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Innovación
Tribuna
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Innovación inversa, un arma de diseño para el desarrollo

Crear un producto en un país pobre para luego venderlo en un país rico es la esencia de un nuevo movimiento que busca crear oportunidades en todas las industrias. Tailandia está viviendo un auge de ideas que responden a este patrón

Una niña observa un eclipse solar parcial en en el techo de cristal del edificio King Power Mahanakhon en Bangkok, Tailandia, en junio de 2020.
Una niña observa un eclipse solar parcial en en el techo de cristal del edificio King Power Mahanakhon en Bangkok, Tailandia, en junio de 2020.ATHIT PERAWONGMETHA (Reuters)

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En Tailandia, la pandemia empezó a pegar duro a finales de abril de este mismo año. La burbuja paradisiaca de la que gozaron durante todo el 2020 se esfumó y la capital, Bangkok, ha destapado sus vergüenzas, entre las que destacan la falta de espacios públicos abiertos y de zonas verdes de calidad. La ciudad que suele ocupar la cima del ranking de las ciudades más visitadas del nuestro planeta muestra su verdadera cara debido a la covid-19: una urbe a caballo entre el primer y tercer mundo.

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Con la pandemia se ha normalizado la celebración de eventos online organizados desde cualquier parte del mundo. Desde casa asistimos a esta nueva modalidad de congresos para conocer detalles de lugares lejanos, y el último confinamiento tailandés ha puesto de moda estos encuentros virtuales para el encuentro de profesionales, aficionados y/o gente curiosa en general. Tal vez estemos ahora más aislados, pero también más conectados que antes.

La temática de estos talleres en Tailandia es variada, aunque responde a un patrón que se repite en la mayoría de ellos: innovación inversa, término que se refiere a una innovación vista por primera vez o utilizada en los países en vía de desarrollo antes de extenderse al mundo industrializado. El término fue popularizado por los profesores Dartmouth Vijay Govindarajan y Chris Trimble tras la publicación de su libro Innovación inversa, donde exploran este concepto en profundidad.

La innovación inversa habla ampliamente del proceso mediante el cual los productos creados como modelos de bajo coste pueden satisfacer las necesidades de las naciones en desarrollo. Por ejemplo, los instrumentos médicos que funcionan con baterías en países con infraestructura limitada y que, posteriormente, se convierten en bienes innovadores para los compradores occidentales.

Históricamente, las corporaciones inventaban en un país rico y vendían esos productos en uno pobre. La innovación inversa hace exactamente lo contrario. Se trata de crear en un país pobre para luego comerciar el resultado en un país rico, bien sea europeo o norteamericano. Se trata de algo que en principio puede resultar contradictorio, pues resulta lógico que un pobre quiera un producto de un rico, pero ¿tendría algo de sentido lo contrario? Esa es la esencia de la innovación inversa: crear oportunidades en casi todas las industrias, ya sean financieras, de transportes o de lo que sean.

¿Tendría algo de sentido que un rico quiera un producto de un pobre? Esa es la esencia de la innovación inversa: crear oportunidades en casi todas las industrias

Uno de los bienes más representativos en Tailandia es la pierna artificial creada por el doctor Therdchai Jivacate, un tailandés que obtuvo su título de médico en la Universidad Northwestern de los Estados Unidos. El sanitario, consciente del valor de esas prótesis en el mercado estadounidense —unos 17.000 euros— frente a la realidad tailandesa, donde la mayoría de sus ciudadanos gana seis euros al día o menos, entendió que la creación de una extremidad artificial para el mercado nacional pasaría por venderla a un precio accesible para los necesitados de su país —unos 25 euros— y paradójicamente, debería incrementar la calidad de la prótesis, pues los pavimentos de las calles allí no se corresponden a los estándares del primer mundo. Este ejemplo se estudia en universidades fuera del país.

Pero ¿cómo obtener una calidad extraordinaria a un precio dramáticamente más bajo? Fueron dos las innovaciones revolucionarias que logró el doctor Jivacate en su empeño por hacer más accesible el precio de su prótesis. Uno fue el material usado: mientras en occidente se usa el titanio como materia prima, él utilizó envases de plástico de yogur reciclados. No solo se reduce el coste, que es cero, pues estos envases se desechan, sino que además es un material súper ligero comparado con el titanio.

La segunda innovación estaba en el proceso de ajuste de la prótesis. Mientras Occidente emplea técnicos altamente capacitados para adaptar la pierna artificial durante varias semanas, el médico entrenó a los amputados que recibieron unidades artificiales para adaptárselas a otros. Se logró una reducción en los costes directos de la prótesis que, además, daba empleo a personas anteriormente desempleadas.

Pero hay que dejar claro que la innovación inversa no se trata solo de reducir los costes. Se trata de hacer más con menos, y esa es una de las conclusiones que tienen los que asisten a esta moda de los talleres virtuales tailandeses, donde la puesta en escena de los mismos es tan atractiva que uno olvida que en esta nación la inversión pública para solucionar problemas sociales apenas existe e, incluso así, sus ciudadanos insisten en repetir casos de éxito como el del doctor Jivacate, pero aplicados a otras disciplinas.

