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Tribuna
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La anécdota Sánchez y el sombrío destino de Europa

Ahora mismo, el único proyecto alternativo al del presidente del Gobierno es del Vox, que tiene así vía libre para ir acorralando al PP

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Josep Ramoneda

1.- Indicios.- La determinación de Pedro Sánchez de seguir marcando el paso, con o sin presupuesto, expresada en una intensa entrevista con Pepa Bueno complica las fantasías de los que ya le dan por amortizado. Y esta misma semana, la imagen del presidente Salvador Illa dando un apretón de reconocimiento al presidente Carles Puigdemont con el beneplácito de Moncloa confirma que contra viento y marea, Sánchez sigue transitando con dos ideas diferenciales: una cierta querencia de izquierdas, en un momento en que estas viven entre enormes dificultades para conservar su lugar en el mundo (la socialdemocracia se ha ido y nadie sabe cómo ha sido) y un empeño en buscar vías de reconciliación con el independentismo catalán encallado en la frustración, con los gestos de reconocimiento necesarios para dejar atrás los momentos de confrontación y reemprender la normalidad institucional, abriendo así una nueva etapa más allá de las rabietas patrioteras de uno y otro lado. Un doble hecho diferencial que explica las dificultades que sus adversarios tienen para confrontarse políticamente con él. Y que ha convertido al PP de Feijóo en una caricatura de oposición sin atributos políticos, atrapada en una sola línea estratégica: la denuncia de las trapacerías de Sánchez que ha llevado al PP incluso al boicot de un acto institucional del poder judicial. Mala señal cuando la derecha entra en estas dinámicas subversivas. Con una consecuencia inquietante, ahora mismo, el único proyecto alternativo al de Pedro Sánchez es el de Vox, que tiene así vía libre para ir acorralando al PP, favorecido por el viento que viene de Europa en que las derechas neofascistas están desbordando por doquier a conservadores y liberales.

Las vicisitudes de Sánchez son ahora mismo indiciarias del momento que vive el Viejo Continente, impotente ante un mundo en cambio acelerado entre la violencia y la indiferencia. Y, dicho sea de paso, la crisis moral europea ha de ser muy profunda para que se imposible un consenso para responder con contundencia a la guerra genocida de Netanyahu. Después de compartir cierto protagonismo con el núcleo duro de los líderes europeos, estos han dejado de lado a Sánchez en las últimas iniciativas, aunque justo esta semana el británico Keir Starmer ha aceptado el encuentro y no me parece casual, todo tiene su sentido.

2. Amenazas.- La relegación de Sánchez ha venido después de uno de los momentos más tristes de la historia de la Unión Europea: el mutis de Von der Layen ante Donald Trump. La presidenta, con el rictus que casi siempre lleva puesto apagándose por momentos, rindió pleitesía al presidente americano en su propio terreno: un golf de su propiedad. Como todos sabemos Trump no distingue entre lo suyo (lo privado) y lo público cuando ejerce su poder, apostando por el desprecio de las instituciones como forma de expresar que él está por encima de todo. Fue un acto triste que simboliza el patético momento que vive Occidente con el asalto de Trump a las instituciones y la debilidad de Unión Europea incapaz de marcar perfil frente a los modos y maneras de un presidente convencido de que todo le está permitido que hace suya la frase Peter Thiel: “No creo que la libertad sea compatible con la democracia”.

En este contexto evidentemente, Pedro Sánchez sobra. ¿Por qué? Pues sencillamente porque sigue siendo una de las pocas voces de los poderes europeos que todavía piensa en la socialdemocracia como referente, algo ajeno a los planes del capitalismo financiero y digital. Fue la socialdemocracia quien contribuyó a estabilizar el capitalismo en la guerra fría y ahora es estorbo para los planes del neocapitalismo.

Y, sin embargo, la anécdota Sánchez es de las pocas señales que ponen en evidencia lo que muchos todavía pretenden negar o disimular: la deriva cada día más asumida por las democracias occidentales hacia el autoritarismo postdemocrático, en que la figura de Trump, un personaje símbolo del nihilismo, es decir, de la pérdida de la noción de límites, se ha convertido en icono. Y tal como están las cosas me temo que ni siquiera la vulgaridad de Trump, la banalización permanente, sirva para que llegue cierta rectificación. Incuso un personaje como Emmanuel Macron, crecido en el ego del más listo de la clase, descolocado por su enorme fracaso en Francia, está ya en la línea de sumisión. Y sin embargo, su mandato es una de las pruebas evidentes de lo que está pasando: cuando la ciudadanía de siente desbordada y desposeída por unas políticas económicas sin respeto y atención a las clases medias y populares y acaba entregándose a las promesas vestidas de galones patrióticos de unas derechas cada vez más radicalizadas. Y allí está la vieja Europa —que presumía de garante de la democracia— con la extrema derecha al asalto del poder y con conservadores y liberales apuntándose sin escrúpulos.

La modesta singularidad de Sánchez, que todavía tiene algún momento para recordar que fue en la dialéctica entre la derecha y la izquierda que las democracias sostuvieron ciertos regímenes de libertades, incomoda porque recuerda que los países necesitan equilibrios compensatorios para mantener una sociedad civil activa y de amplio espectro. Las izquierdas se desdibujan y la socialdemocracia ya solo es melancolía. Y el futuro de Europa se hace sombrío día a día en el capitalismo financiero y digital.

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