Insulto machista en el Congreso
El alarde de furia antifeminista de Vox en la Cámara baja instrumentaliza la institución


El Congreso de los Diputados acogió el jueves unas jornadas organizadas por Vox tituladas Ideología de género y denuncias falsas España / Argentina. El acto fue autorizado por la Mesa del Congreso con el apoyo del PSOE y del PP y el rechazo de Sumar. Los altavoces de la Sala Ernest Lluch amplificaron la negación de la violencia machista y la afirmación de que los hombres son víctimas de denuncias falsas de las mujeres, que se benefician de manera fraudulenta de las leyes que las protegen. La burda manipulación empezaba por el propio título. Según los datos de la Fiscalía de 2024, cuando se registraron casi 200.000 denuncias, en los últimos 15 años la media de condenas por denuncia falsa es del 0,0082%. El partido que desprecia esta realidad tiene 33 diputados y ha llegado a gobernar en cinco comunidades en coalición con el PP.
No parece ocioso detenerse aquí y recordar que el feminismo, sea cual sea su corriente, propugna un derecho fundamental: la igualdad de hombres y mujeres, recogida en la Declaración Universal de Derechos Humanos y a cuyo cumplimiento obliga la Constitución.
El panel de organizadores no dejaba dudas del contenido: una asociación que niega que exista la violencia machista y que ya había equiparado el feminismo con el nazismo en un acto en el Congreso patrocinado por Vox en marzo. La Cámara baja dio cobijo al evento de una ideología que niega esta igualdad y además divulga desinformación sobre una realidad que ha dejado en España 1.300 mujeres asesinadas desde que hay registros, en 2003. Una de cada tres mujeres en el mundo, 736 millones, ha sido víctima de violencia física o sexual por parte de su pareja al menos una vez en la vida. Además, difundir sospechas sobre la credibilidad de las víctimas de la violencia de género las reafirma en su miedo a no ser creídas, y constituye un ejercicio de violencia añadida y una revictimización. Todo, desde una sede institucional.
Llueve sobre mojado. En diciembre, el Senado acogió una cumbre internacional antiabortista. La Mesa lo autorizó, aunque el PSOE alegó que había sido engañado por el PP. En aquel acto se condenó el aborto incluso en caso de violación y se defendieron las terapias de conversión para homosexuales. En la jornada ultra del jueves, las formas acompañaron al fondo, con chistes sobre gais y lesbianas, sobre la identidad trans o sobre los delitos de odio. Lo escenificado durante cuatro horas fue pura provocación.
Nada de lo que se dijo es nuevo: es el discurso habitual de Vox en todo lo relacionado con cualquier forma de igualdad. Y el acto responde a la bien conocida estrategia de la ultraderecha: entrar en las instituciones y erosionarlas desde dentro, retorciendo sus normas: en este caso, la libertad de expresión y los usos parlamentarios.
Vox es el tercer grupo más numeroso del Congreso y tiene derecho a usar sus instalaciones para actos de partido. Este tipo de peticiones se autorizan con carácter general sin entrar en el contenido. Son actos en el Congreso, no del Congreso. Pero esas normas de cortesía parlamentaria están hechas por y para partidos que no desprecian a la mitad de la población. Va siendo hora de reconocer que Vox se sitúa fuera de los amplísimos márgenes de lo que la institucionalidad española considera juego político aceptable. El escenario del Congreso, aunque no sea en sesión oficial, da carta de naturaleza democrática a lo que en él se dice. En este caso, la negación de la igualdad y de la violencia. Respetar los derechos humanos no parece un límite demasiado estricto para aprobar este tipo de actos.
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