¿Y si no se aprueba un presupuesto?
Todo gira y se mueve, pero solo señala un rumbo, el de unas nuevas elecciones


Ahora que después de la canícula vuelve a la vida el Congreso, la impresión es que sus señorías podían haber seguido de vacaciones: las mismas dificultades para construir mayorías, la misma retórica inflada y la misma incapacidad para encontrar una renovación, aunque sea cosmética, en el lenguaje y las ideas; seguimos en eso que Ortega calificaba como “mecánica de gestos repetidos”. Todo gira y se mueve, pero solo señala un rumbo, el de unas nuevas elecciones. Quizá por eso mismo el presidente no ha perdido la ocasión de reiterar en su viaje a Nueva York que cumplirá el plazo de la legislatura, el mejor revulsivo para obligar a que todos los partidos que sostienen al Gobierno cambien el chip y sigan remando en la misma dirección, que aparquen sus diferencias y se pongan el traje de faena. Un Congreso bloqueado solo puede beneficiar a la oposición. Aunque la condición imprescindible para poder seguir es que se apruebe un presupuesto.
¿Y si no ocurre, seguiremos por la misma senda? ¿Bastaría una remodelación a fondo del Gobierno para redirigir la nave? Ante el caso de un presupuesto frustrado, Sánchez deberá tomar conciencia de que ya no hay quien disuelva las contradicciones internas dentro de su propia coalición parlamentaria, cada vez más enzarzada en disputas internas. Toda prolongación de esta dinámica solo puede conducir a más crispación y menor capacidad para emprender reformas; en suma, añadir más fatiga a un cuerpo exhausto. Resistir por resistir carece de sentido.
¿Por qué no atreverse entonces a convocar elecciones a corto plazo? Esperar puede ser incluso contraproducente para seguir en el poder. El mayor activo del Gobierno es, sin duda, la situación económica, y nada asegura de que vaya a mantenerse con la misma entereza si sigue su camino la política arancelaria de Trump. La crisis francesa, nuestro mayor socio comercial, se hará sentir, como también la erosión del sector automovilístico alemán, del que tanto dependemos. Apostar por mantener vivo ese envite por perseverar no está exento de riesgos. Por otro lado, ahora mismo ha logrado movilizar a la izquierda con la cuestión de Gaza, la cual, como vimos con el caso de Ucrania, es difícil de sostener en el tiempo. Asimismo, otro factor movilizador, el auge de Vox, verdadero acicate para despertar a los simpatizantes socialistas aletargados, es posible que ya haya encontrado techo. Quién sabe, es hasta posible que el PP despierte algún día.
Todo depende, desde luego, de cómo se lleven a cabo las negociaciones. Convertir el Congreso en un mero zoco de transacción de intereses no ofrece una buena imagen. Hace falta que el presupuesto transmita ambición reformista y con un plan de país coherente. Como seguramente los frustraría Junts, la convocatoria electoral podría acompañarse además con un discurso de defensa del orden constitucional y reafirmándose en que hay líneas rojas que no puede traspasar el Estado. Sería el guiño a los huérfanos del centro. Llevándose una porción de estos y movilizada la izquierda es imposible que gane la derecha.
Desde luego, hay muchos otros factores que se le escapan a este humilde observador, como la importancia de que Sánchez pueda dotar al laberinto judicial de su familia y la relevancia para su tramitación de que siga estando en la presidencia del Gobierno, o lo que pueda conjeturarse desde las entrañas de las encuestas disponibles. Pero creo que, salvados los riesgos, la actual situación no hace más que acentuar la sensación de fin de ciclo y la necesidad de cambiar de pantalla; se precisa un elemento auténticamente purificador, un revulsivo, para esta política estancada, unas nuevas elecciones generales.
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