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La subida del precio del alimento terapéutico contra la desnutrición amenaza la vida de millones de niños

Unicef alerta de una crisis de “niveles catastróficos” para la infancia más vulnerable por el contexto global de guerra, sequía e inestabilidad económica tras la pandemia, que no está acompañado por un esfuerzo suficiente de la comunidad internacional para evitar muertes

Foto: una niña come alimento terapéutico para la desnutrición aguda en un centro de salud en Madagascar. Vídeo: testimonio de Sambezafe, una madre de Madagascar cuya hija pequeña sufrió desnutrición aguda grave y pudo ser atendida. Foto: Rindra Ramasomanana | Vídeo: Unicef
Alejandra Agudo

Sambezafe tuvo algo de suerte en medio de la desgracia de vivir en un país extremadamente pobre, Madagascar, asolado por una sequía que le dejó sin cosecha ni reservas de comida en 2019. Su pequeña Sarah casi muere de desnutrición aguda cuando apenas era una recién nacida, pero una visita a tiempo al hospital, donde fue tratada con alimento terapéutico, salvó su vida. “La enfermera le dio a Sarah un Plumpy’Nut durante un mes y medio. Y se empezó a poner bien. Estoy muy feliz porque se está recuperando. Mi sueño es que pueda asistir a la escuela para aprender cosas nuevas, cuando sea el momento”, contaba la madre en un relato recogido por Unicef. Hoy la niña, la menor de 10 hermanos, sigue sana.

Sin embargo, al menos 10 millones de niños con su mismo problema carecen de acceso al tratamiento y otros 600.000 se sumarán a esta estadística por el incremento del precio del mismo, de hasta un 16% en los próximos seis meses, según cálculos de Unicef. De mantenerse el insuficiente esfuerzo económico de la comunidad internacional, su supervivencia está en riesgo.

El informe La desnutrición aguda grave: la emergencia olvidada de la supervivencia infantil, publicado por el Fondo para la Infancia de la ONU este martes, alerta de que el encarecimiento del alimento terapéutico contra la desnutrición aguda infantil se produce justo cuando más falta hace. Una combinación de agravantes mundiales para la seguridad alimentaria en todo el mundo –la guerra en Ucrania, la situación de las economías que luchan por recuperarse de la pandemia y las condiciones de sequía persistentes en algunos países debido al cambio climático– están creando las condiciones para un incremento de la peor cara de la pobreza y el hambre, la que mata.

“El aumento de la demanda por el incremento de la desnutrición aguda, tiene un impacto en los precios de alimento terapéutico”, explica Blanca Carazo, responsable de programas de Unicef España. “También se prevé que los costes de envío y distribución sean mayores debido a la subida del transporte y la energía”, añade.

“El mundo se está convirtiendo rápidamente en un polvorín de muertes infantiles evitables y de niños que sufren desnutrición aguda”, asegura contundente Catherine Russell, la directora ejecutiva de Unicef, en un comunicado. “Para millones de niños, los sobres de pasta terapéutica suponen la diferencia entre la vida y la muerte. Un aumento del precio del 16% puede parecer aceptable en el contexto de los mercados alimentarios mundiales, pero al final de esa cadena de suministro hay un niño desesperadamente desnutrido, para quien lo que está en juego no es en absoluto aceptable”, añade.

La desnutrición aguda es considerada por los especialistas en la materia como una condena a muerte, pues la falta de nutrientes por una falta abrupta de alimentos en un momento determinado puede causar el fallecimiento del niño, pero se cura. Muchas ONG utilizan el tratamiento más eficaz ―una pasta densa con una alta concentración de energía y micronutrientes elaborada a base de una mezcla de cacahuetes, azúcar, aceite y leche en polvo, y envasada en bolsitas individuales― en sus intervenciones contra este mal.

45 millones de menores de cinco años padecen desnutrición aguda, de los que al menos al menos 13,6 millones padecen su forma más grave y que está detrás de uno de cada cinco decesos en ese grupo de edad

“Tiene muchas ventajas frente a otras terapias. Una es que no necesita agua para su preparación como sí requiere la leche terapéutica, algo muy importante en contextos donde el acceso a agua potable es muy difícil. Además, las familias se pueden llevar el tratamiento a casa, lo que les ahorra tiempo y dinero, teniendo en cuenta que muchos viven muy lejos del centro de salud y no pueden acudir habitualmente”, detalla Carazo. En dos o tres semanas, si no hay otras complicaciones médicas, un niño se puede recuperar. Unicef, el mayor distribuidor de este tratamiento, estima en 100 dólares (unos 95 euros) el coste medio por salvar una vida. Y el mayor precio previsto en los próximos meses es un obstáculo que podría paliarse con una mayor inversión, además de negociar con los productores para contener la subida, anota Carazo.

