Voluntarios en Italia, los guardianes de la salud migrante
La de los Balcanes es una ruta clásica con destino a Europa. Y también lo son los problemas de salud para quienes la recorren. Desde hace años, una red de voluntarios ofrece en Italia algo tan importante o más que el alimento y el refugio: la atención sanitaria, incluida ahora la vacuna contra la covid-19
“Todavía recuerdo a un niño que tenía hipertensión pulmonar y espina bífida. Su familia y él se fueron de Irán para reunirse con otros parientes en el norte de Europa. El padre lo cargó sobre los hombros a lo largo de toda la ruta de los Balcanes. Cuando llegaron aquí, revisaron al pequeño en el hospital y recibió el tratamiento necesario”, rememora Antonella Barriale. Ella es una enfermera voluntaria de Rainbow4Africa, una ONG médico-sanitaria que trabaja en el refugio Fraternità Massi de Oulx, una pequeña ciudad del valle de Susa, cerca de Turín, en Italia. “Ahora sabemos que el crío está bien, pero cuando pienso en aquellos días, todavía me emociono”, refiere la voluntaria mientras desinfecta una cama.
A la puerta de la clínica, una afgana embarazada de cuatro meses se queja de que le duelen las piernas. “Tiene que descansar”, comenta la enfermera. “Como la mayoría de los que llegan a Oulx, ha caminado muchos kilómetros. Vienen de un viaje que a veces ha durado meses o años”. Tanto la futura madre como el resto de personas migrantes obtienen en este lugar algo igual o más importante que el alimento o el refugio: atención médica. Siempre con medidas preventivas debido a la pandemia, los recién llegados son vacunados de la covid-19 y reciben los cuidados necesarios si presentan enfermedades. “También hay personas con heridas mal curadas y con problemas psicológicos. Algunos refieren los malos tratos que sufrieron en Croacia. Otros han perdido el contacto con sus seres queridos. Hay casos de mujeres y niños que consiguen cruzar, mientras que el resto de la familia se queda atrapada en la frontera. Nada de esto debería pasar. No se debería dejar a nadie atrás”, expone Barriale.
Las personas migrantes y refugiadas corren un riesgo mayor de tener algún problema de salud que las poblaciones de acogida, según se desprende del primer informe al respecto que publicó la Organización Mundial de la Salud, en 2019. Si bien este colectivo suele gozar de buen estado físico -necesario para recorrer las grandes distancias que les separan de Europa- el hecho de vivir en condiciones de pobreza aumenta el riesgo de que sufran enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares o cáncer. “Como es probable que los migrantes y los refugiados cambien su estilo de vida y hagan menos actividad física y consuman menos alimentos saludables, también están más expuestos a los factores de riesgo de las enfermedades crónicas”, indica el documento.
Según la OMS, los migrantes internacionales representan solo el 10% (90,7 millones) de la población total de la Región de Europa de la OMS, de los cuales menos del 7,4% son refugiados. Entre ellos se dan más casos de depresión y ansiedad, de diabetes y de enfermedades infecciosas, debido a la falta de acceso a atención sanitaria, a la interrupción de la atención ya las malas condiciones de vida durante el proceso migratorio.
Pauta completa de un solo pinchazo
Cae la tarde en Oulx, y la puesta de sol tiñe los Alpes cocios que delimitan la frontera entre Francia e Italia. En el refugio de Fraternità Massi, alguien cocina mientras docenas de viajeros siguen esperando un lugar donde dormir o una comida caliente antes de proseguir su periplo. En el patio, entre los contenedores donde duermen las familias y aquellos que hacen cola para recibir calzado y ropa limpia, otra enfermera realiza controles anticoronavirus a un niño. Le toma la temperatura y comprueba la saturación de la sangre. “En el refugio ofrecemos la vacuna de Johnson & Johnson. Es una dosis única que facilita que los migrantes obtengan el certificado europeo para la covid-19″, explica Eloisa Franchi, médica de la ONG. “Al otro lado de la frontera, en Briançon, han dejado de vacunar a los que llegan a la estación. Si estas personas no presentan una prueba negativa o el certificado de la UE no pueden ni utilizar el transporte público en Francia”, lamenta.
