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Unicornios, sirenas y otras bestias abisales también son biodiversidad

Se publica en España ‘Animales invisibles. Mito, vida y extinción’, un libro que explora todos los continentes hasta dar con especies extintas o ejemplares mitológicos. Aquellas que animan prácticas culturales que conviene preservar. Sus autores alertan sobre lo que perdemos si nos olvidamos de la fauna que no vemos

Una de las ilustraciones del libro "Animales invisibles. Mito, vida y extinción".
Una de las ilustraciones del libro "Animales invisibles. Mito, vida y extinción".Joana Santamans
Analía Iglesias

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Como el pulpo que sueña, del que tuvimos noticias científicas hace unos días, hay un delfín de río que cuando se excita se pone rosado. “En la Amazonía cuentan que en las noches de luna llena, el delfín rosado se transforma en un hombre irresistible que pulula por los bailes y las fiestas seduciendo a mujeres con el propósito de garantizar su reproducción (…) Es un culpable muy útil para argumentar embarazos extramatrimoniales”, escriben Gabi Martínez y Jordi Serrallonga en Animales invisibles. Mito, vida y extinción. Más allá del humor folclórico, este particular delfín sudamericano (inia geoffrensis) es gris amarronado y nada sigiloso en aguas dulces, siempre que se lo deje en paz. “Las centrales hidroeléctricas, los vertidos de petróleo, el uso de plaguicidas o la contaminación de metales causada por la minería son factores que, cuando no los mata o expulsa, los viste más de rosa que nunca. Para ellos, es el color del estrés”, leemos en este libro, con salvajes ilustraciones a doble página de Joana Santamans, y que acaban de publicar conjuntamente, en España, las editoriales Nórdica y Capitán Swing.

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“Es importante aceptar que algunos animales tienen muy buenos motivos para esconderse de nosotros”, dice Viggo Mortensen en el prólogo. Y asegura que “el ejercicio de buscar sin garantías de encontrar lo que deseamos es un fin valioso en sí mismo”. En este caso, sin embargo, los autores –un escritor y un naturalista y arqueólogo– trazaron el camino de antemano para viajar en busca de historias de vida salvaje que contaran los pueblos alrededor del planeta y que se refirieran tanto a animales que viven ocultos de nosotros como de bestias extintas y personajes mitológicos que seguramente han existido en formatos menos espectaculares que los de las leyendas, pero que sustentan prácticas culturales que se extienden en el tiempo. De ellos, los autores escogieron 51 ejemplares que incluyen nada menos que una sirena –llamada Parténope y fundadora de Nápoles– y un Yeti asiático, pasando por picozapatos, ornitorrincos y ovejas negras, además de bonobos y mamuts, o tortugas de la Pinta (Galápagos) y moas del antiguo País de los Pájaros que es Nueva Zelanda. En cada caso, se da cuenta del hallazgo (o no) de evidencia científica.

En esta aventura de una década se trataba de explorar todos los continentes y en todos los tiempos para dar con criaturas cuyas existencias y relatos formen parte de la narración humana. “Este libro es, como mínimo, una reflexión, no un panfleto, sobre lo que ocurre sobre la Tierra, que no es a 100 años vista, sino una cuestión de horas, o semanas. Toda especie viva tiene su importancia en el medio y su repercusión en la historia, incluso los animales míticos tienen su razón de ser, porque forman parte de las culturas de todos los países, y algunas de ellas también están en peligro de extinción”, sostiene, en diálogo con este medio, el naturalista Jordi Serrallonga.

Ahora son apenas personajes de dibujos animados

“Fue un esclavo cimarrón, en 1674, el último humano que observó a un dodo vivo, en la isla de Mauricio (Océano Índico)”, podemos leer en la obra acerca de esta ave de alas atrofiadas. El dodo integra el capítulo llamado Extinción, en el que también figuran el mamut lanudo de las tundras el megaterio del Río de la Plata; el geirfugl, un pingüino del Atlántico norte; el colosal tiburón llamado megalodón; la gacela de Yemen (o de la bíblica reina de Saba); el lémur gigante de Madagascar y hasta el humano de Flores (un hobbit), entre otros, porque las personas también “somos una especie animal más”, sostiene Serrallonga.

Circulan en Europa o Asia estas cosas que no tienen ninguna base de verdad, como que esnifar polvo de cuerno de rinoceronte aporta virilidad, y que fomentan la caza de animales ya muy amenazados
Jordi Serrallonga

Frente al ansia de saber lo que se esconde en cada rincón del planeta, hay, sin embargo, una paradoja basal que es hacer visibles especies de flora y fauna que pueden tentar a estos predadores mayores que somos, e inducir a algunos a ir en busca de la rentabilidad. Entre la curiosidad y el dilema, Serrallonga se decanta: “La particularidad de esta expedición es que no vamos a encontrar un león asiático. Lo único que queremos hacer visibles son las historias de estos animales, porque aunque quisiéramos verlos, algunos están extintos. Justamente por haberse extinguido, el dodo (raphus cucullatus) se convirtió en símbolo de la conservación en Mauricio. Lo condujimos a la desaparición los humanos, en el siglo XVII, y es que no volaba y los marineros lo podían capturar muy fácilmente. Este personaje de Alicia en el país de las maravillas o el peluche simpático de las películas de Disney ahora nos refleja una historia que se conoce poco. Mientras, en el siglo XXI, hemos acabado con una tortuga gigante, representada en el último ejemplar –el solitario Jorge– de Galápagos”.

