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La quema de campos, un grave problema de nuestro tiempo

En India, Brasil, Indonesia o España, cada año arden miles de hectáreas de forma intencionada por diferentes motivos, tradiciones o circunstancias. Su enorme impacto en la contaminación exige medidas drásticas. Que no se toman

Un hombre de la tribu Dayak Ngaju intenta extinguir un fuego con una rama en un santuario natural situado dentro de la concesión de palma aceitera de PT Globalindo Agung Lestari (GAL) en Mantangai, Distrito de Kapuas, Kalimantan central. PT GAL pertenece al grupo de la empresa malaya Genting Plantations Berhad.
Un hombre de la tribu Dayak Ngaju intenta extinguir un fuego con una rama en un santuario natural situado dentro de la concesión de palma aceitera de PT Globalindo Agung Lestari (GAL) en Mantangai, Distrito de Kapuas, Kalimantan central. PT GAL pertenece al grupo de la empresa malaya Genting Plantations Berhad.urnasyanto Sukarno / Greenpeace

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La quema de campos es una de las principales causas de contaminación del aire en diferentes países, especialmente en aquellos que cuentan con una gran superficie de tierra de cultivo. Sin embargo, las decisiones para frenar estas prácticas son insuficientes, inexistentes, o inadecuadas, haciendo que la situación sea cada vez más difícil.

En el caso de India, por ejemplo, todos los años a finales de octubre el aire de la capital, Nueva Delhi, se vuelve casi irrespirable a causa de la contaminación provocada por el cambio de estación, el tráfico y la quema de rastrojos en las regiones del norte de la India. Esta práctica está prohibida y perseguida legalmente, pero los esfuerzos realizados por el Gobierno para evitar que suceda han fracasado.

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El problema principal es que los campesinos de algunos estados como Punjab y Haryana, que forman parte del cinturón agrícola que limita con la capital, comenzaron hace años a utilizar cosechadoras mecanizadas para recoger el arroz. En parte, para poder sobrellevar el aumento de los costes laborales. Este método de trabajo deja restos de paja y rastrojos en la tierra, y su eliminación requiere mucho tiempo. Por este motivo, es habitual que los agricultores acaben por quemar estos sobrantes para limpiar el suelo de cara a la próxima cosecha. Cuando siembran arroz, tienen poco margen para plantar los cultivos del invierno, como el trigo y la colza. Si lo hacen tarde, consiguen menos rendimientos.

El humo resultante de la quema viaja hasta Nueva Delhi, a unos 250 kilómetros de distancia, empeorando la calidad del aire. Como explica Megha Chadha, una de las activistas de la campaña Help Delhi Breathe (Ayuda a Delhi a Respirar), “la ciudad no tiene salida al mar y tiene vías limitadas para expulsar el aire”.

“Los contaminantes tóxicos o las emisiones generadas por la quema de rastrojos quedan atrapados en la atmósfera”, afirma Chadha. Si esto se suma a una combinación de otros factores que contribuyen a la contaminación tóxica del aire en la ciudad, como las emisiones de vehículos o industriales, la situación se vuelve realmente mortal y sofocante, especialmente para las personas que ya tienen problemas respiratorios.

Según el Gobierno, los agricultores queman al menos diez millones de toneladas métricas de los 20 millones de toneladas de rastrojo de arroz que se generan en Punjab cada año. En noviembre de 2020 la prensa local publicó que la contribución de esta práctica a la contaminación del aire alcanzó su máximo de la temporada. Alrededor del 44% del total de la polución se produjo debido a este problema.

Con la llegada del coronavirus, la quema en los campos es un asunto que preocupa especialmente. Investigaciones conjuntas publicadas en 2008, 2014 y 2020 han demostrado que la contaminación nos hace más vulnerables a las afecciones respiratorias.

Unas décadas atrás, Punjab no era un Estado conocido por la siembra de maíz de algodón. En 1960 el Gobierno presionó a los agricultores para cultivar arroz para generar alimentos. A diferencia del sur del país, en estos territorios no alimentan al ganado con los restos de las siembras, porque para ello utilizan los rastrojos de trigo.

El humo se eleva durante los incendios de bosques y plantaciones en Tanjung Taruna, subdistrito de Jabiren Raya, en  Kalimantan Central, Indonesia.
El humo se eleva durante los incendios de bosques y plantaciones en Tanjung Taruna, subdistrito de Jabiren Raya, en Kalimantan Central, Indonesia.Ulet Ifansasti / Greenpeace

En los años ochenta, los campesinos comenzaron a utilizar cosechadoras para cortar arroz, generando rastrojos más largos, de unos 50-60 centímetros de largo, en comparación de los residuos que se generan a mano, que son de 5-10 centímetros. Estos desechos provocaron un aumento de la quema de los campos.