El pasado mes de octubre, gracias al apoyo del Danish Refugee Council (DRC) y de donaciones privadas, se abrió una clínica fronteriza en Oulx con servicio 24 horas. La estructura está dirigida por el equipo de Rainbow4Africa, y durante el día también cuenta con el apoyo de un médico de la ONG Medu (Médicos por los Derechos Humanos). “Las ONG y las asociaciones de voluntarios que operan en esta localidad continúan presentes día y noche para garantizar ayuda humanitaria básica, exámenes médicos, apoyo sociolegal, comidas y ropa a quienes intentan cruzar la frontera”, explica Giulia Spagna, directora del DRC en el país. “Todos ponen algo a disposición. En marzo, DRC continuará capacitando a los operadores del refugio y con ellos para fortalecer aún más la respuesta humanitaria, incluidos módulos sobre el reconocimiento de vulnerabilidades y principios de salud mental para el personal y los huéspedes”, asevera Spagna. Al mismo tiempo, y dada la gran presencia de niños, las organizaciones presentes en el territorio de Val di Susa están trabajando con la asociación Nutriaid para montar una clínica pediátrica.
“Nosotros no deberíamos estar aquí. ¿Por qué el Estado no tiene una presencia positiva en la vida de estas personas, a las que se considera marginales solo por su situación irregular? No debería ser el tercer sector el que se ocupe de la salud pública, sino el sistema nacional de sanidad”, denuncia la doctora.
“Atendimos una familia siria con una niña de cinco años que había sido operada de una enfermedad cardiovascular cuando tenía un año. Sus padres estaban preocupados. Nadie les explicó cómo entrar en Francia legalmente. En Fraternità Massi intentamos darles toda la información que necesitan gracias a otras organizaciones que se dedican a los aspectos sociales y legales. Estas personas son sujetos políticos, no objetos políticos. Los emigrantes deben ser libres de decidir cómo desplazarse”, protesta Franchi.
Se ha hecho de noche en el refugio, y el dormitorio está casi lleno. “Cada día duermen aquí entre 50 y 80 personas. Sobre todo familias”, cuenta Silvia Massaro, una de las activistas del albergue. “Intentamos ofrecer a quienes llegan un momento de bienestar. Charlar con otros y lavarse son acciones sencillas, pero devuelven la dignidad. Nos sentimos como una gota de agua en el mar, e intentamos hacer su viaje más humano”.
Fraternità Massi abrió sus puertas en junio de 2018, cuando el flujo migratorio se desplazó a los caminos que conducen desde Claviere, el último municipio de la frontera, al valle de la Clarée. Hasta entonces, la mayoría de los migrantes procedentes de la ruta mediterránea prefería entrar en Francia cruzando la frontera de los Alpes marítimos, entre Ventimiglia y Menton.
La suspensión del tratado de Schengen en 2015 y el atentado contra la sala Bataclan de París, al que siguieron nuevas leyes antiterroristas en 2017, llevó al Gobierno francés a cerrar las fronteras con Italia. Por eso la gente se desplaza a lo largo de la frontera alpina del valle de Susa, que resulta ser una ruta más fácil que la de Ventimiglia. En Bardonecchia, otro pueblo en el confín francoitaliano, una vez cruzado el paso alpino Colle della Scalla ya se está en territorio francés. Sin embargo, es una vía muy peligrosa debido al hielo y los aludes: en el invierno de 2017 varios emigrantes perdieron la vida. Esto empuja a las personas en tránsito a desplazarse más al sur por los senderos de Claviere, pasando primero por Oulx.
“Abrimos en junio de 2018. Atendemos las necesidades urgentes y humanitarias de los que cruzan la frontera”, explica el reverendo Chiampo, párroco de Bussoleno y presidente de Talità Kum, la fundación que gestiona el espacio. “Con la llegada del invierno, tenemos cada vez más huéspedes, y desde octubre abrimos las 24 horas del día. Sin los voluntarios y los operarios no sería posible hacerlo. No podríamos acoger a todas estas personas, que vienen principalmente de la ruta de los Balcanes desde la primavera del año pasado”, añade el religioso.
