El dilema político que (probablemente) tendremos que afrontar
Ante el avance de la extrema derecha, y llegado el caso, el PSOE debería ofrecer algún entendimiento al PP para que no dependa de Vox y opte por gobernar en solitario

El reemplazo de Mariano Rajoy al frente de la presidencia del Gobierno se produjo el 1 de junio de 2018 mediante la primera moción de censura exitosa del periodo democrático. Hubo en el Congreso 180 votos a favor de la investidura de Pedro Sánchez, 169 en contra y una abstención. Los partidos que votaron a favor fueron PSOE, Unidas Podemos, En Comú Podem, Esquerra Republicana de Catalunya, PDeCAT, En Marea, PNV, Compromís, EH Bildu y Nueva Canaria. Una verdadera sopa de siglas en la que se mezclaban partidos de izquierdas y partidos nacionalistas. Suele denominarse “bloque de investidura” al conjunto de fuerzas políticas que apoyaron a Sánchez en aquel trance.
Dicho bloque ha ido debilitándose con el paso del tiempo, tanto numéricamente como en su cohesión interna. En 2018, suponía, como se acaba de indicar, 180 diputados. La fórmula hizo fortuna en un primer momento, pues en las primeras elecciones de 2019 subió a los 198 escaños, bajando luego a 191 en las segundas elecciones de ese año y a tan solo 178 diputados en 2023 (la mayoría absoluta se encuentra en 176). Con números tan ajustados, cualquier defección implica que el Gobierno queda en minoría en la cámara. Los eslabones más débiles son Junts y los cuatro diputados de Podemos que se presentaron en las listas de Sumar y que, unos pocos meses después, en diciembre de 2023, se pasaron al Grupo Mixto. Tanto Junts como Podemos han ido distanciándose de las iniciativas que reciben el apoyo del resto de los partidos del bloque de investidura.
Por otro lado, asistimos en España, al igual que en muchos otros países, a un ascenso de la extrema derecha, encarnada aquí en Vox. Se trata de un partido xenófobo y antidemocrático (defiende la ilegalización de los partidos nacionalistas) que capitaliza buena parte del descontento con el sistema.
En estas condiciones, no cabe descartar en absoluto que, tras las próximas elecciones, cuando sea que se celebren, el bloque de investidura quede en minoría o se rompa definitivamente. Según muestran las encuestas, es probable que las derechas formadas por el Partido Popular y Vox alcancen una mayoría absoluta.
Los partidos progresistas, por motivos estratégicos, hablan todo el tiempo del peligro de que se constituya un Gobierno de coalición formado por PP y Vox. Confían en que esa posibilidad sirva de estímulo para movilizar a sus electorados, sobre todo en el sector más izquierdista, roto por el enfrentamiento absurdo y suicida entre Sumar y Podemos. Cuando las aguas bajan turbias en los partidos de la izquierda, sus votantes suelen retraerse. Muchos ciudadanos no pueden entender que, en unas circunstancias como las actuales, las malas relaciones entre dos partidos menores con propuestas muy parecidas condenen al país a tener a Vox en una coalición de gobierno.
Como digo, es comprensible que las izquierdas exploten en beneficio propio la amenaza de una coalición PP-Vox, pero resulta engañoso reducir el futuro a una elección entre dos bloques, el de las derechas españolistas, por un lado, y el de la alianza entre las izquierdas y los nacionalistas, por otro. Esta forma de presentar las alternativas tiene sentido en una campaña electoral, pero no se hace cargo de la variedad de opciones que pueden surgir tras las elecciones.
Mantengámonos en el supuesto, pues es bastante probable que acabe siendo así, de que en las siguientes elecciones la mayoría se desplace a la derecha y PP y Vox sumen una mayoría absoluta. El Partido Popular tendrá entonces que tomar una decisión difícil. En apariencia, el curso de acción más directo y tentador será formar Gobierno con Vox. Pero puede intentar también gobernar en minoría con el apoyo de otros partidos.
Es un dilema complicado para el PP. El partido sabe que muchos de los votantes de Vox son antiguos votantes populares. El propio fundador de Vox procede del PP. Teniendo en cuenta a su vez que el origen histórico del PP es la Alianza Popular creada en 1976 por siete ministros franquistas, resulta lógico que tienda puentes con Vox a través de su común nacionalismo español. Desde este punto de vista, lo más sencillo sería establecer una alianza con Vox y formar Gobierno, en la línea de lo que sucedió en muchas autonomías a raíz de las elecciones de mayo de 2023. La coyuntura internacional, además, juega a favor de esta opción.
Sin embargo, una coalición con Vox tendría costes serios para el PP. Su imagen de partido conservador democrático se vería seriamente cuestionada. A los populares no les conviene renegar de sus principios básicos. En su reciente XXI Congreso, la ponencia política del PP incluía numerosas referencias al espíritu original de la Transición. El entendimiento con Vox sería justamente la negación de ese espíritu. La Transición se caracterizó por abrir el sistema a todas las fuerzas políticas, con un papel destacado de los partidos nacionalistas, los que Vox quiere prohibir ahora. Puede que el recurso a la Transición sea meramente retórico, pues al fin y al cabo AP puso muchas trabas a la democratización del país: se opuso a la legalización del PCE, se abstuvo en la ley de amnistía de 1977 y la mitad de su grupo parlamentario no votó a favor de la Constitución de 1978. Pero incluso si su compromiso con la democracia liberal no fuera real, le conviene aparentar ante su electorado que lo es, entre otras cosas porque en una competición por aparecer como el partido más revisionista del orden liberal, Vox siempre le ganará al PP.
La decisión que tome el PP en el futuro revelará si pesa más el espíritu integrador de la Transición que figura tan preeminentemente en el discurso de los populares o se consuma un retorno a sus orígenes franquistas.
Es importante subrayar que el PP no resolverá su dilema en soledad. Lo que decida tendrá que ver con la actitud de Vox, pero también con la del resto de los partidos y de la sociedad civil. Es fundamental que se presione al PP desde todos los ángulos para que rehúya la tentación de gobernar con Vox. Pero no se trata solo de presionar: en coherencia con lo que he defendido en estas páginas a lo largo de los últimos años sobre la necesidad de un cordón sanitario, creo que, llegado el caso, el resto de las fuerzas políticas, y muy señaladamente el PSOE, por ser el segundo partido más grande del país, debería allanar el terreno político ofreciendo algún entendimiento al Partido Popular para que no dependa de la extrema derecha y opte por gobernar en solitario.
El sistema democrático entra en riesgo cuando los conservadores no logran frenar a la derecha autoritaria y se ven arrastrados por ella. Hay múltiples ejemplos de ello a lo largo de la historia; es un patrón que se ha repetido infinidad de veces (en cambio, hay pocos casos de democracias que hayan sucumbido por la acción de las izquierdas). De ahí que sea tan importante que el Partido Popular se mantenga fiel a los principios democráticos. Hay que presionar al PP, desde luego, pero los partidos inequívocamente democráticos también tienen que plantearse cómo pueden contribuir a evitar que un partido excluyente como Vox llegue al Gobierno. Deberíamos ir hablando de este asunto, antes de que se precipiten los acontecimientos.
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