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Columna
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Perroflautas sionistas

Las protestas en contra del Gobierno de Netanyahu pueden irritar al ‘establishment’, pero en este caso es justo eso lo que hace falta

Un manifestante disfrazado como el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en una protesta contra el Gobierno israelí y la guerra en Gaza, en Tel Aviv.
Víctor Lapuente

Cuando veo las protestas antisraelíes en la Vuelta ciclista o la odisea homérico-berlanguiana de la flotilla de Gaza, pienso lo mismo que Óscar Freire: perroflautas. Y, añado, hippies ociosos con afán de notoriedad; pijoprogres, como dicen los sabios íberos; o “señaladores de virtud”, como apuntan los académicos americanos. Víctimas, o instigadores, de la instrumentalización política de populistas de izquierdas dispuestos a arrancar votos de los cadáveres.

Pero, entonces, me acecha un segundo pensamiento: si miramos al pasado, cuando aparecen unas personas con melenas cantando a la paz, siempre irritan a los señores del establishment (como servidor), pero a menudo están en el lado correcto de la historia. Ya sea en la Jerusalén antimperialista del año 30, la Washington antibelicista de 1969, la Lisboa antidictatorial de 1974, o cualquier ciudad del planeta en el prólogo de la guerra de Irak. Los melenudos son portadores de verdades que, en retrospectiva, nos parecen de lo más normales, pero que, cuando son formuladas por primera vez, escandalizan a las mentes pudientes. Los cambios políticos más sensatos necesitan pioneros locos porque el resto, de forma natural, nos aferramos como koalas al árbol del statu quo.

No siempre los perroflautas afinan, pero en la masacre de Gaza aciertan. Comparten su visión sionistas declarados y orgullosos, como el escritor Yuval Noah Harari o la historiadora Fania Oz-Salzberger. Porque el sionismo se define como el movimiento a favor de una nación judía —no la negación de los derechos de los palestinos a la suya—. Y el mayor enemigo del sionismo es el propio Gobierno de Benjamín Netanyahu, que se comporta como los zelotes que, con sus violentas revueltas contra los romanos, estuvieron a punto de destruir la religión judía. El mito fundacional del judaísmo moderno es el rabino que, según la leyenda, escapó del cerco a Jerusalén y pidió al emperador Vespasiano una pequeña localidad junto a la hoy Tel Aviv “y unos hombres sabios”. Desde entonces, el judaísmo se estableció como religión de aprendizaje. Y eso, advierte Harari, es lo que está en juego. Los zelotes, capitaneados por Netanyahu y su corte de ministros ultranacionalistas, están de nuevo al mando.

Y Oz-Salzberger recordaba en el Financial Times las palabras de su padre, Amos Oz, tras la guerra de los seis días: “Incluso una ocupación ilustrada, humana y liberal es una ocupación. Temo por las semillas que sembramos en los corazones de los ocupados (...) y de los ocupantes”.

Es hora de ser un perroflauta sionista.

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