Los sucesivos gobiernos han presentado posibles alternativas, han intentado prohibir, imponer sanciones o premiar las buenas prácticas. Siguiendo una orden del Tribunal Supremo, en 2019 se entregaron 2400 rupias (unos 28 euros) por acre a los campesinos que no quemaron rastrojos. Otras dos directivas de la Corte Suprema ordenaron a los gobiernos entregar máquinas gratuitas a los agricultores, pero son procesos que llevan tiempo. Algunos no pueden permitirse la espera y vuelven a quemar al año siguiente.

La activista Chadha, de Help Delhi Breathe, explica que la maquinaria que necesitan los agricultores “cuesta alrededor de 1.720 euros y requiere un tractor de 65 caballos de fuerza”. Juntos, el precio asciende a 9.173 euros, un coste inasequible.

Un problema global

El problema no es exclusivo de India. Las quemas de los campos se producen en otros países, pero no siempre con las mismas intenciones, los mismos objetivos y circunstancias. Al otro lado del mundo, por ejemplo, en 2020, Greenpeace obtuvo imágenes aéreas de varios incendios activos en la selva amazónica del estado brasileño de Mato Grosso, situado al centro-oeste del país.

Estas imágenes fueron tomadas durante un sobrevuelo en avioneta realizado entre el 7 y el 10 de julio para documentar el reciente repunte de incendios en la Amazonia. La ONG también documentó imágenes de áreas totalmente calcinadas y de otras zonas preparadas para la quema. El portavoz de Greenpeace en Brasil, Rómulo Batista, señala que las tasas de deforestación que registró el país el año pasado, “son la consecuencia de las políticas y la estrategia a largo plazo del presidente Bolsonaro”.

Desde que ascendió al poder en 2018, Bolsonaro ha desmantelado algunas leyes de protección ambiental y ha eliminado la capacidad de acción de algunas de las organizaciones que tratan de proteger los bosques, llegando a utilizar la pandemia del coronavirus como una cortina de humo para permitir las actividades de tala y minería en la Amazonía.

Greenpeace documentó en junio de 2020 hasta 2.248 alertas de incendio en la Amazonia, un aumento del 19.57 % en comparación con junio de 2019 (1.800) y el mayor número registrado en el mes desde 2007. El número de estas alertas alcanzaron la mayor cifra en los últimos 13 años el pasado mes de junio.

Debido a los incendios de Indonesia, decenas de millones de personas habían estado expuestas a niveles de contaminación del aire que iban desde “nocivos para la salud” hasta “peligrosos”

Los fuegos son producidos por algunos agricultores, pero en este caso, también, a manos de acaparadores de tierra, quienes queman la selva para expandir la frontera agrícola para la cría de ganado y la producción de agricultura industrial.

Una situación parecida a la que vive Indonesia, país que también se está quemando a manos de los productores de aceite de palma y el sector de la pasta de celulosa y el papel. Como recuerda Kiki Taufik, responsable de la campaña global de bosques de Indonesia de Greenpeace, “los fuegos más salvajes se produjeron en 2015 y 2019”. En estos dos años, se quemaron más de 3,4 millones de hectáreas, de las que 2,6 millones lo fueron en 2015, el peor año en dos décadas.

Los informes publicados desde entonces señalan que los incendios habían creado, quizás, la peor calidad de aire sostenida jamás registrada en todo el mundo y decenas de millones de personas habían estado expuestas a niveles de contaminación del aire que iban desde “nocivos para la salud” hasta “peligrosos”.

Diez compañías productoras de aceite de palma son señaladas como las que más terreno han quemado y el Gobierno no ha sancionado a una sola de ellas a día de hoy, según Greenpeace. El sector fabricante de pasta de celulosa y papel también ha quedado impune de las sanciones gubernamentales.

El caso español

España es otro de los países afectados por los fuegos y como señala Mónica Parrilla de Diego, responsable de la Campaña de Grandes Incendios Forestales de Greenpeace, “en más de un 96% de los incendios de causa conocida en España está ocasionada por el ser humano”.

Al igual que en India, el fuego en muchos casos se utiliza como una herramienta para eliminar rastrojos o matorrales para ampliar pasto o zonas de caza. Una motivación que no siempre está asociada al terrorismo o a la especulación y se deben a un uso “cultural” del fuego que se ha realizado de forma tradicional.

Estos incendios son de altísima gravedad. Algunas personas han fallecido, se han producido desalojos masivos, pérdidas de bienes y miles de hectáreas han quedado calcinadas. El problema, además, amenaza con intensificarse debido a los efectos del cambio climático, indica Parrilla. Y afirma que las soluciones ante los grandes incendios forestales son complejas, como lo son sus causas. Con lo cual, no se trata de demonizar a los campesinos, sino de trabajar conjuntamente para proteger nuestros bosques.

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