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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

COP30, otra ocasión perdida

La falta de ambición de la cumbre de Brasil no oculta que el abandono de los combustibles fósiles sigue centrando el debate

El País

La cumbre del clima COP30 se cerró el sábado en Belém sin que la declaración final mencione ni los combustibles fósiles ni mucho menos la necesidad de activar una hoja de ruta para abandonarlos. La ciencia es unánime y tajante desde hace años: la crisis climática que padecemos obedece a las emisiones de gases de efecto invernadero y estas son provocadas por la quema de combustibles fósiles. Tres décadas de cumbres medioambientales desde que en 1992 se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se han centrado siempre en mitigar las emisiones y no en adaptarse al abandono progresivo de sus principales causantes: el petróleo, el gas y el carbón. De las 30 cumbres celebradas, solo el acuerdo final consensuado en Dubái hace dos años con mucho esfuerzo cita explícitamente los combustibles fósiles y la necesidad de una transición energética que los deje atrás. Por eso fue saludado como un acuerdo histórico, imposible de repetir el año pasado en Azerbaiyán y ahora en Brasil.

Ha sido otra oportunidad perdida en la lucha contra el calentamiento global, cuando 2023, 2024 y 2025 son los tres años más calurosos jamás registrados y las emisiones de CO₂ generadas por dichos combustibles y por la fabricación de cemento en el mundo han crecido un 9,8% en una década. Son justo los 10 años transcurridos desde el crucial Acuerdo de París, que fijó que en lo posible la temperatura no debía aumentar 1,5 grados sobre los niveles preindustriales. Ese límite ya se alcanzó en 2024 y resulta inevitable que se rebase de forma estable durante la próxima década.

La cumbre de Belém llegaba en el peor momento desde 2015 para la lucha climática por el avance en todo el mundo del populismo negacionista, con Donald Trump a la cabeza. La COP30 se abría así con escasas perspectivas de avance. Y, sin embargo, desde el primer día y por iniciativa de su anfitrión, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, los combustibles fósiles centraron de forma imprevista los debates. En el tramo final de la cita, 40 países —entre ellos España, uno de los impulsores— firmaron una carta en la que reclamaban a la presidencia de la COP que incluyese en la declaración final la necesidad de dicha hoja de ruta. No ha podido ser por la presión de 80 de los 195 participantes, encabezados por los petroestados. Con todo, esa centralidad en el debate muestra que la defensa de la transición energética sigue viva y que se mantiene la apuesta por el multilateralismo en el momento más crítico de la lucha climática y cuando más fuertes son sus rivales.

El Acuerdo de París fijó una serie de necesidades y metas porque los políticos creyeron en lo que decían los científicos. Desde entonces, no han dejado de acumularse evidencias de que el calentamiento se está acelerando progresivamente y de que los fenómenos meteorológicos extremos van a ser cada vez más duros y abundantes. Fenómenos que se traducen en cientos de miles de muertes y en cientos de miles de millones en pérdidas económicas. Tanto el negacionismo ultraderechista como el retroceso en las políticas medioambientales —en el que parece haberse instalado la UE— suponen un peligro. No solo por no hacer frente a la emergencia medioambiental que vive el planeta, sino también porque rompen el consenso social de que esa emergencia –independientemente de la ideología de cada uno— nos concierne a todos.

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