Europa, la idea más hermosa
La causa europea es la causa de la democracia, de la libertad y del Estado de derecho. Merece ser defendida: hagámoslo en las calles

El día del infame intento de humillación de Volodímir Zelenski en el Despacho Oval me recorrió la espina dorsal un profundo sentimiento de agravio. Sentí que aquellos dos matones no solamente estaban pisoteando injustamente el honor de un hombre valiente. Nos estaban atacando a todos. Aquel día escribí en X: “Dediqué la década de mis 20 años entera a estudiar y trabajar por Europa. Creo que nunca me he sentido más orgulloso de ser europeo que en el día de hoy. La dignidad de Zelenski es la dignidad del pueblo europeo. La causa de Zelenski es la causa de la idea de Europa. El mundo que conocimos ha desaparecido. La Unión debe de dar otro salto de gigante. Esa va a ser la gran causa política del nuevo tiempo. Cuenten conmigo para defenderla”.
Ese día aprendimos que el mejor mundo que nunca ha existido, el mundo en el que nosotros y nuestros padres crecimos, el que representa la idea de Europa —la idea más hermosa— estaba amenazado. El mundo que se construyó sobre las cenizas de más de 50 millones de muertos. El mundo que trajo consigo el periodo más largo de paz, y el que nos permitió alcanzar las cotas más altas de libertad y progreso. Ese mundo, sustentado sobre una comunidad transatlántica de valores y unas economías abiertas, basado en un sistema internacional de normas defendidas por unas instituciones compartidas. Ese mundo se estaba desvaneciendo.
En pocas semanas, Trump había acusado de ser un dictador a la víctima, se había alineado con Rusia y China en Naciones Unidas para evitar denunciar la sanguinaria invasión y había echado a los pies de los caballos a sus principales aliados. Además, estaba hiriendo de muerte a la OTAN (y el artículo 5 de su Tratado), aceptando como permisible la violación del principio más básico del orden internacional: el respeto a la soberanía territorial. Por el camino, Trump también había destruido el marco fundamental del comercio internacional, probablemente la variable más relevante para explicar tanto su propia prosperidad como la de más de mil millones de personas que han salido de la pobreza en las últimas décadas, imponiendo a sus principales socios comerciales la mayor subida de aranceles desde la II Guerra Mundial. Por si fuera poco, también había abandonado los acuerdos climáticos y había anunciado abiertamente sus intenciones expansionistas, amenazando con anexionarse Groenlandia y el canal de Panamá. El vicepresidente J. D. Vance, en su discurso en Múnich, trazaba claramente el contorno de esta amenaza: para él, el enemigo no eran los autócratas en Rusia o China, sino la supuesta decadencia de la democracia europea. Lo afirmaba sin titubeos siendo el sucesor de un hombre que, apenas cuatro años atrás, había intentado violentar el principio fundamental de la democracia: la alternancia pacífica en el poder.
Yo, como muchos europeos, soy hijo de migraciones mediterráneas. Tengo hermanos de sangre franceses e hijos alemanes. Conocí todas las Europas posibles gracias a esa invención patriótica de nuestros mayores llamada Erasmus. Mi primer trabajo fue en Bruselas, durante la crisis financiera: la primera gran amenaza para nuestro proyecto común. Con poco más de 25 años pedí por primera vez en este periódico la unión fiscal y política europea, invocando a Alexander Hamilton. Durante mi etapa política luché contra el nacionalismo antieuropeo en mi tierra y, lo recuerdo como si fuera ayer, acompañando en París a mis colegas macronianos en su primera gran victoria nacional —y europea— frente a Marine Le Pen —la segunda gran amenaza, la del veneno interno.
Europa ha sido siempre, para mí, la gran causa política. Hoy, por obligación, se ha convertido en la causa política de nuestro tiempo. Las generaciones que estamos vivas hemos sido sus grandes beneficiarias y tenemos el deber de defenderla para que nuestros hijos puedan seguir disfrutándola.
Estoy convencido de que esta gran crisis acabará fortaleciendo a Europa. “Trump is making Europe great again”, escribía Gideon Rachman en el Financial Times. En poco tiempo, Trump ha conseguido lo que no habíamos logrado en tres décadas.
La Alemania de Friedrich Merz ha hecho su Zeitenwende, o punto de inflexión, con los enormes compromisos de inversión en infraestructuras y defensa (necesarios para activar el raquítico crecimiento). El Reino Unido, con el nuevo liderazgo de Keir Starmer, ha emprendido su camino de vuelta a Europa —donde siempre tuvo que estar— sin fisuras. Los del Brexit nunca entendieron que el único camino para take back control es más unidad y no menos: la soberanía compartida. Y entre todos hemos tomado la decisión de volver a armarnos y establecer un marco compartido de seguridad y defensa, una desgracia inevitable para poder evitar guerras futuras.
Por fin, aunque 9 de los 27 países están gobernados por líderes euroescépticos o de extrema derecha, volvemos a tener líderes claramente proeuropeos visibles en todos los grandes países. Además, contamos con un plan económico y estratégico de largo plazo, diseñado por dos italianos —los primeros en salir a la calle este pasado fin de semana, grazie mille!— los maestros Mario Draghi y Enrico Letta.
Aquel día, Volodímir Zelenski encarnó la causa de la democracia frente a la tiranía, la del progreso frente a la reacción, la del débil frente al fuerte y, por tanto, la de la libertad frente a la opresión. Europa está despertando de nuevo para defender la idea más hermosa. Como Javier Cercas, aquel día sentí la necesidad de salir a la calle y manifestarme para exigir un nuevo gran salto de integración en defensa propia. Hoy, lo pido desde estas páginas, como lo hizo él: ¡salgamos a la calle a defender la idea más hermosa!
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