En los últimos tres meses, al menos 2.000 personas han pasado por Oulx y cruzado la frontera franco-italiana. La mayoría proviene de Afganistán e Irán: son familias, hombres, mujeres y niños que han viajado durante meses por la ruta de los Balcanes. padecieron hambre y frío. Han probado el “juego” varias veces. Cuando llegan a Oulx, están exhaustos. Entre ellos, cerca de un centenar de menores de edad que viajan solos han sido alojados en el albergue”, confirma Spagna. El regreso del Gobierno talibán es demasiado reciente para explicar estas cifras. La crisis de Oriente Próximo y Afganistán no es consecuencia de los últimos acontecimientos, sino un fenómeno con raíces más antiguas.
“Me fui de Irán hace cuatro años”, cuenta Feroz (nombre ficticio), de 22 años. “El Gobierno iraní no nos permite ser libres. Si eres cristiano o contrario al sistema político, pueden reprimirte, detenerte o matarte. No quiero vivir así”, comenta el joven mientras cierra su mochila en el patio del refugio. “Estoy aquí con mi padre. Tenía que descansar. Es mayor. Aquí le han curado, porque tenía problemas en las piernas. Esta noche volveremos a intentar cruzar la frontera. Después de la violencia que hemos sufrido en Croacia, ya no me asusta nada”.
En la frontera, la esperanza de un futuro mejor choca a menudo con obstáculos y abusos. Así lo documenta el informe Puertas cerradas del Consejo Danés para los Refugiados en colaboración con la Asociación para los Estudios Legales sobre Migración (ASGI, por sus siglas en italiano), Tavola Valdese y Cáritas Italiana, las organizaciones presentes en el refugio Fraternità Massi. “Los emigrantes sufren violencia en la ruta de los Balcanes y en sus países de origen. Además, cuando llegan a la frontera francesa, sufren la violencia psicológica de la policía gala. A veces dejan abandonada a la gente en los bosques”, denuncia Franchi.
Según el informe, los abusos en la frontera francoitaliana se cometen sobre todo contra los menores no acompañados. La policía francesa los devuelve a Italia sin posibilidad de recurrir. Franchi concluye: “La gente vive a la intemperie, sin asistencia. Eso no ayuda a la salud global, especialmente en tiempos de pandemia. Nosotros, como centro sanitario, creemos que podemos intentar garantizar la ayuda a los que pasan. En el refugio intentamos por todos los medios mantener unidas a las familias y hacer lo posible para ayudar a los emigrantes a sentirse protegidos. La frontera solo provoca enormes problemas”.
La invasión rusa de Ucrania, que ha generado en apenas una semana más de un millón de desplazados, también preocupa en este lejano punto de las fronteras de las antiguas repúblicas soviéticas. Aunque les separan casi tres mil kilómetros, en Oulx están preparándose. “Rainbow4Africa está organizando grupos de voluntarios para ser enviados a Rumanía, en concreto a la frontera con Ucrania”, explica Eloisa Franchi. “Todavía es demasiado pronto para saber si llegarán refugiados. La comunidad ucrania en Italia y Europa es muy grande, así que si vienen se encontrarán fácilmente con la hospitalidad de familiares y amigos”, asegura. Varias instituciones, como el Ayuntamiento de Milán, también han habilitado un refugio para acoger a estas personas.
A diferencia de los huidos desde Oriente Medio, Afganistán o África, las personas que salen de Ucrania hoy sí tienen derecho a permanecer en territorio europeo. “Dudo que la gente intente cruzar la frontera franco-italiana como el resto de los refugiados”, concluye Franchi.
Mientras tanto, cada día decenas de migrantes que huyen de países con regímenes autoritarios o conflictos olvidados, jugándose la vida en los caminos que cruzan los Alpes, siguen llamando a las puertas de Europa.
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