La covid-19 ha propulsado otro caso reciente en la ciudad de Bangkok a través de una plataforma de desarrollo urbano inclusivo liderada por arquitectos paisajistas llamada We!Park. Sus referentes son claros: súper bloques en Barcelona, la ciudad de los 15 minutos de París o ese gran anillo verde que se pretende construir en torno a la ciudad de Madrid, entre otros. Volvemos a la primera fase de la idea de innovación inversa: ideas que funcionan en países desarrollados se insertan en otros en vías de desarrollo y durante el proceso se encuentran nuevas fórmulas para ejecutar y obtener un producto que cumpla con los mismos objetivos.

Bangkok son dos ciudades en una. La primera vive a lo largo de sus dos líneas de metro aéreo que cruzan la ciudad y compiten los grandes rascacielos construidos por las élites pudientes del país como si de una partida de Risk se tratase. Y la segunda es, en su mayoría, un tablero de ajedrez donde viven sus comunes mortales, lleno de complejos residenciales y casas individuales de dos a cuatro alturas que se extienden en cualquier dirección hasta la periferia. Todo ello sin planificación urbana, construido a golpe de talonarios por las voluntades de los promotores inmobiliarios y sus relaciones con la autoridad municipal.

Recientemente We!Park lanzó una serie de talleres a nivel global a través de la International Urban Cooperation (UIC) con Asia, programa de cooperación gestionado por la Unión Europea. El lema escogido, Nuevas oportunidades verdes, es en referencia a esta falta de espacios recreacionales que Bangkok está acusando con su último confinamiento y que alarga aún más la lista de retos a solucionar presentados en su agenda urbana: contaminación, inundaciones, movilidad, problemas de tráfico, altas temperaturas, desigualdad social, desarrollos urbanos exclusivos... La OMS recomienda nueve metros cuadrados de espacio público verde por persona y Bangkok se sitúa en 6,9.

¿Por qué invertir en espacios verdes públicos es la solución a una ciudad cuya autoridad municipal poco entiende de planificación urbana y, además, ignora la amenaza que supone el impacto en la ciudad del cambio climático a corto y/o medio plazo? El paisajista Yossapon Boonsom, cabeza visible de la plataforma We!Park, lo explica claramente: restablece el ecosistema de la ciudad, reduce la contaminación y altas temperaturas, mejora la calidad del aire, compensa las emisiones de dióxido de carbono y absorbe el agua de lluvia e inundaciones, sin olvidar la creación de bienestar y la estimulación de la economía local. Son unos conceptos básicos en países desarrollados que se presentan como innovaciones revolucionarias para los barrios existentes de una mega ciudad que carece de diversificación en la planificación de la infraestructura necesaria para su buen funcionamiento.

Por qué invertir en espacios verdes públicos verde es la solución a una ciudad cuya autoridad municipal poco entiende de planificación urbana?

Tal vez, la mayor innovación del trabajo de Yossapon es la inclusión de la ciudadanía para el diseño de espacios abiertos y zonas verdes en el desarrollo urbano. We!Park está incrementando lentamente las áreas verdes con la ejecución de diversos proyectos piloto a lo largo de la ciudad gracias a la recaudación de fondos en internet por parte de los ciudadanos y a las donaciones de los grandes promotores inmobiliarios. Es una innovación radical en una ciudad que siempre careció de espacios públicos recreacionales para evitar cualquier tipo de congregación espontánea que surgiera de su ciudadanía.

Los objetivos que presentan la plataforma We!Park están bien definidos: incremento del ratio de espacio verde de 6,9 a 10 metros por persona, incremento del porcentaje de accesibilidad a las zonas verdes en un radio de 400 metros del 13% al 50%, y, por último, incremento de las zonas verdes con respecto a área total metropolitana del 17% al 30%.

Aunque va dando sus pequeños frutos, We!Park tiene enfrente una tarea ardua en la que se presentan como únicos mediadores para poner en común los retos de futuro de la ciudad: climáticos y ecológicos, innovación y economía, y, ciudad y ciudadanía. Todo ello en una ciudad dirigida siempre por y para las élites sin importarle mucho su ciudadanía.

Sí, Tailandia se presenta como innovación inversa en su primera fase, pero falta tiempo aún para saber si las innovaciones de las que hablan sus ciudadanos donde presentan a Bangkok como una ciudad llena de experimentos urbanos se convertirán en modelos innovadores exportables a países occidentales. Además, queda por ver si el mensaje que se lanza sobre los posibles efectos negativos del cambio climático en la ciudad cala pronto en la autoridad municipal y se convierte en la chispa necesaria del motor de arranque para mejorar muchos aspectos, y no solo urbanos, de la capital tailandesa.

Miguel Vélez es arquitecto de origen manchego. Lleva trabajando en Asia desde el año 2008. Ha participado en proyectos de gran escala en diferentes países asiáticos para empresas multinacionales. Es profesor universitario de diseño arquitectónico y construcción en Tailandia.

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