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Antibióticos
Tribuna
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Cambio climático y resistencia a fármacos: una alianza peligrosa

Tras dos años de la pandemia, la comunidad internacional tiene poco interés en abordar el problema de los patógenos resistentes a los medicamentos. Pero destacar los vínculos de este fenómeno con el calentamiento global y los conflictos podría alentar a los líderes mundiales a reconsiderar sus prioridades

Un paciente que padece tuberculosis recibe tratamiento en un hospital local en Peshawar, Pakistán. La tuberculosis es una de las enfermedades que ha generado en muchos casos resistencia a los antibióticos.
Un paciente que padece tuberculosis recibe tratamiento en un hospital local en Peshawar, Pakistán. La tuberculosis es una de las enfermedades que ha generado en muchos casos resistencia a los antibióticos.BILAWAL ARBAB (EFE)

El cambio climático no es la única crisis de evolución lenta que alcanza un punto de inflexión debido a la avaricia de las corporaciones, el mal comportamiento individual, el estancamiento de las negociaciones internacionales y la prolongada falta de sentido de urgencia por parte del público y los responsables políticos. Esos mismos factores también han contribuido a un aumento dramático de la resistencia a los antimicrobianos (RAM).

Difícilmente se puede exagerar la magnitud de la amenaza para la salud humana que representa la resistencia a los antimicrobianos. La pérdida de potencia o eficacia de los antibióticos ya contribuye anualmente a casi 1,2 millones de muertes. Dicha cifra supera a la de las causadas por el VIH o la malaria.

Algunos académicos han señalado la similitud entre las dificultades a la hora de abordar el cambio climático y la resistencia a los antimicrobianos. Hasta el momento, sin embargo, se ha debatido muy poco sobre los daños que causan las dos crisis juntas.

El cambio climático obliga a las personas a mudarse a lugares con alta densidad poblacional, mayor pobreza e instalaciones sanitarias limitadas

En todo el mundo, las personas que viven en barrios marginales urbanos se enfrentan a los desafíos combinados de las presiones relacionadas con el clima y con los medicamentos que ya no funcionan. Incluso cuando no existe un control gubernamental de las infecciones resistentes a los medicamentos, los médicos locales de estas comunidades perciben el problema. Las cepas resistentes de bacterias se desarrollan en estas zonas debido a la disponibilidad generalizada de fármacos de baja calidad, el uso excesivo de antibióticos y la confluencia de aguas residuales y agua potable.

Algunos informes sugieren que el cambio climático conduce a cambios en la dinámica de la enfermedad y la resistencia a las medicinas. Si bien se necesita más investigación para establecer la conexión, ya está claro que el calentamiento global obliga a las personas a mudarse a lugares con alta densidad poblacional, mayor pobreza e instalaciones sanitarias limitadas. Estos entornos son ideales para que surjan infecciones resistentes a los medicamentos. De hecho, algunos de los brotes más graves en épocas recientes han surgido en entornos urbanos contaminados y de bajos ingresos en el sur de Asia.

No es coincidencia que las comunidades pobres sufran los efectos más devastadores del cambio climático, o que sea probable que las infecciones resistentes a los medicamentos afecten de manera desproporcionada a los grupos de menores ingresos. Pero el cambio climático no es el único problema global que contribuye al crecimiento de la RAM en las comunidades desfavorecidas.

Si bien hay algunas pruebas (aunque limitadas) de una correlación entre el cambio climático y los conflictos, el vínculo entre los conflictos y las infecciones resistentes a los medicamentos está bien establecido. El conflicto satura a los hospitales y hace que el tratamiento sea inaccesible. También envenena el medio ambiente y permite que se reproduzcan nuevas cepas de bacterias. Las comunidades en zonas de conflicto corren un alto riesgo de infección y tienen una baja probabilidad de recibir los antibióticos apropiados.

Microorganismos como el Iraqibacter, que surgió tras la segunda guerra del Golfo, son un recordatorio de que los conflictos siguen siendo un potente y subestimado impulsor de las infecciones resistentes a múltiples medicamentos. Una vez más, sus efectos se dejan sentir más en quienes son vulnerables y no pueden trasladarse a un lugar más seguro.

Las comunidades en zonas de conflicto corren un alto riesgo de infección y tienen una baja probabilidad de recibir los antibióticos apropiados

En caso de existir razones para creer que el cambio climático y los conflictos están vinculados, se puede asumir de forma segura que las comunidades afectadas por estas crisis también se verán afectadas por una carga desproporcionada de resistencia a los antimicrobianos.

Al igual que ocurre con el cambio climático y los conflictos, los más expuestos a la resistencia a los antibióticos rara vez forman parte del debate sobre cómo afrontarla. Los planes de acción redactados en las capitales mundiales están desconectados de las realidades sobre el terreno. Por ejemplo, los pequeños agricultores de Pakistán son conscientes de que la mayoría de los antibióticos disponibles ya no sirven para su ganado o aves de corral, pero no saben qué hacer al respecto. Y las autoridades no se esfuerzan por involucrarlos en el desarrollo de una solución viable. Al contar con pocas opciones, estos agricultores continúan aumentando las dosis que administran o creando sus propios cócteles médicos a partir de los medicamentos disponibles.

Desde hace mucho tiempo existe la necesidad de un verdadero esfuerzo mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos, uno que esté totalmente financiado y respaldado por los encargados de formular políticas en todos los niveles. Estudios recientes aportan los datos necesarios para llevar el tema a la línea de vanguardia del debate internacional. Pero, tras dos años enfrentando la pandemia de Covid-19, parece haber poco interés en abordar otra crisis de salud mundial.

Quizás una forma de impulsar la lucha contra la resistencia a los antibióticos es dejar de hablar únicamente de los patógenos, y crear también conciencia sobre sus efectos combinados del cambio climático y los conflictos, tanto en las personas como en el planeta. La convergencia de estas crisis plantea una importante amenaza para la salud de ambos.

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