Alegría en el funeral
Los oficios católicos han dejado de lado el antiguo patetismo. Ahora se recibe al difunto sin los macabros responsos de antaño


“Usted muérase y nosotros haremos todo lo demás”—este era el spot publicitario de una funeraria mexicana. Todo lo demás consistía en que por un precio razonable te metían acolchado con sedas blancas en un féretro de buena madera e incluso te podían maquillar de forma que te fueras al otro mundo con una sonrisa de conejo en los labios. Hoy existe una porfía por ver quién se lleva el muerto, si la Iglesia con un funeral religioso o las familias agnósticas que buscan una despedida laica con unos versos que lee una nieta o con una pieza de Bach que suena mientras el cuerpo arde. He observado que en esta disputa los funerales católicos han dejado de lado el antiguo patetismo. El difunto es recibido en el templo sin los macabros responsos de antaño. Ahora el cura desde el altar al ver llegar los despojos los acoge con una amplia sonrisa como si morirte fuera lo mejor que te hubiera podido pasar. Nadie recuerda el infierno ni siquiera el purgatorio. Hoy todos los muertos van directamente al cielo, que se ofrece por la Iglesia a precio de saldo. Resulta que mientras los vivos nos quedamos en este apestoso mundo lleno de problemas, con las guerras, el odio, las hipotecas, los divorcios, los acosos, las peleas a cara de perro por la subsistencia, ese momento el difunto, según el cura, está siendo transportado en brazos por un grupo de ángeles hacia un lugar enormemente placentero donde le esperan los amigos y familiares que le precedieron en el trance. Llevado por la euforia optimista el cura en vez de dar el pésame a los deudos los felicita efusivamente por la suerte de tener en el paraíso a un pariente disfrutando de la vida eterna como si fueran unas infinitas vacaciones en las islas Seychelles. Ese optimismo acaba por contagiar a todos los asistentes al funeral, quienes a la salida de la iglesia, entre loas y parabienes, se abrazan y se masajean la espalda para celebrar que el muerto haya alcanzado la gloria, pese a que tal vez en vida había sido un impresentable.
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