Solo la destrucción creativa impulsará la competitividad europea
La UE es profundamente dependiente de tecnologías avanzadas fabricadas en otros lugares e incapaz de generar el crecimiento necesario para financiar sus objetivos estratégicos y sus pasivos futuros

Si bien los debates sobre las perspectivas de crecimiento menguantes de Europa han estado vigentes al menos desde principios de siglo, la década de 2020 les ha conferido una nueva urgencia. La invasión rusa de Ucrania no solo expuso una peligrosa dependencia de la energía importada, sino que el cambio de Gobierno en Estados Unidos ha obligado a los europeos a replantearse cómo garantizarán su prosperidad, seguridad y soberanía en el futuro. Asimismo, con Estados Unidos y China a la cabeza de la inteligencia artificial —considerada ampliamente como la próxima tecnología de uso general, al mismo nivel que internet—, la falta de dinamismo de Europa se ha convertido en una emergencia.
El problema no es solo la brecha, comúnmente citada, entre los ingresos per cápita de la Unión Europea y Estados Unidos. Es que Europa lleva mucho tiempo rezagada tecnológicamente, con pocos líderes mundialmente reconocidos en la economía de plataformas digitales, la IA, la nueva carrera espacial y otros sectores que serán fundamentales para la competitividad y la seguridad en el siglo XXI.
Profundamente dependiente de tecnologías avanzadas fabricadas en otros lugares e incapaz de generar el crecimiento necesario para financiar sus objetivos estratégicos y sus pasivos futuros, Europa es un ejemplo de manual de por qué la destrucción creativa —la eliminación de empresas menos productivas como consecuencia de la aparición de nuevos aspirantes innovadores— es importante. Si se la ignora, unas perspectivas de crecimiento moderadamente reducidas son solo el comienzo de los problemas.
A pesar de su éxito como potencia comercial y regulatoria, Europa seguirá siendo vulnerable a menos que pueda impulsar la innovación al mismo ritmo y escala que Estados Unidos, China y otros países. Dado que la IA tiene el potencial de generar nuevos conocimientos e ideas, además de desempeñar una amplia gama de servicios o funciones productivas tradicionales, podría ser un motor doblemente potente de la destrucción creativa que, en última instancia, impulsa el crecimiento a largo plazo.
La innovación de frontera cobra importancia cuanto más se acerca una economía a la frontera tecnológica. Sin embargo, si bien aumentar la inversión en I+D es necesario para generar innovación de vanguardia, no es suficiente. Como se destaca en el informe del expresidente del Banco Central Europeo y primer ministro italiano Mario Draghi para la Comisión Europea, El futuro de la competitividad europea, el continente seguirá estancado en la innovación incremental de tecnología media a menos que logre avances significativos en tres frentes principales: eliminar todas las barreras que impiden lograr un mercado plenamente integrado de bienes y servicios; crear un ecosistema financiero adecuado para fomentar la toma de riesgos a largo plazo por parte de las empresas, empezando por el capital riesgo y los inversores institucionales (fondos de pensiones, fondos de inversión); e impulsar una política industrial pro-innovación y favorable a la competencia en ámbitos clave como la transición energética, la defensa y el espacio (incluida la IA), y las biotecnologías.
Europa no solo ha eludido la política industrial con el pretexto de implementar una política de competencia, sino que también ha hecho hincapié en la competencia entre las empresas establecidas dentro de Europa, prestando poca atención a la entrada de nuevos actores y a la competencia de fuera de Europa, empezando por Estados Unidos y China. La entrada al mercado de nuevas empresas innovadoras del resto del mundo es, de hecho, la esencia misma de la destrucción creativa que Europa necesita para crecer más rápido. A principios de la década de los años 2000, Giuseppe Nicoletti y Stefano Scarpetta, de la OCDE, demostraron que, mientras que la rotación (la sustitución de empresas viejas y menos eficientes por otras nuevas e innovadoras) había desempeñado un papel importante en el crecimiento de la productividad en Estados Unidos, la mayor parte de las ganancias de productividad en Europa se producían dentro de las empresas existentes. Muchos de los problemas actuales de Europa se pueden atribuir a esta diferencia fundamental.
En términos más generales, Europa necesita actualizar su doctrina económica, que la convirtió en un gigante regulatorio y en un enano presupuestario. En primer lugar, al implementar los límites del Tratado de Maastricht a los déficits presupuestarios, los responsables de las políticas no deberían seguir equiparando las inversiones que impulsan el crecimiento con los diversos programas recurrentes de gasto público (como las pensiones y las prestaciones sociales). Por otra parte, deberían permitir políticas industriales que estén gestionadas de manera adecuada, en particular cuando están diseñadas para promover la competencia y la innovación. Por último, los países de la eurozona deberían poder endeudarse colectivamente para invertir en las nuevas revoluciones tecnológicas, siempre que los Estados miembro muestren disciplina en la gestión de sus marcos de gasto público.
Fomentar la destrucción creativa y la innovación revolucionaria en Europa también requerirá políticas complementarias que ayuden a los trabajadores a reasignarse de sectores rezagados a sectores más avanzados, y a compensar a los perdedores a corto plazo de las reformas estructurales. Para ello, he abogado por un modelo de “flexiguridad” al estilo danés, en el que el Estado cubre los salarios de los trabajadores desplazados mientras buscan su reciclaje y reinserción laboral. Una revolución industrial impulsada por la IA no exige menos.
Fue un europeo, Joseph Schumpeter, quien reconoció la centralidad de la destrucción creativa para el desarrollo económico. Los europeos de hoy deben aceptarla, pero también hacerla inclusiva y socialmente aceptable si quieren prosperar en los próximos años y décadas.
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