve entre tres y cinco minutos; o se purifica añadiendo unas gotas de cloro. Este último proceso requiere 30 minutos de espera antes de consumir, pero permite hacerlo con más litros de una sola vez. “Los centros de salud ofrecen gratuitamente el cloro a los municipios”, explica Jennifer García, de 27 años, residente en el sector. Cuando las entregas no llegan, los vecinos pueden comprar las dosis de cloro en las tiendas a precios bajos, pero que no todos pueden pagar. “La capacidad económica marca también la capacidad de acceder al agua potable, ya sea con la compra de cloro o de agua embotellada”, lamenta Samayoa.
Las agencias de cooperación internacionales centran sus acciones en la mejora del almacenamiento de recursos hídricos y en habilitar terrenos agrícolas para los trabajadores de la tierra. El PMA, junto a la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) han instalado en Chiquimula 21 depósitos de reserva desde 2015 y pretenden construir un estanque antes de 2025 para garantizar el suministro del undécimo país más vulnerable del mundo al cambio climático, según Unicef. La evolución climática aumenta los episodios de inundaciones y alarga las épocas de sequía. Y sin apenas avances en la distribución ni en el tratamiento del agua por parte de la Administración, el miedo de Gregoria Felipe y sus vecinos de Maraxcó es el mismo: convertirse en el pueblo que tenía agua únicamente un día al mes.
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