Pero “la ayuda para abordar la desnutrición aguda sigue siendo lamentablemente baja y se prevé que disminuya drásticamente en los próximos años”, sostiene Unicef en su estudio. Según un nuevo análisis realizado para el informe, la aportación mundial destinada a acabar con esta lacra solo representa el 2,8% del total de la Asistencia Oficial al Desarrollo (AOD) del sector sanitario y el 0,2% del gasto total. Hasta 2028, subraya la organización, no se recuperarán los niveles anteriores a la pandemia.

Cada año, 45 millones de menores de cinco años padecen desnutrición aguda, de los que al menos al menos 13,6 millones padecen su forma más grave y que está detrás de uno de cada cinco decesos en ese grupo de edad. Son más de un millón anual que perecen mucho antes de tiempo. Y peor: sus muertes se podrían haber evitado. Asia Meridional sigue siendo el “epicentro” de este drama, indica el documento de Unicef, ya que aproximadamente uno de cada 22 niños sufre esta letal carencia de alimentos, el triple que en África subsahariana.

Las alertas que llegan desde estas regiones son alarmantes. En Afganistán, la debilidad del sistema público de salud se ha agravado por el bloqueo de las ayudas internacionales –que suponían un 75% del presupuesto– tras la toma del poder de los talibanes. Las llamadas “camas de resurrección” de los hospitales, para los pequeños al borde de la muerte por inanición, no dan abasto. Allí, 1,1 millones de niños sufrirán desnutrición aguda grave este año, según las estimaciones que arroja el informe de Unicef. Son casi el doble que en 2018.

En Siria, la situación no es mejor. Según datos de Unicef, entre febrero y marzo de 2022, la cesta de alimentos se encareció casi un 24%. Ahora, la guerra rusa contra Ucrania ha hecho que la inflación aumente aún más. En el noroeste, las familias enfrentan hoy mayores dificultades para poner comida sobre la mesa. Un ejemplo: por cinco liras turcas (30 céntimos de euro) en enero de este año adquirían 775 gramos de pan; hoy, por ese mismo importe, reciben 625 gramos.

La guerra en Ucrania, exportador de trigo y otros cereales a muchos países del sur global, es un factor añadido en la tormenta alimentaria perfecta que asola a regiones que ya acusaban los estragos del cambio climático. En el Cuerno de África, la falta de lluvia podría causar un rápido aumento de casos, pasando de 1,7 millones a dos millones, arroja el estudio de Unicef. Mientras que en el Sahel se prevé un aumento del 26% en comparación con 2018. En el norte de Kenia lo saben bien. Allí, las precipitaciones insuficientes y erráticas han convertido su tierra en un cementerio de animales, salvajes y ganado. A la postre, la sequía se lleva por delante los principales medios de vida de un país de pastores y turismo de safaris. El resultado: las comunidades rurales apenas se pueden alimentar más de una vez al día y los niños son el eslabón más débil a la falta de comida y agua potable.

Para que todos los niños reciban un tratamiento que les salve la vida en caso de desnutrición aguda, Unicef calcula que hacen falta 300 millones de dólares adicionales (288 millones de euros) en ayuda internacional, y así destinar el 0,3% de la AOD global para combatir esta lacra frente al 0,2% actual. Solo de esta forma, dice Unicef, se podría atender a los que necesitan tratamiento en 23 países con una carga elevada. También pide que esos países incluyan el alimento terapéutico de la desnutrición aguda infantil en sus planes de financiación de la salud y desarrollo a largo plazo, como hizo Malí en 2019, que incluyó el Plumpy’Nut en su Lista de Medicamentos Esenciales, lo que significaba su compromiso de adquirirlo —de su propio presupuesto o con ayuda— para dispensarlo en el sistema público de salud.

“Ahora la urgencia es tratar a un número creciente de niños con desnutrición aguda grave, pero no tenemos que olvidarnos de la prevención en el medio y largo plazo”, pide Carazo. La pandemia ha estresado más los ya maltrechos sistemas de salud del sur global, lo que se ha traducido en un retroceso de la atención de problemas de salud que no fueran la covid-19, entre ellos, la desnutrición. Las inversiones en infraestructuras básicas también se han visto afectadas por el varapalo económico. “Sin un saneamiento adecuado, los niños, aunque coman suficiente, padecerán diarreas que acabarán por deshidratarles y haciéndoles caer en situación de desnutrición”, anota la experta. Y ahora, buena parte de los fondos internacionales para ayuda humanitaria están ahora destinados a la crisis en Ucrania. Mientras tanto, las sequías no dan tregua a los pequeños productores que se quedan sin alimentos y medios de vida.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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