La ciencia funciona con imaginación, algo que Serrallonga confirma dando la bienvenida a los mitos: “Los unicornios que vio Marco Polo podrían ser algunas subespecies asiáticas extinguidas de rinocerontes. O el cuerno del narval, que es un cetáceo con un cuerno trenzado, podría haberse comercializado como si proviniese de unicornios. Hay bases de historias reales que luego se van exagerando”.

Nuestra prioridad no es encontrar un puma en el desierto de Atacama, sino hallar huellas de su vínculo con las culturas locales, porque los pobladores nos relatan sus encuentros
Jordi Serrallonga

Por lo demás, aunque hoy no se harían las cosas de la misma manera, según reconoce el especialista, “los gabinetes de curiosidades y los museos de ciencias naturales del siglo XIX nos han permitido tener colecciones de restos taxidérmicos que sirven para estudiar los genomas de cada especie, e incluso recrear ecosistemas, hacer dioramas tridimensionales o conseguir réplicas de animales de los que no han quedado datos, con impresoras 3-D, tal como se ha logrado con el espinosaurio, que fue el único dinosaurio que nadaba, el mayor predador de la tierra, y cuyo esqueleto pudo reconstruirse a partir de huesos originales encontrados en Egipto y Marruecos”.

Una ilustración del libro Animales invisibles. Mito, vida y extinción.
Una ilustración del libro Animales invisibles. Mito, vida y extinción.Joana Santamans

Dar visibilidad a estas especies extintas nos permite apreciar lo valiosos que son los que están vivos, según esta hipótesis. “Nuestra prioridad no es encontrar un puma en el desierto de Atacama, sino hallar huellas de su vínculo con las culturas locales, porque los pobladores nos relatan sus encuentros. A veces, los que vivimos lejos hemos demonizado a los nativos porque espantaban a algún animal con una piedra… Pero hemos sido nosotros, o las grandes corporaciones y proyectos, o la globalización, los que hemos provocado que mermen esas poblaciones, acorralándolas, cercenándoles el hábitat”, explica el naturalista.

Sí al turismo sostenible

Si la clave del libro es que “todo aquello que es invisible no lo tocas”, también sucede lo contrario, según el coautor: “lo que no ves, es posible de ser machacado, porque lo que se quiere, se acaba cuidando; en cuanto las comunidades locales pueden apreciar que esos animales les reportan beneficios, que es lo que está sucediendo en Galápagos y Tanzania, por ejemplo, los protegen”. Así, cuenta el experto, “algunos territorios se convierten en parques nacionales para el turismo sostenible y cobran entradas, porque allí se conservan animales. Por ejemplo, si se visitan gorilas, de manera controlada, en compañía de rangers, se hace posible su protección en países como Ruanda”. Con similar criterio, la industria pesquera debería dejarle al mar zonas protegidas de reproducción de fauna, porque el excedente de esos espacios necesariamente pasará a otros sectores de pesca autorizada, en opinión de Serrallonga.

Si no hay insectos polinizadores que permitan que se reproduzcan flores, no vamos a poder respirar. Simplemente por egoísmo, necesitamos cambiar de actitud y dar mensajes positivos, porque no todo está perdido
Jordi Serrallonga

Pero, en el profundo mar, solo el calamar gigante del espacio abisal parece mantenerse fuera del alcance de la tecnología extractiva actual. Fauna escurridiza, extinta o mitológica, los protagonistas del libro son, sin duda, los animales invisibles, que demasiado a menudo deben defenderse de los “depredadores invisibles”, como los cazadores furtivos y los compradores de material de origen animal que se emplea en la industria del lujo o el ocio, como es el marfil o los cuernos de rinoceronte. En este último caso, la brutalidad de despojar al rinoceronte de su cuerno alimenta el dañino y absurdo tráfico de un bien esnob: “Circulan en Europa o Asia estas cosas que no tienen ninguna base de verdad, como que esnifar polvo de cuerno de rinoceronte aporta virilidad, y que fomentan la caza de animales ya muy amenazados, porque alguien paga una pequeña fortuna para hacer un ritual exótico”, aclara Serrallonga.

Los pobladores locales conservan como pueden la biodiversidad de regiones esquilmadas también por depredadores demasiado visibles, como son quienes arrasan los ecosistemas con sus cultivos (soja, aceite de palma) y privan a los animales salvajes de sus hábitats: “Los orangutanes en Indonesia, por ejemplo, andan por el suelo, porque sus bosques son verdaderos desiertos, sin un solo árbol. Y antes eran ellos los que extendían las semillas para que brotaran nuevas plantas. Lo mismo sucede con las abejas… si no hay insectos polinizadores que permitan que se reproduzcan flores, no vamos a poder respirar. Simplemente por egoísmo, necesitamos cambiar de actitud y dar mensajes positivos, porque no todo está perdido”, sugiere.

De ahí que el libro cierre con los 350 mil kilómetros cuadrados de barrera de coral que aún se divisan nítidos desde muy lejos y que albergan cientos de especies de peces y miles de moluscos. El yacimiento de coral será una prueba de contraste de cuánto mitigamos los efectos del cambio climático. Por eso el epílogo es una dedicatoria al “único ser vivo visible desde el espacio exterior”.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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