Ir al contenido
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Cataluña mínima

Durante los años del ‘procés’ no se hablaba ni de inmigración ni del estado de la lengua

Najat El Hachmi

El fracaso del procés ha traído una enorme frustración entre quienes creyeron, como fervientes seguidores de una religión laica, que la independencia de Cataluña estaba “a tocar”. Quedó patente que todas esas figuras vociferantes que animaban a las multitudes a saltarse la ley tenían los pies de barro y estaban en la política por sed de poder y no por otra cosa. Y es que los líderes mesiánicos siempre se mueven por un interés mucho más mundano que los elevados principios que difunden.

Durante los años del procés no se hablaba ni de inmigración ni del estado de la lengua. En el primer caso porque ERC decidió que había que “ensanchar la base” del independentismo convenciendo a los “nuevos catalanes” de que se adhirieran a la causa, y el sector de Junts —heredero de una CiU en cuyo ideario se puede rastrear la semilla de Aliança Catalana— debió dejar para la República venidera sus principios esencialistas y clasistas.

En cuanto a la lengua, los que llevamos usándola, defendiéndola y creyendo en la necesidad de cuidarla, teniéndola como patrimonio propio, vivimos con frustración la dejación de funciones de la Generalitat en este terreno. De hecho, los precursores del Junts que ahora ha impuesto el pinganillo en el Congreso recortaron en cursos de catalán para adultos y en política lingüística y desmontaron lo poco que había empezado a hacerse en materia de integración de la inmigración. Esos mismos que abandonaron la política real por la quimera de una Ítaca en la que, nos dijeron, comeríamos helado cada día, ahora se rasgan las vestiduras por la salud del catalán y temen la sustitución demográfica.

Los “nouvinguts” no hemos tenido nada que ver con el descarrilamiento del proyecto secesionista y, a cambio, pagamos los platos rotos, la frustración y el resentimiento de quienes son incapaces de exigir a sus propios dirigentes que asuman alguna responsabilidad. Es lo que tienen las religiones: siempre necesitan un enemigo exterior al que culpar de todos los males. El problema en Cataluña es que ese enemigo exterior somos ya, desde hace tiempo, una mayoría: la de los que tenemos raíces en otros sitios, los mezclados, los impuros. Somos tan catalanes como esos supremacistas que quieren encerrarse en una nación que no ha existido nunca, depurada de la contaminación de los extranjeros. Para los que son, unos dos millones como mucho, yo les recomiendo que se construyan una reserva india y nos dejen en paz a los que disfrutamos de esta mezcolanza sana y llena de vida que es la Cataluña de los ocho millones.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Najat El Hachmi
Escritora catalano-rifeña, nacida en Beni Sidel (Marruecos) en 1979. Licenciada en filología árabe por la UB, ganadora del premio Ramon Llull con 'El último patriarca' (2008) y del premio Nadal con 'El lunes nos querrán' (2021). Autora del ensayo 'Siempre han hablado por nosotras'.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_